De Balzac

 

Finalmente, todos los horrores que los novelistas creen que 

están inventando están siempre por debajo de la verdad”

Coronel Chabert (Honoré de Balzac).

Carmen Laforet sobre su novela "La mujer nueva"

 

El hecho humano que motivó la temática de esta novela fue mi propia conversión (en diciembre de 1951) a la fe católica... Fe que podrá suponerse que me era natural, pues fui bautizada al nacer, pero de la que jamás me volví a preocupar después de salir de la infancia, y cuyas prácticas –para mí enmohecidas y sin sentido– había dejado totalmente. He huido de esta novela –precisamente por haberse motivado en una vivencia mía– de todo elemento autobiográfico, aparte de la sensación repentina de la Gracia. He creado un tipo de mujer, protagonista de mi libro, totalmente distinto de mi tipo humano, y la he colocado en situaciones, ambientes y circunstancias de conversión y lucha espiritual totalmente diferentes a las mías” Carmen Laforet sobre su novela “La mujer nueva


Foto de Planeta Libros "https://www.planetadelibros.com/autor/carmen-laforet/000000674"







poema sin titulo

 

No hay tiempo perdido

si cuando vivo, ardo

si cuando lloro, lluevo

si cuando escribo, destilo

y así todo el tiempo

presente y vivido.




Sobre Teodicea (breve y básico)

                 La palabra Teodicea se compone de las palabras griegas “Theos” (Dios) y “Dike” (justificación), fue utilizada en primer lugar por el filósofo alemán Leibniz (1646-1716) como título de una obra suya destinada a “justificar” la existencia de Dios frente a las dudas que se podían tener a causa del mal en el mundo. En la actualidad tiene como objetivo verificar la validez del reconocimiento de Dios, testificado por la historia de las religiones.


El primer encuentro con la divinidad tiene lugar normalmente como un acto de fe en el seno de una religión concreta.

Ahora bien, esa misma experiencia religiosa puede constituirse posteriormente en tema de reflexión por parte de la razón, como justificación de su validez. En este sentido el motivo fundamental de elaborar unas “pruebas” o razonamientos que apunten hacia la realidad trascendente es la necesidad de dar un rigor lógico a lo que la conciencia religiosa ya ha admitido previamente, la existencia objetiva de Dios, y con ello hacer de la fe un acto auténticamente humano en el que intervienen también el asentimiento de la razón. Recordemos que la “Iglesia sostiene y enseña que Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con certeza por la luz natural de la razón humana partiendo de las cosas creadas” (Dei Filus, Capítulo 2)

                Esta justificación se ha hecho particularmente necesaria en nuestro tiempo, a causa de las doctrinas de los “maestros de la sospecha”, que han legado a nuestra cultura la duda de que detrás de las creencias y ritos religiosos no hay en realidad nada. Maestros de la sospecha son Feuerbach, que con su humanismo ateo considera a Dios como una creación humana; o Karl Marx que reduce la religión al opio del pueblo. El grito de Nietzsche “¡Dios ha muerto!”, el olvido de Dios, resuena todavía para muchos como uno de los logros incuestionables de la cultura moderna. Frente a ellos, la Teodicea intenta justificar la validez de la fe de los creyentes, mostrando los argumentos que garantizan que la opción religiosa no está infundada ni es irracional, al contrario, que está avalada por sólidas razones que los demás pueden examinar si lo desean.

                El segundo objetivo de la Teodicea es dialogar con el pensamiento ateo, confrontándose con sus argumentaciones y haciendo ver la inconsistencia lógica de su opción. Ciertamente son muchos los que se declaran ateos, pero muy pocos lo que llegan hasta el final y conciben el mundo y al hombre radicalmente desde su ateísmo. Porque el ateísmo no es una mera negación, comporta una serie de afirmaciones que también hay que probar, si pretende ser una opción razonable, aunque los ateos modernos crean poderse dispensar de ello en virtud de una “fe atea”. Y es que, en el fondo, el ateísmo es incapaz de pensar la realidad hasta sus últimas consecuencias.

Sor Juana Inés de la Cruz. Soneto: Al que ingrato me deja, busco amante

 Al que ingrato me deja, busco amante;

al que amante me sigue, dejo ingrata;

constante adoro a quien mi amor maltrata,

maltrato a quien mi amor busca constante.

 

Al que trato de amor, hallo diamante,

y soy diamante al que de amor me trata,

triunfante quiero ver al que me mata

y mato al que me quiere ver triunfante.

 

Si a éste pago, padece mi deseo;

si ruego a aquél, mi pundonor enojo;

de entrambos modos infeliz me veo.

