Catalina de Cardona, la madre buena o la venerable olvidada.

Catalina de Cardona, la madre buena o la venerable olvidada.

Fuentes:
Wikipedia.
Vida de la madre Catalina de Cardona por fray Juan de la Miseria. Texto del siglo XVI (Bancroft Library, UCB, Fernán Núñez Collection, vol. 143) Antonio CORTIJO OCAÑA (University of California, Santa Barbara) y Adelaida CORTIJO OCAÑA (University of California, Berkeley)
Dicenda. Cuadernos de Filología Hispánica 21año 2003, 21 21-34
http://rumboalvcentenarioteresiano.blogspot.com.es/
http://www.villalgordodeljucar.com/
Libro de las Fundaciones, Santa Teresa de Jesús, capítulo 28.


Doña Catalina de Cardona
   
Conocida como Beata Catalina de Cardona, no ha sido beatificada oficialmente, y es reconocida como venerable. “Beata" era el nombre que recibían las mujeres laicas que adoptaban un estilo de vida retirada y religiosa y, a partir de esta denominación se ha originado la confusión.
Estas mujeres vivían en un ambiente de reforma espiritual y estaban influidas por las ideas de la contrarreforma; dejaban la vida mundana por la monástica o la 'eremítica, llegando a extremos de extrema austeridad.
Su fama de santidad y milagros se extendió por toda España. Entre sus admiradores más sinceros se cuentan san Pedro Alcántara y santa Teresa de Jesús.
En principio su vida fue divulgada por los primitivos carmelitas descalzos, y también por S. Teresa, como legendaria palaciega que asombró por penitencias a toda España.
A pesar de ello, sólo se conocía una breve reseña bio-bibliográfica sobre la beata carmelita publicada en el Diccionario de Historia Eclesiástica de España (Quintín Aldea Vaquero, 1972)
            Sin embargo, llama la atención que la vida de la madre Catalina de Cardona también aparece en un manuscrito de la “Fernán Núñez Collection” (FNC) de la Biblioteca Bancroft de la Universidad Californiana de Berkeley. En esta colección hay un relato de su vida de gran importancia en cuanto a que fue escrito por el gran pintor de santa Teresa de Jesús, fray Juan de la Miseria (el napolitano Jan Narduck, nacido en Casarciprano, 1526, y fallecido en Madrid el 15-IX-1616).

El texto es de sumo interés por el relato fresco que se nos hace de la vida de la madre (dictado por la propia Catalina)  y en él se detecta a todas luces que fue redactado por un italiano, pues los italianismos que salpican la narración son abundantes. Una versión del estudio realizado sobre la madre Catalina se presentó como ponencia en el homenaje a Francisco Márquez Villanueva que le hizo el Colegio Complutense en la Universidad de Harvard (Los quilates de su oriente) en el enero del 2003.
En la Colección pudo entrar por varios conductos. Uno de ellos sería la amistad del duque de Frías con la familia Cardona o con la de los príncipes de Salerno. En la FNC se guardan además numerosas obras que se relacionan con el reino (virreinato) de Nápoles, habida cuenta del nombramiento como virrey de dicho lugar del condestable Velasco.
Son también abundantísimas las obras en italiano que tratan sobre España (fundamentalmente relaciones geográficas sobre la Península Ibérica), así como existen también obras literarias escritas en italiano. Por otra parte, no puede olvidarse un posible contacto carmelita. Así, recordemos que san Juan de la Cruz tiene una aparición en la FNC al incluirse en la misma una Historia de Medina del Campo en que se hace mención del santo y de su hermano.
Cualquiera de esos conductos (con preferencia el primero mencionado) podría avalar la presencia en la FNC de este relato carmelita.
Probablemente nació en Nápoles, aunque existen sospechas de que pudo ser en Barcelona, lo único cierto es que fue en 1519. Hija natural de Don Ramón de Cardona, este la ocultó en un convento de capuchinas de Nápoles, de donde salió para contraer matrimonio.
Muy devota, influyó en su marido, que cambió su manera de vivir, pero murió muy pronto. Viuda, regresó al convento de las capuchinas, donde vive como seglar, pero se entregara a la espiritualidad y la religión.
Pertenece a ese grupo de monjas y beatas que abundó en Castilla y Extremadura en las postrimerías del siglo XVI y comienzos del XVII. Durante numerosos años vivió en una cueva.
De la notable familia catalana de los Cardona, de entronque real aragonés, su padre. D. Ramón de Cardona, fue general de las tropas españolas en Nápoles. Catalina, por rama paterna, pertenecía a la ilustre familia de los Cardona, a la rama de los barones de Bellpuig, cuyo primer barón fue Gondevaldo de Anglesona: La Baronía de Bellpuig, que andando los tiempos vino a recaer en la casa de Cardona, ya existía con anterioridad a 1139.
Hugo de Cardona, decimotercero barón, casó con doña Elfa de Perellós, de la que tuvo como tercer hijo a Ramón de Cardona, decimosexto barón de Bellpuig, primer duque de Soma, que a su vez casó con doña Isabel Enríquez de Requesens, condesa de Palamós. El hecho de ser llevada a Nápoles y no ser criada por la esposa de su padre hace indicar que pudiese ser hija ilegítima de Ramón.
Su padre, el «Gran Capitán» catalán, venció, al frente de la escuadra, en Mazalquivir,
distinguiéndose luego como virrey en Nápoles, cargo que le confiara Fernando el Católico. Después fue general en jefe de la Santa Liga, para cuyo cargo le nombró el Pontífice Julio II. Vencedor en Toscana, Florencia, Sena, Luca y Verona, rindió después a Perquera y Lirengo. En 1513 tomó a Milán, a la sazón ocupada por los franceses; devolvió a Génova su libertad, rindió a Venecia y sentó su soberanía en Bérgamo. El rey don Fernando el Católico le nombró su testamentario, en instrumento otorgado en Barcelona el 26 de abril de 1515. Carlos V le concedió el Toisón de Oro y le nombró capitán general del reino de Sicilia y gran almirante de Nápoles; esto último como título honorífico a perpetuidad, que se conservó en sus sucesores. También ostentó el título de conde de Olivito. El sepulcro de este don Ramón de Cardona en la villa de Bellpuig es uno de los más bellos y suntuosos de España, habiendo sido declarado monumento nacional.
