Diego de Silva y Mendoza, Conde de Salinas y Ribadeo.


Diego de Silva y Mendoza, conocido como Conde de Salinas y Ribadeo, duque III de Francavilla y primer marqués de Alenquer (Madrid, 1564–1630), fue un poeta y político español del Siglo de Oro.

Hijo de Ruy Gómez de Silva y de Ana de Mendoza de la Cerda, príncipes de Éboli, fue su segundo hijo varón. Su madre le favoreció frente al primogénito Rodrigo, intentando casarle con la rica heredera Luisa de Cárdenas, pero la unión se anuló a causa del tremendo carácter de esta mujer; su madre procuró asimismo que heredara de su abuelo el ducado italiano de Francavilla. Sin embargo, se conoce a Diego más como conde consorte de Salinas al casarse con Ana Sarmiento Villandrando de Ulloa en 1591. Tras morir su mujer hacia 1595, volvió a casarse en 1599 con su cuñada Marina Sarmiento, muerta también en 1600. El hijo de ambos, Rodrigo Sarmiento Villandrando de Silva, sería el octavo conde de Salinas y futuro duque de Híjar, el que se sublevó en Aragón contra Felipe IV.

Diego sostuvo pleitos contra su hermano Rodrigo y su sobrino, pues estos nunca le reconocieron como duque de Francavilla por estar asociado el ducado a la primogenitura. Felipe III nombró a Diego en

Amor, amar, amante.

Amor, amar, amante, tres formas de un mismo corazón, tres personas de una misma divinidad.
Amor sentimiento de afecto, inclinación y entrega a alguien o algo, sentimiento que nace de la gratuidad, que no recuerda el pasado, ni exige futuro, tan solo vive en un eterno y fugar presente que se extiende hasta la inmensidad del horizonte. Estela de mar que guía el camino de la existencia, efluvio que emana de los poros de la piel dando un significado a lo que no tiene significado. Ni se compra, ni se vende, ni se ofrece, ni se pierde. Donde se siembra suelen crecer las más hermosas flores, las más bellas ilusiones, las más puras oraciones. Generador de vida.
Amar, tener amor a algo o alguien. Sinónimo de entregar, regalar, compartir, sonreír y antónimo de querer, exigir, pedir. No pide, da; no sueña, es sueño; no da la felicidad, es felicidad. Conjugación verbal que se alimenta del amor, su única fuente y sustento. Se puede amar la naturaleza, la ciencia, las personas, pero en definitiva ama la vida porque es vida en sí y per se. Vida plena.
Amante, que ama, combinación de amor y amar, ladrón nocturno que roba el fuego de los dioses, huida ansiosa por encontrar lo amado, amar por encima de la vida para ser vida y fuego, para unión desinteresada. Ser soñado que sueña soñar, perseguidor del amor en el arte de amar. Carne hecha divinidad, divinidad que se manifiesta en la carne. Acción de vivir una vida plena.
            El ser humano está condenado al amor, atado a la acción de amar, es amante y no puede dejar de serlo porque está en su propia esencia. Hasta el más vil tirano no puede ocultar la esencia del amor. Miguel Navarro.

Da bienes Fortuna
que no están escritos:
Cuando pitos, flautas;
cuando flautas, pitos
¡Cuán diversas sendas
se suelen seguir
en el repartir
honras y haciendas!
A unos da encomiendas,
a otros sambenitos.
Cuando pitos, flautas;
cuando flautas, pitos.
A veces despoja
de choza y apero
al mayor cabrero;
y a quien se le antoja
la cabra más coja
pare dos cabritos.
Cuando pitos, flautas;
cuando flautas, pitos.
Porque en una aldea
un pobre mancebo
hurtó sólo un huevo,
al sol bambolea,
y otro se pasea
con cien mil delitos.
Cuando pitos, flautas;
cuando flautas pitos.
Luis de Góngora y Argote  (1581)





Cuando los elefantes sueñan con la música.