 

Pero yo, por mejor partido, escojo;

de quien no quiero, ser violento empleo;

que, de quien no me quiere, vil despojo.

Lo que está mal en el mundo /La muchacha pelirroja. G.K. Chesterton.

           Hace un tiempo algunos médicos y otras personas a las que la ley moderna autorizó a dictar normas a sus conciudadanos menos elegantes emitieron una orden que decía que había que cortar el pelo muy corto a las niñas pequeñas. Me refiero, naturalmente, a aquellas niñas pequeñas cuyos padres fueran pobres. Muchas costumbres antihigiénicas son habituales entre las niñas ricas, pero pasará mucho tiempo antes de que los médicos se metan con ellas. Ahora bien, la cuestión que provocó esta interferencia concreta fue que los pobres se encuentran tan presionados desde arriba, en submundos de miseria tan apestosos y sofocantes, que no se les debe permitir tener pelo, pues en su caso eso significa tener piojos. En consecuencia, los médicos sugieren suprimir el pelo. No parece habérseles ocurrido suprimir los piojos. Y, sin embargo, eso se podría hacer. Como suele ocurrir en muchas conversaciones modernas, lo innombrable es la base de toda la discusión. A cualquier cristiano (es decir, a cualquier hombre con un alma libre) le resulta evidente que cualquier coacción ejercida sobre la hija de un cochero debería ser aplicada, si es posible, a la hija de un ministro del gabinete. No preguntaré por qué los médicos no aplican de hecho su norma a las hijas de los ministros del gabinete.

         No lo preguntaré porque lo sé. No lo hacen porque no se atreven. Pero ¿qué excusa esgrimirán, qué argumento plausible utilizarán, para cortar el pelo de los niños pobres y no el de los ricos? Su argumento consistirá en decir que la plaga aparecerá más probablemente en el pelo de los pobres que de los ricos. ¿Y por qué? Porque los niños pobres se ven obligados (contra todos los instintos de las sumamente domésticas clases trabajadoras) a apiñarse en habitaciones pequeñas según un sistema de instrucción pública sumamente ineficaz, y porque en uno de cada cuarenta niños puede encontrarse el mal. ¿Y por qué? Porque el hombre pobre está tan por debajo de las grandes rentas de los grandes terratenientes que es frecuente que su mujer también tenga que trabajar. Por tanto, no tiene tiempo de cuidar a los niños, y, por tanto, uno de cada cuarenta está sucio. Como el obrero tiene a esas dos personas por encima de él, el terrateniente sentado (literalmente) sobre su barriga, y el maestro de escuela sentado (literalmente) sobre su cabeza, el obrero tiene que dejar que el pelo de su hijita, primero, sea descuidado por culpa de la pobreza y, segundo, sea abolido en nombre de la higiene. Es posible que él estuviera orgulloso del pelo de su niña. Pero él no cuenta. 

    Sobre este sencillo principio (o, más bien, precedente), el médico sociólogo sigue adelante con alegría. Cuando una tiranía libertina pisotea a los hombres en el polvo hasta que se les ensucia el pelo, el camino de la ciencia queda expedito. Sería largo y laborioso cortar las cabezas de los tiranos; es más fácil cortar el pelo de los esclavos. Del mismo modo, si alguna vez llegara a ocurrir que los niños pobres, gritando de dolor de muelas, molestaran a un maestro de escuela o un artístico caballero, sería fácil sacarles todos los dientes; si sus uñas estuviesen muy sucias, se les podrían arrancar; sí sus narices moquearan, se les podrían cortar. La apariencia de nuestros humildes conciudadanos podría simplificarse de manera notable antes de que acabáramos con ellos. Pero todo esto no es peor que el hecho brutal de que un médico pueda entrar en la casa de un hombre libre, con una hija cuyo pelo puede estar más limpio que las flores de primavera, y ordenarle que se lo corte. 