Cuando Catalina tenía trece años, y ya muerto su padre, quisieron casarla con un rico geltilhombre, que murió de “un dolor de costado”. Entonces Catalina se refugió en un convento de capuchinas de Nápoles, «no para ser monja, porque no tenía vocación entonces para ello, sino para vivir desobligada del siglo y ocupada en Dios»
A fines del reinado de Carlos V el príncipe de Salerno, don Fernando de San Severino, el mayor señor del reino de Nápoles, se pasa al lado de
Francia. Enterándose el rey español del agravio, el príncipe de Salerno huye a Francia y sus estados de Nápoles quedan confiscados por España. Felipe II manda pasar a Valladolid a la princesa, donde se encontraba la corte, gobernada por doña Juana, hermana del rey. Logra ésta convencer a su prima, doña Catalina de Cardona, reticente a salir de Nápoles, para que partan a España, entrando en la corte en 1557.
Mientras están en la Corte son visitadas por Agustín Cazalla, quien les expone sus doctrinas, que no compartía la piadosa mujer, provocando varias polémicas. Se trata de un momento crucial para la historia de España y es recomendable, entre otros textos, acceder a la “Carta sobre la confesión del doctor Agustín de Cazalla” de fray Alonso de la Carrera (1559), único texto conocido que relata los últimos momentos y confesión del ilustre luterano.
Al fallecer la princesa de Salerno, el rey dejó encomendada Catalina a los príncipes de Éboli, en cuyo palacio de Madrid comenzó su plan de penitencias y le fue confiada la educación del príncipe de Éboli, Rui-Gómez de Silva, así como de los príncipes D. Carlos y D. Juan de Austria; este último la recordaba con el cariñoso título de «madre».
Teniendo noticia de estas penitencias, el príncipe Rui-Gómez quiso una noche interrumpirle el ejercicio, porque había durado mucho. Cuando ya estaba cerca le detuvo el espanto, y volvióse tan aprovechado que de allí adelante la procuraba imitar como podía, no sólo en la disciplina sino en otras virtudes».
Catalina hizo rigurosa penitencia, pues «no comía carne, ayunaba cuatro días en la semana y en ellos no comía sino unas berzas cocidas y algunos días pasaba sin comer cosa alguna. Otras veces hacía de harina unas tortillas que cocía en el rescoldo. Dormía en un jergón de paja, no traía camisa de lienzo sino de sayal pardo. Ceñíase con cadenas de hierro. Rezaba los Salmos Penitenciales, el Oficio de Difuntos y de Nuestra Señora y del Espíritu Santo.
Catalina se hace cargo de las joyas del príncipe y su ropero. Éste le da permiso para que reparta limosnas y «usando de esta facultad repartía con los hospitales de aquellos bienes, curaba enfermos, casaba huérfanas y daba de comer a pobres con cuidado de que la mujer del príncipe no se enterase»
Cansada de la vida en palacio ruega a Dios la saque de allí y un Cristo habla con ella y le dice: «Dexa el palacio: “Vete a una cueva para que más libremente te des a la oración y penitencia”. Le entran dudas de su retirada al desierto y decide consultar a sus confesores; se resuelve a tratar el caso con el padre fray Francisco de Torres, de la Orden de San Francisco («a quien nuestra Madre Santa Teresa tuvo por santo»). También se confesó con fray Pedro de Alcántara, que la animó a su vocación.
Recorriendo con los príncipes la Alcarria conoció en la ermita de la Vera Cruz de Alcalá de Henares al sacerdote romero Padre Piña, a quien confió sus propósitos de huir de palacio para hacer penitencia, y éste, con ayuda de otro clérigo manchego, Martín Alonso, que había sido capellán de los príncipes de Éboli, la ayudaron a huir, en 1562, del palacio en Pastrana (Guadalajara), la condujeron a unos parajes del término de La Roda, a los márgenes del Júcar, «vestida en hábito de hombre», y allí la dejaron en una cueva, con tres panes por provisión. Consumidos éstos, se mantuvo de hierbas, hasta que la halló el pastor Benítez, que cada tres días la proveía de pan.
Francisco de Santa María relata así la escapada del palacio de Rui-Gómez: Catalina piensa en  vestirse de hombre para morar en el desierto, tomando el ejemplo de santa Eugenia y de santa Eufrosina. Aprovechando que el príncipe Rui-Gómez tenía que ir a Estremera, villa de la Alcarria, que había comprado para aumentar su estado, pide que la lleve con él y con la princesa su mujer, para huir del bullicio de palacio. En Estremera consulta con el padre Piña. Pide consejo y ayuda para llevar a cabo su deseo al padre Martín Alonso, natural de La Roda, que había sido capellán de Rui-Gómez. Dejándola los dos sacerdotes vestida de hombre, Piña vuelve a su ermita y Martín Alonso a Madrid, donde vivía.
Señalan el día en que Catalina debe salir del palacio y deciden esperarla en una parte secreta para no ser vistos, para emprender el viaje. Es sacada del palacio por el Cristo que lleva colgado al cuello a través de una ventana cerrada. Van caminando hacia el obispado de Cuenca, buscando la villa de La Roda. Al llegar a ella escoge una cueva como habitación («en esta cueva en el término de la Villa de Vala de Rey, de quien distaba cuatro leguas, y dos de La Roda, un tiro de arcabuz del deleitoso y torcido río Júcar, poco más de media legua del Monasterio de la Fuensanta, que pocos años antes habían fundado los religiosos trinitarios en aquellas soledades —mercenarios le dijeron a nuestra Madre Santa Teresa, y lo dice tratando de la fundación en Villanueva de la Jara; pero no le hicieron buena relación. Acomodada la covezuela se partieron los dos sacerdotes, dejando tres panes al nuevo ermitaño.
Santa Teresa recogió la fama de sus penitencias y las refirió en las Fundaciones, capítulo 28 cuyos fragmentos copio y pego al final del artículo.