La Cuaresma es el momento ideal para confesar los pecados por lo que no puedo dejar pasar la ocasión de reconocer que, entre mis muchas faltas, debilidades y dependencias, se encuentra la de ser adicto a un programa de radio, que se emite de lunes a viernes, a las tres de la tarde, en Radio Nacional de España, Radio 3. Advierto que es peligroso para los diabéticos, pues hay tanta poesía en torno al dial que puede provocar altos grados de bienestar.
Para algunos puede ser un suplicio soportar treinta kilómetros de autovía en obras, con la velocidad limitada a ochenta, sin embargo, poco después de las tres montó en mi cabalgadura, léase coche, para disfrutar de su agradable compañía, dejarme arrastrar por un mundo diferente, quizás más real que el de un trabajo poco atrayente.
Soy pecador, con agravante y alevosía, pues no me arrepiento de mi pecado y además soy reincidente desde hace más de dos años. Bendito pecado que libera el alma con mágica sensación. En ocasiones, cuando me siento delante del ordenador, como en estos momentos, entró en alguno de sus Podcasts y sigo deleitándome escuchando algún programa que no he podido oír, o tal vez para reescuchar aquellos memorables momentos, que son tantos y tan numerosos como las estrellas del cielo, con los que se elevó mi espíritu. Cuando los elefantes sueñan con la música, de las flores se desprenden bellas melodías que embriagan el alma.
El programa en cuestión es “Cuando los elefantes sueñan con la música” autodefiniéndose como: “Latinidad y negritud para a partir de la música brasileña, acercarse a ritmos antillanos, sonidos africanos o el arte del jazz.” En sus maravillosos sesenta minutos de duración, Carlos Galilea y sus colaboradores, geniales también, nos conducen hasta ritmos como la bossa nova, samba, jazz, ritmos misteriosos de lugares donde no podía sospechar, sigo reconociendo mis culpas, hubiese música de tanta calidad.
Por sus ondas han pasado, siguen pasando, genios como Joao Gilberto, Diana Krall, Nina Simone, Caetano Veloso, Milton Nascimiento o la divina Elis Regina. Los pianos de Omar Sosa o de Ryuichi Sakamoto, saxofonistas como Ike Quebec, polifacéticos como Kyle Eastwood, guitarras como la de Misja Fitzgerald Michel, constituyen un firmamento de estrellas en el universo de los sueños.
                Canta Ella Fitzgerald algo similar a cosas difíciles de nombrar con palabras en “Two marvellous for words” y eso es lo que ocurre en estos momentos. El programa se merece mejores palabras que las que ofrece este pobre y osado hidalgo, no por pobre menos osado, para mostrar su agrado. En fin, recomiendo el programa por su buena música, por la profesionalidad de quienes lo preparan y para cambiar de sintonía despegándonos del mundo que nos rodea. Un compañero me pregunta muchas veces cómo puedo ser feliz y, entre otras muchas cosas, también estoy tentado de responder que lo soy cuando los elefantes sueñan con la música.

"Sale el sol" del musical LOS MISERABLES

Letra del tema “SALE EL SOL” del musical LOS MISERABLES.
Está copiada de oído y el final no lo tengo muy claro pero, aún con ese fallo, resulta impresionante.
Debajo cuelgo el youtube correspondiente a la canción.


“Sale el sol
Hay un destino escrito para mí
Es un calvario que no tiene fin
No puede haber peor prisión
Van tras de mí, no habrá perdón
Sale el sol

Otro día  sin tu amor
Será la muerte separarnos
Es inmenso mi dolor
Pasar la vida sin amarnos

Otro día que se va

Nos veremos otra vez

Otro día sin su aliento

Eres todo para mí

Pero nunca lo sabrá

Desde el día en que te vi

Yo no existo para él

Otra vez un día más

Debo irme con mi amor

En las libres barricadas

Cada día somos más

Ya no se  que debo hacer

Ven y lucha junto a mí

Sale el sol

Veo clara la revuelta
Pero muerta nacerá.
Con la sangre de esos chicos
Regaremos la región

Sale el sol

Es fenomenal
Es un apagón
Hoy se va a gastar
Muy poca munición
Tira por aquí
Dale por allá
Un millón de ratas
Pero tanto da


Sal y muestra tu bandera
Enseñarte mi verdad
Nunca más la rendición
Un futuro nos espera
Un futuro nacerá
Canta el pueblo su canción
Es noche al fin
Sabré luchar

Sale sol

Otro día sin su amor
Sera la muerte separarnos

Mañana qué va a ser


Mañana ya veremos qué destino nos reserva Dios
Otra vez...
Un día más...
SALE EL SOL.”







http://www.youtube.com/watch?v=aPIGONw8GLg&feature=related 


Hijos que me heredáis: la calavera
pudre, y no bebe el muerto en el olvido;
del sepulcro no come y es comido:
tumba, no aparador, es quien lo espera.

La que apenas ternísima ternera
la leche en roja sangre ha convertido,
no por ofrenda, por almuerzo os pido,
y el responso, después, de hambre muera.

Dadme aquí los olores cuando huelo;
y mientras algo soy, goce de todo:
venga el pellejo cuando sorbo y cuelo.

A engullirme mis honras me acomodo,
que dar el vino al polvo no es consuelo,
y piensan que hacen bien, y hacen lodo.

D. Francisco de Quevedo y Villegas.

Andrés Fernández de Andrada (1575-1658)