     Esa gente nunca parece darse cuenta de que la lección de los piojos en los suburbios es que lo que está mal son los suburbios, no el pelo. El pelo es, por así decirlo, una cuestión enraizada. Su enemigo (como los demás insectos y los ejércitos orientales de los que hemos hablado) rara vez cae sobre nosotros. En realidad, sólo por medio de instituciones eternas como el pelo podemos someter a prueba instituciones pasajeras como los imperios. Si una casa está construida de manera que al entrar nos arranca la cabeza, es que está mal construida. La plebe nunca puede rebelarse si no es conservadora, al menos lo bastante como para haber conservado alguna razón para rebelarse. En toda nuestra anarquía, lo más terrible es pensar que la mayor parte de los ataques librados en nombre de la libertad no podrían librarse hoy día, debido al oscurecimiento de las limpias costumbres populares de las que procedían. El insulto que hizo caer el martillo de Wat Tyler (Nota: campesino que inició una revuelta golpeando con un martillo en la cabeza a un recaudador de impuestos que atacó a su hija, en 1381) podría haberse llamado hoy día «examen médico».Lo que el Virginius (Nota: barco utilizado por los insurrectos de Cuba y Venezuela entre 1870 y 1873 para transportar armas y hombres en su lucha contra España ) odiaba y vengó como espantoso esclavismo podría ensalzarse ahora como amor libre. El cruel sarcasmo de Foulon, (Personaje de Historia de dos ciudades, de Charles Dickens) «¡Que coman hierba!», podría representarse ahora como el grito agonizante de un vegetariano idealista. 

    Las grandes tijeras de la ciencia que cortarían los rizos de los pobres niñitos de las escuelas se acercan, cada vez más amenazantes, para cortar todas las esquinas y los flecos de las artes y los honores de los pobres. Pronto estarán retorciendo pescuezos para que se adapten a los cuellos limpios, y destrozando pies para que encajen en nuevas botas. No parecen darse cuenta de que el cuerpo es algo más que vestimenta; de que el sábado se hizo para el hombre; de que todas las instituciones serán juzgadas y condenadas por no haberse adaptado a la carne y al espíritu normales. La prueba de la cordura política consiste en conservar la cabeza. 

     La prueba de la cordura artística consiste en conservar el pelo.

     Ahora bien, la parábola y el propósito de estas últimas páginas, y sin duda de todas ellas, es ésta: afirmar que debemos empezarlo todo de nuevo enseguida, y empezar por el otro extremo. Yo empiezo por el pelo de una niña. Sé que eso es una buena cosa en cualquier caso. Cualquier otra cosa es mala, pero el orgullo que siente una buena madre por la belleza de su hija es bueno. Es una de esas ternuras inexorables que son las piedras de toque de toda época y raza. Si hay otras cosas en su contra, hay que acabar con esas otras cosas. Si los terratenientes, las leyes y las ciencias están en contra, habrá que acabar con los terratenientes, las leyes y las ciencias. Con el pelo rojo de una golfilla del arroyo prenderé fuego a toda la civilización moderna. Porque una niña debe tener el pelo largo, debe tener el pelo limpio; porque debe tener el pelo limpio, no debe tener un hogar sucio; porque no debe tener un hogar sucio, debe tener una madre libre y disponible; porque debe tener una madre libre, no debe tener un terrateniente usurero; porque no debe haber un terrateniente usurero, debe haber una redistribución de la propiedad; porque debe haber una redistribución de la propiedad, debe haber una revolución. La pequeña golfilla de pelo rojo dorado, a la que acabo de ver pasar junto a mi casa, no debe ser afeitada, ni lisiada, ni alterada; su pelo no debe ser cortado como el de un convicto; todos los reinos de la tierra deben ser destrozados y mutilados para servirla a ella. Ella es la imagen humana y sagrada; a su alrededor, la trama social debe oscilar, romperse y caer; los pilares de la sociedad vacilarán y los tejados más antiguos se desplomarán, pero no habrá de dañarse ni un pelo de su cabeza".



De Chesterton

 

No parecen darse cuenta de que el cuerpo es algo más que vestimenta; de que el sábado se hizo para el hombre; de que todas las instituciones serán juzgadas y condenadas por no haberse adaptado a la carne y al espíritu normales. La prueba de la cordura política consiste en conservar la cabeza.” G. K. Chesterton.

Del sentimiento trágico de la vida .- Miguel de Unamuno.

 

 
          
Si al morirse el cuerpo que me sustenta, y al que llamo mío para distinguirlo de mí mismo, que soy yo, vuelve mi conciencia a la absoluta inconsciencia de que brotara, y como a la mía les acaece a las de mis hermanos todos en humanidad, entonces no es nuestro trabajado linaje humano más que una fatídica procesión de fantasmas, que van de la nada a la nada

 

 

 

 Unamuno, M. de, Del sentimiento trágico de la vida, en Obras Completas, tomo VII. Editorial Escelicer, Madrid, 1966, página 134.

De Balzac

  “ Finalmente, todos los horrores que los novelistas creen que  están inventando están siempre por debajo de la verdad” .  Coronel Chabert...

– Contra hidalguía en verso -dijo el Diablillo- no hay olvido ni cancillería que baste, ni hay más que desear en el mundo que ser hidalgo en consonantes. (Luis Vélez de Guevara – 1641)

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