Toda España, incluyendo a santa Teresa de Ávila, quedó fascinada por el rechazo del mundo de la beata y por su corajinosa perseverancia en el monte. La bienaventurada madre Teresa, al ver que doña Catalina de Cardona hacía grandes penitencias, deseó mucho imitarla en esto, contra el parecer de su confesor, que se lo prohibía y al cual estaba tentada de desobedecer en este punto, y Dios le dijo: «Hija mía, tienes un camino recto y seguro. ¿Ves la penitencia que ella hace? Pues bien, yo hago más caso de tu obediencia.» Por su parte, gustaba tanto de esta virtud, que, además de la obediencia que debía a sus superiores, hizo un voto especial de obedecer a un excelente varón, y se obligó a seguir su dirección y guía, de lo que quedó infinitamente consolada; cosa que, después de ella, han hecho muchas almas buenas, las cuales, para mejorar sujetarse a Dios, han sometido su voluntad a la de sus siervos, lo que Santa Catalina de Sena alaba en gran manera en sus Diálogos. La devota princesa Santa Isabel se sujetó, con extremada obediencia, al doctor maestro Conrado, y uno de los avisos que el gran San Luis dio a su hijo, antes de morir, fue éste: «Confiésate con frecuencia, elige un confesor idóneo, que pueda enseñarte con seguridad las cosas que te son necesarias.» (San Francisco de Sales, I, IV)
Permanece ignorada entre 1562 y 1566. En este año fue hallada su cueva por mediación de un pastor, Benítez (según el relato de Santa María). El padre maestro Vega, de la Orden de la Santísima Trinidad, va a visitarla y publica su nombre y sus obras. «Sabiéndose ya que era mujer comenzaron a llamarla la buena mujer. Ella misma se apellidaba mujer pecadora, y así firmaba las cartas»
Corrida la fama, las gentes del contorno acudían en multitud. «Venía día, dice Santa Teresa, estar todo el campo lleno de carros». Su cueva se convirtió en centro de peregrinación desde toda España, incluyendo «los grandes de Castilla». Parecen confirmarse incluso varios milagros suyos y curación de enfermos, como el de Juan de Tovar, natural de La Roda, que había perdido el juicio y, curado, hizo voto de ser religioso.
En este momento parece documentarse su deseo de fundar un convento. Aunque en un principio quiere ofrecérselo a los franciscanos, al final lo hará a los carmelitas reformados (sin que entonces tenga noticia de las fundaciones de santa Teresa).
Precisamente para evitar el flujo de visitantes Catalina pidió a la princesa de Éboli en 1571 que intercediera para la fundación de un monasterio de carmelitas descalzos que había de construirse sobre la cueva. Ésta la encomendó al carmelita fr. Ambrosio Mariano, el cual le escribió el 7 mayo 1571 brindándole su apoyo y el de sus conventos.
Ambrosio Mariano de San Benito (Bitonto Bari-Italia, 1510, Madrid 1594) fue teólogo, canonista e ingeniero. Cursó Teología y Cánones, doctorándose en ambas disciplinas. Igualmente en Matemáticas e Ingeniería. Asistió al concilio de Trento como teólogo seglar, donde su pericia lo llevó a la comisión que debería hacer gestiones delicadas en Alemania.  Pasó al servicio de los reyes de Polonia y luego al de Felipe II en la famosa batalla de San Quintín (1557), en los trabajos para hacer navegable el Guadalquivir de Sevilla a Córdoba y en los de riego de la vega de Aranjuez por el Tajo. Ya ermitaño en el Tardón (Sierra Morena), casualmente se encontró con santa Teresa. Como resultado de tal entrevista, entró en su Reforma y profesó en Pastrana (Guadalajara) con el nombre de Ambrosio Mariano de San Benito el 10-VII-1570, ordenándose de sacerdote en 1574. Desde esas fechas fue una de las columnas más firmes de la reforma teresiana.
La ermitaña aceptó su apoyo y acompañada de fr. Mariano fue a Pastrana para entrevistarse con los príncipes de Éboli. Al llegar, la princesa de Éboli la presentó a las monjas descalzas; mas no quiso quedarse con ellas, sino en el palacio de los príncipes, y «daba priesa que le diesen el hábito de fraile». Le fue impuesto con solemnidad a los tres días.
Recibe el hábito de carmelita en el Convento de San Pedro de Pastrana, ante los príncipes y el duque de Gandía. Se lo dio el prior fray Baltasar: «Quitado el hábito que hasta allí había traído y también el ceñidor, le vistieron otro de sayal al uso de la Orden, con escapulario, capilla parda y correa pelosa, como entonces se usaban. Pusiéronle sobre el hábito capa blanca con capilla».

Es llevada a la Corte ante la petición de la princesa doña Juana, hermana del rey Felipe, mujer del príncipe don Juan de Portugal y madre del rey don Sebastián. Sin desearlo «hallaron en ella gran resistencia, porque aborrecía el bullicio de la Corte, los dichos que había de causar el traje nuevo, las importunaciones de las señoras cortesanas, las voces de santa con que el pueblo la había de aclamar. Pero representándole el padre prior y Mariano el mandato de la princesa, el provecho que en muchos haría su ejemplo, la comodidad de negociar la fundación de su convento, y últimamente la voluntad de Dios en la obediencia, se rindió, y salió de Pastrana acompañada del padre fray Pedro de los Apóstoles, del padre Mariano y del hermano fray Juan de la Miseria».
Con tan extraño atuendo comenzó en 1572  a procurar una fundación de frailes descalzos en su ermita de La Roda, emprendiendo una extraña peregrinación para recaudar limosnas entre la nobleza, la Corte, El Escorial, etc., intentando conseguir los permisos y licencias para la fundación de su convento.
Su figura, con ir precedida de gran fama de santidad, provocó revuelos de sainete, especialmente en Madrid, cuyas calles recorría en coche, rodeado de damas, echando bendiciones como un fraile. De su recorrido cargó «una -caja de nogal llena de dineros de plata y oro, que cabía una fanega», con ornamentos y joyas sin número. Partió a La Roda en marzo de 1572 con varios frailes, pasando por Guadalajara, Pastrana, Villarejo de Fuentes, Vala del Rey y La Roda.
Toma posesión del sitio en abril de 1572, con licencia de don fray Bernardo de Fresneda, obispo de Cuenca, franciscano.