          Andrés Fernández de Andrada, nacido en Sevilla en 1575 y muerto en Méjico en 1648, fue un capitán del ejército español que se movió en el ambiente poético sevillano, donde fue admirado, y que murió en Nueva España, en la más absoluta pobreza e ignorado por todos. Se le conoce fundamentalmente como autor de una obra que figura en todas las antologías de poesía clásica española por su perfección. Se trata de la “Epístola moral a Fabio”, pieza cumbre de la epístola horaciana en España. Sus fuentes literarias vienen del Antiguo Testamento, Séneca y Horacio y representa el espíritu de tradición senequista y de ascetismo cristiano en España, invitando a la resignación de una vida en aurea mediocritas o "dorada medianía" y reflexionando sobre la brevedad de la vida y la condición humana.
Pasó de ser un poeta ignorado en su época a ocupar un lugar dentro de las figuras más importantes de nuestra literatura, al reconocérsele la autoría del poema de la Epístola Moral a Fabio; una de las más bellas páginas de nuestras letras. Al principio la autoría se atribuía a otros poetas de la época como Bartolomé Leonardo de Argensola o Francisco de Rioja, sin embargo, es Adolfo de Castro, en Cádiz, 1875, quien atina en el verdadero autor, así como posteriormente confirmaría Dámaso Alonso aportando nuevos datos sobre la cuestión.
El problema aparece con Juan José López de Sedano (1729-1801) que publicó la composición atribuyéndola a Bartolomé Leonardo de Argensola. Sin embargo, en uno de los manuscritos originales en que se conserva la Epístola hay una nota marginal del propio Bartolomé en el que se afirma que la composición no es de éste. El padre Estala atribuyó después la Epístola a Francisco de Rioja, en el año 1797. Será Adolfo de Castro quien recupere la autoría a través de un estudio sobre el epígrafe que lleva un manuscrito, fechado en octubre de 1612 y que lo define como “Copia de la carta que el capitán Andrés Fernández de Andrada escribió desde Sevilla a don Alonso Tello de Guzmán, pretendiente en Madrid, que fue corregidor en México”.
Parece ser que el sevillano Fernández de Andrade, siguió a D. Alonso Tello de Guzmán hasta Nueva España (Méjico) e incluso le sustituyó en el año 1623 como alcalde mayor de San Luis de Potosí.
La “Epístola Moral a Fabio” trata sobre el deseo del escritor hacia las pretensiones de cargos en la corte del Corregidor de la ciudad de México, Alonso Tello de Guzmán, y le invita a la búsqueda de la virtud, la resignación y el “áureo equilibrio”, cantado ya por Horacio y Fray Luis de León en sus poesías.
         El poema se desarrolla con un visible ritmo bimembre, recurriendo al artificio del braquistiquio (Braquistiquio: El braquistiquio o hemistiquio corto es la estructuración pausal más breve del verso castellano; no llega a cuatro sílabas. Se trata de un corte o pausa breve que como tal ya supone el interés del poeta por poner alguna cosa de relieve) para destacar el significado de las palabras importantes.
Fernández de Andrada, entre tercetos perfectamente encadenados y versos de gran suavidad y una perfección inmejorable, desarrolla todas sus ideas sobre el sentido de la vida, del paso del tiempo, de la figura del poeta, la felicidad, y todo aquellos conceptos que para los escritores de su época eran el tema fundamental de sus obras. Así, recurre a figuras que reflejan la fugacidad terrena, como ocurre con la breve mención que realiza sobre las ruinas Itálicas.
         Seamos conscientes que las “ruinas” son fundamentales como tema en la poesía del siglo XVII. En ellas observamos una materialización o inmediatez al tema de la fugacidad terrena (evidentia, enegeia). Son una verdad inquebrantable: nada resiste la fuerza del tiempo. Son el ejemplo palpable de vacuidad, una forma de demostrar que el pueblo que construyó esos grandes templos, y que en su momento dominaba el mundo, ahora no es nada, e incluso sus majestuosas construcciones, en escombros, no hacen otra cosa que calmar el irremediable poder del tiempo que lo destruye todo.
Hay que observar con qué densidad va hilvanando el poeta profundas ideas: el “menosprecio de Corte” y el ideal de la “vida retirada”: la consideración de la brevedad y la caducidad de la vida; el elogio de la virtud, de la austeridad; la preparación para la buena muerte…
Otro tema sobre el que se reitera es el de la muerte, siempre inminente, y la alabanza de la vida eterna, así como el desprecio por lo material, aunque, cuando su amigo obtuvo suficiente poder en Méjico, nuestro poeta siguió sus pasos con el fin de asegurarse una buena posición, actitud, por otra parte, que tampoco es reprochable. Estos motivos han sido tomados por otros poetas posteriores, de todos los tiempos, como Lorca, Cernuda, Machado, Miguel Hernández. Todos ellos escribieron elegías y comprendieron esa angustia vital que se acentúa en tiempos de crisis.
Estamos hablando de sentimientos universales de la poesía, del famoso "Sentimiento trágico de la vida" de D. Miguel de Unamuno. La perfección estilística, expresada con una estructuración lógica y coherente, no resta nada a los matices expresivos, cosa que algunas veces se suele criticar en clásicos de épocas pasadas.
Para algunos, escribir verso libre o prosa poética es sinónimo de claridad y profundidad, sin embargo, sus poemas tal vez no queden en la memoria ni sean cantados ante una multitud siglos después de morir sus autores.
¿Cuál es la originalidad de esta Epístola? ¿Dónde su mérito? Sin duda en su tono, en su expresión. Nótese, ante todo, el equilibrio entre la gravedad y la naturalidad; la hondura de los pensamientos se hace compatible con un tono casi conversacional (de conversación culta), a la que contribuye una notabilísima fluidez en la versificación. Por otra parte, el poeta alterna sabiamente las frases enunciativas, interrogativas y exclamativas, con lo que logra no sólo variedad, sino eficaces modulaciones emotivas
         Una sola composición ha bastado para situar a su autor entre las cumbres de nuestra lírica. La Epístola no hace sino barajar lugares comunes, que siglos y siglos de tradición senequista, de ascetismo cristiano, de humanas experiencias tan viejas como el mundo, habían decantado en centenares de versos y en prosas de todos los matices. Es innecesario, pues buscarle precedentes a la Epístola, porque se hallaba por doquier, ni ponderar la excelencia y profundidad de sus conceptos, porque estaban ya bien probados. Lo que hizo Andrada, con toda esa herencia de ideas y de sabiduría moral que proclamaban la vanidad de todo, fue encerrarla en unas docenas de tercetos maravillosamente impecables, en que las cosas se dicen con la palabra insustituible, con la imagen más sugeridora pero a la vez más sencilla y natural, como si brotaran de un misterioso venero, sin esfuerzo. Porque quizá esto es lo más notable de la composición: la naturalidad y sencillez con que el autor desliza las más felices expresiones como a media voz, sin darle importancia, sin pompa ni suficiencia alguna. La Epístola, del primero al último verso, fluye como una melodía de notas suaves, sin una sola estridencia.




