Regreso
tras largos paseos por el cauce de un rio sinuoso, manso, acompañado por hadas
que revoloteaban entre las flores, por duendes traviesos, por gnomos escondidos
en cañaverales, donde emanaban aromas a tomillo, espliego y romero; donde volaban,
cuando aparecían, patos y alguna garza despistada.
Regreso
para lo bueno y lo malo, con los mismos defectos y alguna virtud todavía
desconocida, con dos bodas en la mochila y un entierro indigesto. Regreso como regresan las oscuras golondrinas a tu balcón sus
nidos a colgar, como las hojas de los chopos que retornan a sus raíces
otoñales. Regreso después de pasar mis últimas
tardes con Teresa (Juan Marsé 1966) hasta que el murciano fue detenido por el robo
de una vulgar motocicleta; retorno después de sufrir los complicados
padecimientos de Raskólnikov (Crimen y Castigo – Dostoyevski 1866) por su
horrendo crimen; vuelvo después de divertirme con las desventuras del diablo
Cojuelo (Luis Vélez de Guevara 1641) por la España del Barroco.
Regreso
a la jungla de asfalto y hormigón, de vestidos multicolores y pantalones
ceñidos, de sueños interruptus y pasiones grisáceas, de recortes flatulentos y
opresiones continuas, de miseria y grandezas, de pequeñeces y memeces.
Regreso
con la fe renovada en Nuestra Señora Santa María de la Incomprensión, la
esperanza puesta en un bebe que quiere seguir aunque sea en un mundo cruel y la
caridad de unos ojos brillantes a la luz de la luna como el primer día, como el
primer instante.
Regreso
si me dejan y si te dicen que caí (de nuevo Marsé 1973) búscame allí donde las
montañas se confunden con el cielo invitando a soledad.
Regreso,
regresé.
Fragmentos “Últimas
tardes con Teresa”
“…todavía estarían
pagando las consecuencias, todavía arrastrarían trabajosamente, aburridamente,
cierto prestigio estéril conquistado durante aquellas gloriosas fechas, una
gran lucidez sin objeto, un foco de luz extraviado en la noche triste de la
abjuración y la indolencia desintegrándose poco a poco en bares de moda con la
otra integración a la vista (la europea, de cuyas bondades, si llegaban un día,
ellos y sus distinguidas familias serían los primeros en beneficiarse),
oxidándose como monedas falsas, babeando una inútil madurez política,
penosamente empeñados en seguir representando su antiguo papel de militantes o
conjurados más o menos distinguidos que hoy, injustamente, presuntas
aberraciones dogmáticas han dejando en la cuneta.”
“Pero la juventud muere
cuando muere su voluntad de seducción, y cansado, aburrido de sí mismo, aquel
esplendoroso fantasma del tormento se convertiría con el tiempo en el fantasma
del ridículo personal, en un triste papagayo disecado, atiborrado de alcohol y
de carmín de niñas bien, en los miserables restos de lo que un día fue espíritu
inmarcesible de la contemporánea historia universitaria.”
“En la mesa surgió una
discusión a propósito de la indignación del hombre actual. Luis opinaba que el
español había perdido su fabulosa capacidad de indignación, que todo lo
aguanta, que ya no se indigna por nada. Jaime Sangenís le dio la razón, Leonor
les hizo observar que, a su entender, existía aún en el país cierta capacidad
de indignación, pero que había que admitir que ya no era viril, no era nacional.”
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