En 1575 la misma beata pidió al Concejo de Cuenca la donación de cien pinos para la construcción del edificio. Para convencer a los miembros de dicho concejo (todos votarían luego a favor excepto uno) la beata les prometió que el monasterio sería de conducta ejemplar y que los monjes dirigirían plegarías a Nuestra Señora del Socorro por la ciudad. La petición fue debatida en junta del cabildo el 14 de junio de dicho año, día en que se leyó la siguiente carta de la beata:

“Hijos míos en Jesucristo: La paz y gracia del Espíritu Santo sea en vuestras almas amen. Por ser venida a esta tierra me ha parecido a acordaros como a honra y gloria de Dios Nuestro Señor y de su bendita Madre con el favor de los buenos y siervos de Christo se edifica una casa de religión junto a la Roda dentro de este obispado a donde su Santo nombre sea alabado a invocación de Nuestra Señora del Socorro del Monte Carmelo, a la que han de venir frailes carmelitas descalzos, siervos del señor de gran ejemplo y penitencia y por que la charidad que con todos se debe a de ser al respecto de la que con todos el señor tuvo y tiene y tendrá aunque yo pecadora os quiero hacer parte de lo que por vuestras limosnas podéis ganar ayudando para el servicio del Señor con algo de lo mucho que de su mano tenéis recibido os pido hijos me queráis favorecer con vuestra limosna de algunos pinos de los que en vuestras dehesas o términos tenéis de manera que me sea comodidad para esta sancta obra porque en ello haréis a Dios Nuestro Señor servicio y a su gloriosa Madre pondréis en mas obligación de seros intercesora seréis participantes en los sufragios de aquella casa y a mis hijos me haréis mucha charidad sea mi bien Jesús en vuestras almas. La que ruega a dios por vosotros. La mujer pecadora.

La construcción del convento, dirigida desacertadamente por fr. Mariano, ocasionó enormes gastos, habiéndose consumido todo lo recaudado por la mala administración de las obras, en las que fr. Mariano hizo construir complicados túneles y pasadizos que luego se hundían. La iglesia se unió con una galería subterránea a la cueva de la penitente. Ella quedó contrariadísima. Los «frailes de la buena mujer» fue el título que allí dieron a sus carmelitas.
Su muerte se produce en olor de santidad. Se enferma al ver la representación de Cristo crucificado un Viernes Santo y ella misma pronostica el día de su muerte, el día de la octava de la Ascensión de Cristo. Recibe la bendición de los religiosos y muere el 11 de mayo de 1577, rodeada de veneración y admirada por su fama penitente. Su entierro se produce en la capilla de Nuestra Señora del Carmen, de la que ella era muy devota. Trasladado el convento a Villanueva de la Jara en 1606, fueron llevados también allí sus restos mortales. Hoy se conservan en la iglesia del Carmen, antigua iglesia del convento de frailes carmelitas. Se intentó luego su causa de beatificación; mas quedó paralizada para siempre. Se le da el título de «venerable Cardona». Su tumba fue meta de peregrinaciones, atribuyendo a él milagros y curaciones.
Hoy, es recordada en la zona donde se conserva la cueva, abandonada. Fue redescubierta en 1980, y declarada la gruta monumento, iniciándose las obras de restauración
Por último, una noticia curiosa referente a la madre. Su fama parece que incluso eclipsó a la de santa Teresa, pues en el monasterio de La Roda durante los primeros años se conoció como «Madre Fundadora» a Catalina de Cardona y no a aquélla.
En los primeros tiempos de la Reforma, en La Roda, por ejemplo, a los frailes de Altamira no los reconocían las gentes de la comarca como Carmelitas Descalzos sino como a los «frailes de la Buena Madre». Y en el Capítulo General de la Congregación Española de 1619, en el que salió reelegido Prepósito general el Padre Alonso de Jesús María, se dio un Decreto por el que se ordenó que en lo sucesivo no se llamase Madre o Fundadora sino a la Madre Teresa de Jesús. Con él se pretendía hacer desaparecer de las mentes y del ambiente de muchos de aquellos adustos  penitentes la ya vieja persuasión de que «es más Madre de los Descalzos la Madre Cardona que la Madre Teresa».     
La famosa gruta de la Madre Cardona se encuentra muy cerca de Villalgordo del Júcar, junto a la aldea del Carmen, aunque perteneciendo al término municipal de Casas de Benítez. Se trata de una iglesia rupestre que conserva, además, restos de un convento de Carmelitas Descalzas, del siglo XVI. Por su significación histórica ha sido declarada Monumento Histórico-Artístico. Por esta cueva pasó Santa Teresa de Jesús en el año 1580 en su viaje a Villanueva de la Jara. Se hace mención de ello en su libro Las Fundaciones, en el capítulo 28.

Texto extraído del capítulo 28 del Libro de las Fundaciones de Santa Teresa de Jesús.

20. Habíamos de ir al monasterio de nuestra Señora del Socorro, que ya queda dicho (23) que está tres leguas de Villanueva, y detenernos allí para avisar cómo íbamos, que lo tenían así concertado, y yo era razón obedeciese a estos Padres, con quien íbamos, en todo. Está esta casa en un desierto y soledad harto sabrosa; y como llegamos cerca, salieron los frailes a recibir a su Prior con mucho concierto. Como iban descalzos y con sus capas pobres de sayal, hiciéronnos a todas devoción, y a mí me enterneció mucho pareciéndome estar en aquel florido tiempo de nuestros santos Padres. Parecían en aquel campo unas flores blancas olorosas, y así creo yo lo son a Dios, porque, a mi parecer, es allí servido muy a las veras. Entraron en la iglesia con un Te Deum y voces muy mortificadas. La entrada de ella es debajo de tierra, como por una cueva, que representaba la de nuestro Padre Elías (24). Cierto, yo iba con tanto gozo interior, que diera por muy bien empleado más largo camino; aunque me hizo harta lástima ser ya muerta la santa por quien nuestro Señor fundó esta casa, que no merecí verla, aunque lo deseé mucho (25).
21. Paréceme no será cosa ociosa tratar aquí algo de su vida y por los términos que nuestro Señor quiso se fundase allí este monasterio, que tanto provecho ha sido para muchas almas de los lugares del rededor, según soy informada; y para que viendo la penitencia de esta santa, veáis, mis hermanas, cuán atrás quedamos nosotras, y os esforcéis para de nuevo servir a nuestro Señor; pues no hay por qué seamos para menos, pues no venimos de gente tan delicada y noble; que aunque esto no importe, dígolo porque había tenido vida regalada, conforme a quien era, que venía de los Duques de Cardona, y así se llamaba ella doña Catalina de Cardona (26). Después de algunas veces que me escribió, sólo firmaba "la Pecadora".