EPISTOLA MORAL A FABIO.

Fabio, las esperanzas cortesanas
prisiones son do el ambicioso muere,
y donde al más activo nacen canas.
El que no las limare o las rompiere,
ni el nombre de varón ha merecido,
ni subir al honor que pretendiere.
El ánimo plebeyo y abatido
elija, en sus intentos temeroso,
primero estar suspenso que caído;
que el corazón entero y generoso,
al caso adverso inclinará la frente,
antes que la rodilla al poderoso.
Más triunfos, más coronas dio al prudente
que supo retirarse, la Fortuna,
que al que esperó obstinada y locamente.
Esta invasión terrible e importuna
de contrarios sucesos nos espera
desde el primer sollozo de la cuna.
Dejémosla pasar como a la fiera
corriente del gran Betis, cuando airado
dilata hasta los montes su ribera.
Aquel entre los héroes es contado
que el premio mereció, no quien le alcanza
por vanas consecuencias del estado
Peculio propio es ya la privanza
cuando de Astrea fue, cuanto regía
con su temida espada y su balanza.
El oro, la maldad, la tiranía
del inicuo, precede y pasa al bueno,
¿qué espera la virtud o qué confía?.
Vente, y reposa en el materno seno
de la antigua Romúlea, cuyo clima
te será más humano y más sereno;
adonde, por lo menos, cuando oprima
nuestro cuerpo la tierra, dirá alguno
“¡Blanda le sea!”, al derramarla encima;
donde no dejarás la mesa ayuno
cuando en ella te falte el pece raro
o cuando su pavón nos niegue Juno.
Busca, pues, el sosiego dulce y caro,
como en la oscura noche del Egeo
busca el piloto el eminente faro;
que si acortas y ciñes tu deseo,
dirás: “lo que desprecio he conseguido
que la opinión vulgar es devaneo”.
Más quiere el ruiseñor su pobre nido
de pluma y leves pajas, más sus quejas
en el bosque repuesto y escondido,
que agradar lisonjero las orejas  
de algún príncipe insigne, aprisionado
en el metal de las doradas rejas.
Triste de aquel que vive destinado
a esa antigua colonia de los vicios,
augur de los semblantes del privado.
Cese el ansia y la sed de los oficios,
que acepta el don, y burla del intento,
el ídolo a quien haces sacrificios.
Iguala con la vida el pensamiento,
y no le pasarás de hoy a mañana,
ni aun quizá de un momento a otro momento.
Casi no tienes ni una sombra vana
de nuestra grande Itálica, y ¿esperas?
¡Oh error perpetuo de la suerte humana!
Las enseñas grecianas, las banderas
del senado y romana monarquía,
murieron, y pasaron sus carreras.
¿Qué es nuestra vida más que un breve día,
do apenas sale el sol, cuando se pierde
en las tinieblas de la noche fría?
¿Qué más que el heno, a la mañana verde,
seco a la tarde? ¡Oh ciego desvarío!
¿Será que de este sueño se recuerde?
¿Será que pueda ver que me desvío
de la vida viviendo, y que esté unida
la cauta muerte al simple vivir mío?
Como los ríos, que en veloz corrida
se llevan a la mar, tal soy llevado
al último suspiro de mi vida.
De la pasada edad, ¿qué me ha quedado?
¿O qué tengo yo, a dicha, en la que espero,
sin alguna noticia de mi hado?
¡Oh, si acabase, viendo como muero,
de aprender a morir antes que llegue
aquel forzoso término postrero;
antes que aquesta mies inútil siegue
de la severa muerte dura mano,
y a la común materia se la entregue!
Pasáronse las flores del verano,
el otoño pasó con sus racimos,
pasó el invierno con sus nieves cano;
las hojas que en las altas selvas vimos
cayeron, ¡y nosotros a porfía
en nuestro engaño inmóviles vivimos!
Temamos al Señor, que nos envía
las espigas del año y la hartura,
y la temprana lluvia y la tardía.
No imitemos la tierra siempre dura,
a las aguas del cielo y al arado,
ni la vid cuyo fruto no madura.
¿Piensas acaso tú que fue criado
el varón para el rayo de la guerra,
para surcar el piélago salado,
para medir el orbe de la tierra
y el cerco por do el sol siempre camina?
¡Oh, quien así lo entiende, cuánto yerra!
Esta nuestra porción alta y divina
a mayores acciones es llamada
y en más nobles objetos se termina.
Así aquella que a solo el hombre es dada
sacra razón y pura me despierta,
de esplendor y de rayos coronada;
y en la fría región, dura y desierta,
de aqueste pecho enciende nueva llama,
y la luz vuelve a arder que estaba muerta.
Quiero, Fabio, seguir a quien me llama,
y callado pasar entre la gente,
que no afecto los nombres ni la fama.
El soberbio tirano del Oriente,
que maciza las torres de cien codos,
del cándido metal puro y luciente,
apenas puede ya comprar los modos
del pecar. La virtud es más barata:
ella consigo misma ruega a todos.
¡Mísero aquel que corre y se dilata
por cuantos son los climas y los mares,
perseguidor del oro y de la plata!
Un ángulo me basta entre mis lares,
un libro y un amigo, un sueño breve,
que no perturben deudas ni pesares.
Esto tan solamente es cuánto debe
naturaleza al parco y al discreto,
y algún manjar común, honesto y leve.
No, porque así te escribo, hagas conceto
que pongo la virtud en ejercicio:
que aun esto fue difícil a Epicteto.
Basta, al que empieza, aborrecer el vicio,
y el ánimo enseñar a ser modesto;
después le será el cielo más propicio.
Despreciar el deleite no es supuesto
de sólida virtud, que aun el vicioso
en si propio le nota de molesto.
Mas no podrás negarme cuán forzoso
este camino se el alto asiento,
morada de la paz y del reposo.
No sazona la fruta en un momento
aquella inteligencia que mensura
la duración de todo a su talento:
flor la vimos primero, hermosa y pura;
luego, materia acerba y desabrida;
y perfecta después, dulce y madura.
Tal la humana prudencia es bien que mida
y comparta y dispense las acciones
que han de ser compañeras de la vida.
No quiera Dios que siga los varones
que moran nuestras plazas, macilentos,
de la virtud infames histriones,
esos inmundos trágicos y atentos
al aplauso común, cuyas entrañas
son infaustos y oscuros monumentos.
¡Cuán callada que pasa las montañas
el aura, respirando mansamente!
¡Qué gárrula y sonante por las cañas!
¡Qué muda la virtud por el prudente!
¡Que redundante y llena de ruido
por el vano, ambicioso y aparente!
Quiero imitar al pueblo en el vestido,
en las costumbres sólo a los mejores,
sin presumir de roto y mal ceñido.
No resplandezca el oro y los colores
en nuestro traje, ni tampoco sea
igual al de los dóricos cantores.
Una mediana vida yo posea,
un estilo común y moderado,
que no le note nadie que le vea.
En el plebeyo barro mal tostado,
hubo ya quien bebió tan ambicioso
como en el vaso murrino preciado;
y alguno tan ilustre y generoso
que usó como si fuera vil gaveta,
del cristal transparente y luminoso.
Sin la templanza ¿viste tú perfecta
alguna cosa? ¡Oh muerte! ven callada
como sueles venir en la saeta;
no en la tonante máquina preñada
de fuego y de rumor; que no es mi puerta
de doblados metales fabricada.
Así, Fabio, me muestra descubierta
su esencia la verdad, y mi albedrío
con ella se compone y se concierta.
No te burles de ver cuánto confío,
ni al arte de decir, vana y pomposa,
el ardor atribuyas de este brío.
¿Es por ventura menos poderosa
que el vicio la virtud, o menos fuerte?
No la arguyas de flaca y temerosa.
La codicia en las manos de la suerte
se arroja al mar, la ira a las espadas,
y la ambición se ríe de la muerte.
Y ¿no serán siquiera tan osadas 
las opuestas acciones, si las miro
de más ilustres genios ayudadas?
Ya, dulce amigo, huyo y me retiro
de cuanto simple amé; rompí los lazos.
Ven y verás al grande fin que aspiro,
antes que el tiempo muera en nuestros brazos.
Andrés Fernández de Andrada

A Valencia.