22. De su vida, antes que el Señor la hiciese tan grandes mercedes, dirán los que escribieren su vida, y más particularmente lo mucho que hay que decir de ella. Por si no llegare a vuestra noticia, diré aquí lo que me han dicho algunas personas que la trataban, dignas de creer.
23. Estando esta santa entre personas y señores de mucha calidad, siempre tenía mucha cuenta con su alma y hacía penitencia. Creció tanto el deseo de ella y de irse adonde sola pudiese gozar de Dios y emplearse en hacer penitencia, sin que ninguno la estorbase. Esto trataba con sus confesores y no se lo consentían, que, como está ya el mundo tan puesto en discreción y casi olvidadas las grandes mercedes que hizo Dios a los santos y santas que en los desiertos le sirvieron, no me espanto les pareciese desatino. Mas como no deja Su Majestad de favorecer a los verdaderos deseos para que se pongan en obra, ordenó que se viniese a confesar con un padre francisco, que llaman fray Francisco de Torres, a quien yo conozco muy bien, y le tengo por santo, y con grande hervor de penitencia y oración ha muchos años que vive y con hartas persecuciones. Debe bien de saber la merced que Dios hace a los que se esfuerzan a recibirlas, y así le dijo que no se detuviese, sino que siguiese el llamamiento que Su Majestad le hacía. No sé yo si fueron éstas las palabras, mas entiéndese, pues luego lo puso por obra.
24. Descubrióse a un ermitaño que estaba en Alcalá (27), y rogóle se fuese con ella, sin que jamás lo dijese a ninguna persona. Y aportaron (28) adonde está este monasterio, adonde halló una covezuela, que apenas cabía. Aquí la dejó. Mas ¡qué amor debía llevar, pues ni tenía cuidado de lo que había de comer, ni los peligros que le podían suceder, ni la infamia que podía haber cuando no pareciese! ¡Qué borracha debía de ir esta santa alma, embebida en que ninguno la estorbase de gozar de su Esposo, y qué determinada a no querer más mundo, pues así huía de todos sus contentos!
25. Consideremos esto bien, hermanas, y miremos cómo de un golpe lo venció todo. Porque aunque no sea menos lo que vosotras hacéis en entraros en esta sagrada Religión y ofrecer a Dios vuestra voluntad y profesar tan continuo encerramiento, no sé si se pasan estos hervores del principio a algunas, y tornamos a sujetarnos en algunas cosas de nuestro amor propio. Plega a la divina Majestad que no sea así, sino que, ya que remedamos a esta santa en querer huir del mundo, estemos en todo muy fuera de él en lo interior.
26. Muchas cosas he oído de la grande aspereza de su vida, y débese de saber lo menos. Porque en tantos años como estuvo en aquella soledad con tan grandes deseos de hacerla, no habiendo quien a ellos le fuese a la mano, terriblemente debía tratar su cuerpo (29). Diré lo que a ella misma oyeron algunas personas y las monjas de San José de Toledo, adonde ella entró a verlas, y como con hermanas hablaba con llaneza, y así lo hacía con otras personas, porque era grande su sencillez y debíalo ser la humildad. Y como quien tenía entendido que no tenía ninguna cosa de sí, estaba muy lejos de vanagloria, y gozábase de decir las mercedes que Dios la hacía para que por ellas fuese alabado y glorificado su nombre: cosa peligrosa para los que no han llegado a este estado, que, por lo menos, les parece alabanza propia; aunque la llaneza y santa simplicidad la debía librar de esto, porque nunca oí ponerle esta falta.
27. Dijo que había estado ocho (30) años en aquella cueva, y muchos días pasando con las hierbas del campo y raíces; porque, como se le acabaron tres panes que le dejó el que fue con ella, no lo tenía hasta que fue por allí un pastorcico (31). Este la proveía después de pan y harina, que era lo que ella comía: unas tortillas cocidas en la lumbre, y no otra cosa; esto, a tercer día (32), y es muy cierto, que aun los frailes que están allí son testigos, y era ya después que ella estaba muy gastada. Algunas veces la hacían comer una sardina, u otras cosas (33), cuando ella fue a procurar cómo hacer el monasterio, y antes sentía daño que provecho. Vino nunca lo bebió, que yo haya sabido. Las disciplinas eran con una gran cadena, y duraban muchas veces dos horas, y hora y media. Los cilicios tan asperísimos, que me dijo una persona, mujer (34), que viniendo de romería se había quedado a dormir con ella una noche, y héchose dormida, y que la vio quitar los cilicios llenos de sangre y limpiarlos. Y más era lo que pasaba según ella decía a estas monjas que he dicho (35) con los demonios, que le aparecían como unos alanos grandes, y se la subían por los hombros, y otras como culebras. Ella no les había ningún miedo.
28. Después que hizo el monasterio, todavía se iba, y estaba y dormía, a su cueva, si no era ir a los Oficios Divinos. Y antes que se hiciese, iba a misa a un monasterio de Mercedarios (36), que está un cuarto de legua, y algunas veces de rodillas. Su vestido era buriel y túnica de sayal (37), y de manera hecho, que pensaban era hombre.
Después de estos años que aquí estuvo tan a solas, quiso el Señor se divulgase, y comenzaron a tener tanta devoción con ella, que no se podía valer de la gente. A todos hablaba con mucha caridad y amor. Mientras más iba el tiempo, mayor concurso de gente acudía; y quien la podía hablar, no pensaba tenía poco. Ella estaba tan cansada de esto, que decía la tenían muerta. Venía día estar todo el campo lleno de carros casi. Después que estuvieron allí los frailes, no tenían otro remedio sino levantarla en alto para que les echase la bendición, y con eso se libraban.
Después de los ocho años que estuvo en la cueva, que ya era mayor, porque se la habían hecho los que allí iban, diole una enfermedad muy grande, que pensó morirse, y todo lo pasaba en aquella cueva.
29. Comenzó a tener deseos de que hubiese allí un monasterio de frailes, y con éste estuvo algún tiempo no sabiendo de qué orden le haría; y estando una vez rezando a un crucifijo que siempre traía consigo, le mostró nuestro Señor una capa blanca, y entendió que fuese de los Descalzos Carmelitas, y nunca había venido a su noticia que los había en el mundo. Entonces estaban hechos solos dos monasterios, el de Mancera y Pastrana. Debíase después de esto de informar, y como supo que le había en Pastrana y ella tenía mucha amistad con la Princesa de Eboli, de tiempos pasados, mujer del príncipe Ruy Gómez, cuya era Pastrana, partióse para allá a procurar cómo hacer este monasterio, que ella tanto deseaba.
30. Allí, en el monasterio de Pastrana, en la iglesia de San Pedro que así se llama tomó el hábito de nuestra Señora; (38) aunque no con intento de ser monja ni profesar, que nunca a ser monja se inclinó, como el Señor la llevaba por otro camino; parecíale le quitaran por obediencia sus intentos de asperezas y soledad. Estando presentes todos los frailes, recibió el hábito de nuestra Señora del Carmen.
31. Hallóse allí el padre Mariano de quien ya he hecho mención en estas fundaciones (39), el cual me dijo a mí misma que le había dado una suspensión o arrobamiento, que del todo le enajenó; y que estando así, vio muchos frailes y monjas muertos; unos descabezados, otros cortadas las piernas y los brazos, como que los martirizaban, que esto se da a entender en esta visión. Y no es hombre que dirá sino lo que viere, ni tampoco está acostumbrado su espíritu a estas suspensiones, que no le lleva Dios por este camino. Rogad a Dios, hermanas, que sea verdad y que en nuestros tiempos merezcamos ver tan gran bien y ser nosotras de ellas.
32. De aquí de Pastrana comenzó a procurar la santa Cardona con qué hacer su monasterio, y para esto tornó a la Corte, de donde con tanta gana había salido, que no le sería pequeño tormento, adonde no le faltaron hartas murmuraciones y trabajos; porque cuando salía de casa no se podía valer de gente. Esto en todas las partes que fue. Unos le cortaban del hábito, otros de la capa. Entonces fue a Toledo, adonde estuvo con nuestras monjas. Todas me han afirmado que era tan grande el olor que tenía de reliquias, que hasta el hábito y la cinta, después que le dejó, porque le dieron otro y se le quitaron, era para alabar a nuestro Señor el olor. Y mientras más a ella se llegaban, era mayor, con ser los vestidos de suerte con la calor, que hacía mucha, que antes le habían de tener malo. Sé que no dirán sino toda verdad, y así quedaron con mucha devoción.
33. En la Corte y otras partes le dieron para poder hacer su monasterio y, llevando licencia, se fundó. Hízose la iglesia adonde era su cueva, y a ella le hicieron otra desviada, adonde tenía un sepulcro de bulto y se estaba noche y día lo más del tiempo. Duróle poco, que no vivió sino cerca de cinco años y medio después que tuvo allí el monasterio, que con la vida tan áspera que hacía, aun lo que había vivido parecía sobrenatural. Su muerte fue año de 1577, a lo que ahora me parece (40). Hiciéronle las honras con grandísima solemnidad; porque un caballero que llaman fray Juan de León (41), tenía gran devoción con ella, y puso en esto mucho. Está ahora enterrada en depósito en una capilla de nuestra Señora, de quien ella era en extremo devota, hasta hacer mayor iglesia de la que tienen, para poner su bendito cuerpo como es razón.
34. Es grande la devoción que tienen en este monasterio por su causa, y así parece quedó en él y en todo aquel término, en especial mirando aquella soledad y cueva, adonde estuvo. Antes que determinase hacer el monasterio, me han certificado que estaba tan cansada y afligida de ver la mucha gente que la venía a ver, que se quiso ir a otra parte adonde nadie supiese de ella; y envió por el ermitaño que la había traído allí para que la llevase, y era ya muerto. Y nuestro Señor, que tenía determinado se hiciese allí esta casa de nuestra Señora, no la dio lugar a que se fuese; porque como he dicho (42) entiendo se sirve mucho allí. Tienen gran aparejo, y vese bien en ellos que gustan de estar apartados de gente; en especial el prior (43), que también le sacó Dios, para tomar este hábito, de harto regalo, y así le ha pagado bien con hacérselos espirituales.
35. Hízonos allí mucha caridad. Diéronnos de lo que tenían en la iglesia, para la que íbamos a fundar, que, como esta santa era querida de tantas personas principales, estaba bien proveída de ornamentos. Yo me consolé muy mucho lo que allí estuve, aunque con harta confusión, y me dura; porque veía que la que había hecho allí la penitencia tan áspera era mujer como yo, y más delicada, por ser quien era y no tan gran pecadora como yo soy; que en esto, de la una a la otra no se sufre comparación, y he recibido muy mayores mercedes de nuestro Señor de muchas maneras, y no me tener ya en el infierno, según mis grandes pecados, es grandísima. Sólo el deseo de remedarla, si pudiera, me consolaba, mas no mucho; porque toda mi vida se me ha ido en deseos y las obras no las hago. Válgame la misericordia de Dios, en quien yo he confiado siempre por su Hijo sacratísimo y la Virgen nuestra Señora, cuyo hábito por la bondad del Señor traigo.
36. Acabando de comulgar un día en aquella santa iglesia, me dio un recogimiento muy grande con una suspensión que me enajenó. En ella se me representó esta santa mujer por visión intelectual, como cuerpo glorificado, y algunos ángeles con ella. Díjome que no me cansase, sino que procurase ir adelante en estas fundaciones. Entiendo yo, aunque no lo señaló, que ella me ayudaba delante de Dios. También me dijo otra cosa que no hay para qué la escribir (44). Yo quedé harto consolada y con deseo de trabajar. Y espero en la bondad del Señor, que con tan buena ayuda como estas oraciones, podré servirle en algo.
Veis aquí, hermanas mías, cómo ya acabaron estos trabajos, y la gloria que tiene será sin fin. Esforcémonos ahora, por amor de nuestro Señor, a seguir esta hermana nuestra. Aborreciéndonos a nosotras mismas, como ella se aborreció, acabaremos nuestra jornada, pues se anda con tanta brevedad y se acaba todo.
     
Texto de la Vida de la Madre Catalina de Cardona escrita por Fray Juan de la Miseria.

En el nombre del Señor.