Hoy, por cuestiones que no vienen al caso, he pasado un par de veces delante de las puertas de Serrano y, en lo alto de sus almenas, la bandera de Valencia se mecía bajo el influjo de una suave brisa. Aún con el riesgo de parecer ingenuo, iluso, o tal vez tonto, he inclinado la frente, en ambas ocasiones, como señal de respeto a esta ciudad donde se entremezclan pasado y futuro, ilusión y esperanza, vitalidad y alegría.
Como preludiando la primavera, las fallas ocupan sus posiciones en calzadas y plazas, en avenidas y calles, en sueños de poetas y críticas satíricas. Los viejos muros de la ciudad abren sus puertas a sueños de color, a versos robados al viento, a palomas que alzan el vuelo asustadas por el ruido de la pólvora, a músicas de moros y cristianos, de pasodobles y pasacalles, y la Virgen de los Desamparados, patrona de la ciudad, se engalana con rosas, claveles y jazmines que ofrendan bellas mujeres mediterráneas. Pronto una avalancha humana inundará la ciudad ahogando penas y desengaños bajo la embriaguez festiva de la quema de monumentos. Pero aún cuando se hayan marchado los últimos visitantes, Valencia seguirá viva en el recuerdo de cada uno de ellos, pues a Valencia solo se la puede recordar conjugando el verbo amar.
Toda ella es un festín de color, de luz, de mar. Urbe entrañable de álamos, chopos, palmeras, colores vivos como la propia vida, rojos, azules, amarillos, naranjas. Mostrará estos días una sociedad multicultural donde tienen cabida todas las gentes de buena voluntad que, algunos curiosos, otros reincidentes, acuden al sonido de la mascletá, al grito de la fiesta que lanza la fallera mayor, reivindicando un mundo mejor por encima de todos, sobre todo, y para todos.
Así es la Valencia cristiana, la de San José el carpintero, el obrero cabeza de familia que ganaba el pan con el sudor de su frente. Esa es la ciudad que queremos, la del trabajo nuestro de cada día, que perdona las faltas de los enemigos y construye sin pausa un futuro esperanzador. Ese gremio de carpinteros que quema sus despojos para alumbrar nuevos mañanas, esos pescadores que lanzan sus redes sin temer el desafío del mar bravío, ese pueblo de hortalizas y naranjas que se derraman sobre nuestros corazones, en fin , ese pueblo vital que se levanta al salir el sol regalando su felicidad a diestro y siniestro.
Valencia, mi querida Valencia, esa Valencia mía, esa Valencia nuestra, tan española, tan levantina, tan mediterránea, enlace de culturas, puente itálico, abrazadora de ensoñaciones festivas, trabajadora y rebelde ante las injusticias, creyente y generosa, dulce amante y bella compañera. Sí, hoy he inclinado mi cabeza a tu paso y podrán pensar lo que quieran, más sigo creyendo que lo has merecido y que lo sigues mereciendo.
Miguel Navarro.













San Juan de la Cruz (Llama de amor viva)

Llama de amor viva

¡Oh llama de amor viva,
que tiernamente hieres
de mi alma en el más profundo centro!
Pues ya no eres esquiva,
acaba ya, si quieres;
¡rompe la tela de este dulce encuentro!

¡Oh cauterio suave!
¡Oh regalada llaga!
¡Oh mano blanda! ¡Oh toque delicado,
que a vida eterna sabe,
y toda deuda paga!
Matando. Muerte en vida la has trocado.

¡Oh lámparas de fuego,
en cuyos resplandores
las profundas cavernas del sentido,
que estaba oscuro y ciego,
con extraños primores
calor y luz dan junto a su Querido!

¡Cuán manso y amoroso
recuerdas en mi seno,
donde secretamente solo moras
y en tu aspirar sabroso,
de bien y gloria lleno,
cuán delicadamente me enamoras!

Rodrigo Caro

RODRIGO CARO (1573-1647)


Rodrigo Caro (Utrera, 1573 - Sevilla, 10 de agosto de 1647), poeta, historiador, abogado y sacerdote católico.
Estudió cánones en la Universidad de Osuna, donde se matriculó en 1590, y desde 1594 en la de Sevilla, donde se graduó en 1596, después de que, a la muerte de su padre, fuera recogido por su tío Juan Díaz Caro, que vivía en Sevilla.
Fue abogado eclesiástico entre 1596 y 1620, y no le faltó trabajo, pues atendió en ese periodo siete pleitos al año. Mantuvo a su madre y a ocho hermanos y todavía no recibía la protección de quien habría de ser su mecenas, el duque de Alcalá.
Fue ordenado sacerdote a lo más tardar en 1598 y recibió un beneficio eclesiástico en la parroquia de Santa María de Utrera. Consiguió ser nombrado abogado del concejo municipal de su villa y en 1619 empezó a trabajar como censor de libros.
Fue visitador general de la archidiócesis (una especie de inspector de iglesias) y en junio de 1627 se trasladó a Sevilla, donde se desempeñó además como juez de testamentos.
Otras comisiones del arzobispado le acarrearon diversas amarguras y un pequeño destierro a Portugal.
En 1645 renunció a su capellanía por no poderla atender, debido a una enfermedad de estómago que se le fue agravando. Murió dos años después a los 74 años de edad, el 10 de agosto de 1647.
Mantuvo relación con numerosos autores, como Francisco de Rioja, quien le dio largas constantemente en su petición de una capellanía real y del cargo de cronista de Indias; Francisco de Quevedo, a quien conoció en un viaje que este hizo a Sevilla con el rey en 1624; Francisco Pacheco, etc.
Fue, sobre todo, arqueólogo, anticuario e historiador; tenía una gran biblioteca de clásicos y hasta un pequeño museo y escribió tanto en latín como en castellano.