La obediencia me mandó que/yo, fray Juan de la Miseria, escri/viese la vida de nuestra ma/dre Catelina de Cardona por habe/rme a mí contado y comunicado/su santa vida, por que estuve/un año con ella por la obediencia,/que me mandó quedarme allí/con ella por ruego de la misma/madre Catelina cuando funda/mos nuestra casa de La Roda, a do la/misma madre Catelina hizo/su penitencia, la cual es d´esta/manera.
La madre Catelina de Cardona fue/(4v) hija de don Ramún de Cardona, el/cual está enterrado en Belpucho, /en Cateluña. El cual don Ramún estu/vo e´Nápole y allí tuvo esta hija Ca/telina, nuestra madre, que fue tía de/la princesa de Salerno, y así ofrecióse/ocasión a la misma prencesa de venir/a España a hablar al re Felipe y´ trujo consigo a nuestra madre Catelina/de Cardona, y así yo no sé del cierto si la prencesa de Salerno se volvió n´Italia/o se morió en España, porque la madre/no me lo dijo qué se hizo d´ella; y así la mis/ma madre me dijo quedó en casa/de Rui Gómez.

Lo que toca a su vida en tiempo que era/secular. Cuando era niña de siete/años e´Napole en su casa me dijo que/(5r) tenía su oratorio y la mayor par/te del día se la pasaba con cran (sic) amor/del Senor (sic) y de su Madre santísima/y en componer el altar y las ima/gen (sic) y rezando sus devociones; y/para que sus criadas se ocupasen/en cosas de devociones y bien ocu/pado el tiempo del día las llamaba/a que le venisen (sic) a d´ayudar en este/santo y devoto servicio de compo/ner el oratorio, y también para que/se quitasen de vanas imaginacio/nes y peligro de ofensas del di/vino amor. Y cuando era ya/mayor, en secreto se diesiplinaba (sic)/de noche después que sus cridas (sic)/la dejaban acostada sola en su cámera (sic)./(5v) Y rezaba algún rato de noche y/algunos días de la semana ayu/naba y huía de cosas profanas/y juegos y otras vanidades va/nas; y cuando le venían ocasiones/de pláticas que no eran confor/me al espíritu, luego se iba al/oratorio fingiendo que iba a o/tra cosa para desimular y hu/ir las palabras ociosas y vanas;/y esta manera de devocione (sic) y/santas costumbres le duró es/tando en casa del mismo Rui Gó/mez,
y así como una granada/bien sazonada y madura se/abre y muestra los granocillos/hermosos y colorados, así la ma/dre Catelina, como ya estaba matura/(6r) de amor de Dios, no pudo tener en si/lencio ni disimular los granocillos/colorados y hermosos de las virtu/des que dentro de la corteza
del cora/zón tenía, abrióse cuando quiso/probar y ver la voluntade (sic) de/Rui Gómez.
Y así fue un día para acabar/ya con el mundo encañoso (sic) y díjole:/«Señor, ¿no sabeise (sic) que el Señor me ha/espirado (sic) que hagamos los dos un/espitale (sic) de niñas huérfanas (sic)?».
Res/pondió Rui Gómez y le dijo: «Doña/Catelina, ruega tú agora al Señor/que a mí también me inspire y/me lo ponga en mi corazón para/que yo lo haga, porque hasta agora/no tengo gana de hacerlo». Y como/(6v) la madre vio la voluntad de Rui Gómez/que no era hacer este espital, determin/nós muy de vera (sic) para dejar el mundo y/desasirse d´él y buscar a Cristo, vida/y gloria de nuestras ánimas. Y así esta/ba dando traza y manera de cómo irse/de la casa del mismo Rui Gómez a un yermo,/en parte muy nascondida (sic) para no ser/conocida ni hallada de nadie. Y así vino/un día en casa de Rui Gómez un ermi/taño de San Juan de Alcalá, el cual se/llama el padre Piña, y así la madre Ca/telina le habló en secreto y le dijo/de cómo se quería ir a una soledad/ y yermo, y así se concertaron de cómo/y cuándo sería la ida y qué noche sería./
Se concertaron en cabo de tres días,/ hasta que el hábito estuviese cosido, y/así la madre Catelina le dio dineros/ diciendo: «Les toma para/ va  y compra paño pardo, tanto que me/abaste para hacerme hábito y capa y capi/lla de la manera de san Francisco de Paula,/y hágales cortar y coser luego». Y así estan/do cosido vino el padre Piña y le dijo como/ya estaba cosido y aparejado, y la ma/dre le dijo: «Vega (sic) tal noche que tengo halla/da una ventana muy baja por donde fá/cilmente puedo abajarme sin que na/die me vean (sic) ni nos oigan». Y así la madre/antes que saliese de la ventana se vestió/el hábito para parecer fraile si alguno/los hubiera ´contrado por las calles de/Madril, y así caminaron tada (sic) aque/lla noche, porque haçía buena luna,/y por el camino el padre Piña le cortó/los cabellos, porque el padre Piña era/(7v) muy temeroso y gran siervo de Dios./ Y por esto la madre Catelina se confió/dél./
De cómo por el camino se concertaron/a dó era bien para estar a su cómodo/y a su contento de la madre para/su oración y contemplación e y as/tinencia (sic). Y así fueron a Alte/mira para ver si le contentaba/ aquel monte. Y así a la madre no/le contentó el (¿) porque allí/hace muchísimo air (sic) y el otro no era/aparejado para hacer su habita/ción y cueva. Y así el padre Piña,/viendo que la madre allí no le/daba contento, la llevó a un ye/rmo cerca de/A (sic) Roda, media legua, término de San Clemento (sic),/(8r) y así escogieron este sitio que agora/está nuestra casa. Allí estaba su/cueva y para hacer esta cueva di/jo la madre al padre Piña que fue/se a La Roda y abuscase (sic) unos peo/nes para que hiciesen su cueva./Y así fue luego. La madre señaló/el mismo lugar a do quería su cueva/y el padre Piñana (sic) dejó a la madre/hasta que la cueva estuviese aca/bada a su contento y a propósito/de la madre, y en/acabándola/el padre Piña se despedió de la/madre y se volvió a su ermita/en Alcalá./
La madre estuvo en esta cueva/siete años y en este tiempo no co/mía sino tres onças de pan cada/(8v) día mojado en agua. Me contaba/con fervoroso espíritu muchas ve/ces como oveja con su boca misma/por tierra pacía y comía yerbas,/las que ella conocía ser buenas de/comer, y decía
que cuando poní (sic) su/boca en tierra para morder las yer/bas le daba gran gusto y conten/to de verse como una animal pacer/y comer las yerbas para despre/ciar a su cuerpo, pues que acá en el/mundo tenía muy abundante de/los regalos, aunque siempre mien/tra que estaba en el mundo vivió/co (sic) mucho recato de no tomar lo que/era demasiado, de manera que/tres onças de pan comía cada día/y esto era/(9r) en aquel principio, mas después/tres onças comía cada día, tres/día (sic) en la semana en mojado en agua/con pocuito (sic) de sal por encima, y los/días eran dominco (sic) y martes y jue/ves. 