Obra

Prosa
Sus principales obras en prosa incluyen, entre otras:
“Claros varones en letras, naturales de la ciudad de Sevilla”, una colección de biografías de ilustres personajes sevillanos; “Tratado de la antigüedad del apellido”, “Memorial de Utrera”, “Veterum Hispaniae Deorum Manes sive Reliquiae”, “Relación de las inscripciones y antigüedad de la Villa de Utrera”, “El santuario de Nuestra Señora de la Consolación”, “Antigüedades y principado de la Ilustrísima ciudad de Sevilla y corografía de su convento jurídico o antigua Chancillería” (Sevilla, 1634)
Un especial interés guardan sus “Días geniales o lúdicros” por la enorme cantidad de materiales folclóricos que contiene, ya que es un tratado sobre los juegos infantiles y adultos en general que incluye también festejos, supersticiones, creencias, fiestas de toros, costumbres y celebraciones populares, todo servido con una profunda erudición. La obra circuló solamente en versión manuscrita y está escrita en una prosa digna de los mejores autores de nuestros Siglos de Oro; estaba definitivamente acabada en 1626. La Sociedad de Bibliófilos Andaluces la publicó de forma deficiente (Sevilla, 1884); Jean Pierre Etienvre publicó una edición más rigurosa (Madrid, 1978) en dos volúmenes.

Poesía
En el campo de la poesía escribió sobre la historia y riquezas de las ciudades andaluzas de Carmona, Utrera y Sevilla, así como sonetos y poemas laudatorios a San Ignacio de Loyola. Utilizó motivos propios de la canción de amor erótica para manifestar su entrega a Cristo y también escribió romances burlescos, como el que relata la aventura que le aconteció en 1627 en la torre de la Membrilla, junto al río Guadaíra. Escribió poemas mitológicos divertidos como “Cupido pendulus”, epístolas en verso, poemas a advocaciones marianas de Utrera, etc.

“Cupido pendulus”
“Cupido pendulus” es un divertido episodio mitológico en el que sobresale el rasgo más original de la poesía de Caro, el animismo de los objetos, al cobrar vida una estatua romana de Venus que ansiaba poseer (que guardaba un amigo suyo en Sanlúcar de Barrameda), y las de otros dioses antiguos de su museo particular, como un relieve antiguo aparecido en Lebrija que interpretó como una escena del dios Cupido en posición de recibir un azote en el culo desnudo.
          Como en la Canción a las ruinas de Itálica, en Cupido late su sincero entusiasmo por los restos arqueológicos de la Antigüedad, que tienen un misterioso poder de evocación del pasado, transportando al poeta al mundo mitológico greco-romano.
          El poema había permanecido inédito debido a su contenido lujurioso en las alusiones a Cupido, “que hace daño con el falo o la flecha”, al que las Bacantes encierran en Lebrija en castigo por los crímenes amorosos que comete, sin que pueda liberarlo su madre Venus, a la que su esposo Vulcano, dolido porque lo engañara con Marte, encierra desnuda en Luciferi fanum, el santuario del Lucero (el planeta Venus) que existió en Sanlúcar de Barrameda.
El principal interés del poema consiste pues en la recreación que hizo su autor del pasado mítico en la Bética, conmovido por la presencia de los restos arqueológicos y basándose en su erudición sobre la Geografía y la Historia de la antigua Bética.

“Canción a las ruinas de Itálica”
Se le recuerda sobre todo por la “Canción a las ruinas de Itálica” que, brotando de aquella pasión suya por la Arqueología, ha pasado a todas las antologías. Se trata, sin duda, de una  pieza maestra en su género, de complicada historia textual (fue retocada por su autor varias veces). Evoca lo que queda de aquella ciudad romana –cercana a Sevilla–,, los restos de sus murallas y edificios, comparando su ruina con las de Troya, Atenas o Roma.
Caro encontró la forma perfecta de expresar sus pensamientos sobre el impacto que le produjeron las ruinas de este emblemático lugar del pasado. El poema está lleno de motivos ilustres y hallazgos expresivos que justifican su fama: la presencia del interlocutor Fabio, que da altura moral al texto; el tópico del ubi sunt? con sus interrogaciones retóricas; el eco del nombre "Itálica", hábil recuerdo de Virgilio y Garcilaso; la gravedad del tono y la cuidada estructura de muchos versos hacen de esta poesía una de las mejores de su época.
Sin embargo, por debajo del tema tan barroco (y tan romántico) de las ruinas, late el sentimiento de la fugacidad e inconsistencia de lo terreno. En conjunto esta poesía –que hoy llamaríamos “culturalista”– es de una notable perfección que puede resultar fría; con todo, contiene versos muy bellos en los quela emoción se condensa

CANCION A LAS RUINAS DE ITALICA

Estos Fabio, ¡ay dolor!, que ves ahora
campos de soledad, mustio collado,
fueron un tiempo Itálica famosa.
Aquí de Cipión la vencedora
colonia fue. Por tierra derribado
yace el temido honor de la espantosa
muralla, y lastimosa
reliquia es solamente.
De su invencible gente
sólo quedan memorias funerales,
donde erraron ya sombras de alto ejemplo.
Este llano fue plaza; allí fue templo;
de todo apenas quedan las señales.
Del gimnasio y las termas regaladas
leves vuelan cenizas desdichadas;
las torres que desprecio al aire fueron
a su gran pesadumbre se rindieron.

Este despedazado anfiteatro,
impío honor de los dioses, cuya afrenta
publica el amarillo jaramago,
ya reducido a trágico teatro,
¡oh fábula del tiempo!, representa
cuánta fue su grandeza y es su estrago.
¿Cómo en el cerco vago
de su desierta arena
el gran pueblo no suena?
¡Dónde, pues fieras hay, está el desnudo
luchador? ¡Dónde está el atleta fuerte?
Todo desapareció, cambió la suerte
voces alegres en silencio mudo;
mas aun el tiempo da en estos despojos
espectáculos fieros a los ojos
y miran tan confusos lo presente,
que voces de dolor el alma siente.

Aquí nació aquel rayo de la guerra,
gran padre de la patria, honor de España,
pío, felice, triunfador Trajano,
ante quien muda se postró la tierra
que ve del sol la cuna, y la que baña
el mar también vencido gaditano.
Aquí de Elio Adriano,
de Teodosio divino,
de Silio peregrino
rodaron de marfil y oro las cunas.
Aquí ya de laurel, ya de jazmines
coronados los vieron los jardines
que ahora son zarzales y lagunas.
La casa para el César fabricada,
¡ay!, yace de lagartos vil morada.
Casas, jardines, césares murieron,
y aun las piedras que de ellos se escribieron.

Fabio, si tú no lloras, pon atenta
la vista en luengas calles destruidas,
mira mármoles y arcos destrozados,
mira estatuas soberbias, que violenta
Némesis derribó, yacer tendidas,
y ya en alto silencio sepultados
sus dueños celebrados.
Así a Troya figuro,
así a su antiguo muro,
y a ti, Roma, a quien queda el nombre apenas,
¡oh patria de los dioses y los reyes!
Y a ti, a quien no valieron justas leyes,
fábrica de Minerva sabia Atenas,
emulación ayer de las edades,
hoy cenizas, hoy vastas soledades:
que no os respetó el hado, no la muerte,
¡ay!, ni por sabia a ti, ni a ti por fuerte.

Mas, ¿para qué la mente se derrama
en buscar al dolor nuevo argumento?
Basta ejemplo menor, basta el presente,
que aún se ve el humo aquí, aun se ve la llama,
aun se oyen llantos hoy, hoy ronco acento.
Tal genio o religión fuerza la mente
de la vecina gente
que refiere admirada
que en la noche callada
una voz triste se oye que llorando
“Cayó Itálica”, dice; y lastimosa
Eco reclama “Itálica” en la hojosa
selva que se le opone, resonando
“Itálica”, y el caro nombre oído
de Itálica, renuevan el gemido
mil sombras nobles en su gran ruina.
¡Tanto aun la plebe a sentimiento inclina!

Esta corta piedad que, agradecido
huésped, a tus sagrados manes debo,
les dó y consagro, Itálica famosa.
Tú (si lloroso don han admitido
las ingratas cenizas de que llevo
dulce noticia asaz, si lastimosa)
permíteme, piadosa
usura a tierno llanto,
que vea el cuerpo santo
de Geroncio, tu mártir y prelado.
Muestra de su sepulcro algunas señas
y cavaré con lágrimas las peñas
que ocultan su sarcófago sagrado.
Pero mal  pido el único consuelo
de todo el bien que airado quitó el cielo.
¡Goza en las tuyas sus reliquias bellas
para envidia del mundo y las estrellas!



El bruto, que en la paz..

EL BRUTO, QUE EN LA PAZ…


El bruto, que en la paz la tierra ofende
con el hierro pendiente de la esteva,
grano os adora, si incapaz no os prueba,
porque os conoce bien, si bien no entiende:

pero el que militar, Señor, enciende
el pecho en ira donde el Julio nieva,
los duros dientes en el grano ceba
que su medula a lo brutal defiende.

Sacramentario hereje, monstruo horrendo,
del caballo y el buey lo peor tomas,
que es no adorar el grano y no proballo:

El buey tu obstinación está arguyendo,
venera a Cristo, aunque jamás le comas,
y antípoda serás de tu caballo.


De Balzac

  “ Finalmente, todos los horrores que los novelistas creen que  están inventando están siempre por debajo de la verdad” .  Coronel Chabert...

– Contra hidalguía en verso -dijo el Diablillo- no hay olvido ni cancillería que baste, ni hay más que desear en el mundo que ser hidalgo en consonantes. (Luis Vélez de Guevara – 1641)

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