Un hombr (sic) y su mujer de La Ro/ta (sic) tomaron grande devocione (sic) con la/madre y le traían aquel poco de pan/que la madre comía la semana./ Me contó la madre Catelina que/la llamaba de noche muchas ve/ces en la cueva mientra que allí/moró con voces terrible (sic) cuando/dormía, aunque no dormía más/que tres oras cada noche, y cuan/do el Demonio la llamaba se levan/tava y decía/(9v) así: «Demonio, ¿habéisme llamado?;/pue (sic) aunque te pese me tengo de levantarme (sic), no por ti, sino por amor/de mi Señor Jesucristo, y rezar/mis devociones». Muchas veces el/Demonio para espantarla por la/misma cueva le andaba el derre/dor de la madre en forma de gran/culuebra (sic) negra y le decía la mis/ma madre «¿A qué vienes?», toman/do el hisopo con agua bendita, echán/dola sobre ella, y luego se salía fue/ra a la puerta de su cueva, se/asentaba de día para descansar/algún tanto, aunque rezando.
Vio venir un hombre con un pal (sic) a cues/ta y era loco; preguntó a la madre/que qué hacía allí; respodió (sic) la ma/(10r) dre: «Hijo, estoy aquí sirviendo a Dios»,/y él se pensó que era fraile y le tor/nó a preguntar y le dijo: «Padre, ¿qué coméis?», e respondió la madre: «Hijo,/como lo que la gente me dan». Y él, oyen/do esto, fuese muy depriesa a unos pastores que estaban lejo (sic) de allí/un cuarto de legua y con su palo/a cuesta fue allá y en llegando dijo a los pastores: «Denme pan para/un ermitaño que no tiene qué co/mer», y luego le dieron pan, porque/la gentes (sic) tenían gran temor d´él;/y volvió y dijo en llegando: «Toma,/padre, y come», y éste le conoció (sic)/y por ruego de la madre le sanó/el Señor, y cada día venía a ver/a la madre/(10v) si le faltaba pan./Toda aquella tierra de La Mancha la gentes
(sic)/venían en carro a ver a la madre y tra/ían los enfermos y endemoniados y/ locos y todos lo´sanaba (sic) el Señor por/la oración de la madre Catelina y te/nían sus novenas con ella.
Venían señor/ras muy principales de muy lejo (sic), tierra/hasta de Valencia y de Murcia. Había/alrededor de la cueva por aquel campo trenta carros en que venían la/gentes (sic)./ De cómo la madre tenía grandí/simo deseo de hacer un monasterio de frailes/en el sitio a do tenía su cueva. Y así/la madre siempre rogaba a Dios/que le mostrase de qué orden había/de ser, perseverando muchos días/y meses/(11r) en esta santa peticiones (sic) y ruegos./Y así ella tenía un crucifijo col/gado a su cabecera a do dormía/tres oras cada noche y no más, sola/mente para descansar su flaca/naturaleza del cuerpo para vol/ver con mayor fervor y fuerza/y amor del Señor en la oracione (sic).
Y/una noche este santo su crucifi/jo se quitó a do estaba colgado y/se alzó en alto, solo, un bue (sic) rato/en alto de la cabecera y apareció/entonces con el mismo Cristo/un paño blanco de lana y el Cristo/habló con palabras como de lejo (sic) y dijo: «Esto es la capa de los
frai/les que yo quiero que aquí tú hagas/el monasterio. /Ya nosotros teníamos fundado/nuestra casa de San Pedro de Pas/trana y el padre Mariano estaba/con los peones que trabajaban en/hacer la cueva. Y así llegóse allí un hom/bre que iba de camino a ver la cueva/y dijo a los hombres que trabajaban:/«A (sic) mi tierra hay una mujer ermitaña/que también ella ha hecho una cueva/y allí está en un yermo»; y este hombre era de La/Roda, y el padre Mariano entonces es/taba allí cerca y llegóse a este hom/bre y le preguntó que cómo se llama/ba esta mujer y el hombre le dijo: «Padre,/yo no sé su nombre, sino que por allá/la llaman ´la Buena mujer´»; y también/le preguntó el padre Mariano que cómo/se llamaba
su pueblo; dijo «La Roda»./
El padre Mariano en tiempo que era/segular (sic) conocía a la madre, por/que el padre Mariano era ayo del/príncipe de Salerno cuando estuvo/en Madril, y así como eran italianos/el padre Mariano iba a visitar a la/prin/cesa y a la madre, y de aquí vino el conoci/miento de los dos, y así volviendo a nue/stro propósito, en diciendo aquel hobre (sic)/que su pueblo se/llamaba La Roda, lue/go el padre Mariano vino a la celda/a do yo trabajaba en hacer imagen/de madera y de pintura, diciéndo/me con gran alegría y contento, y/así me digo (sic):
«¡No sabeise (sic), hermano fray/Juan de la Miseria, que ya he sabido/nueva de Catelina de Cardona,/mujer/(12v) muy noble, tiya (sic) de la prencesa de Sa/lerno? Y así para servir a Dios se huyó/de noche de la casa de Rui Gómez y hasta/agora no supimos d´ella. Y así yo/quiero ir a
Pastrana a buscar una/cabalgadura y un hombre para ir/a buscarla».
Y así se partió de nues/tra casa con licencia del perlado,/que entonces era el padre Rui Gaspar Nieto./Y así en llegando el padre/Mariano/cerca de la cueva de la madre,/la misma madre estaba asentada/a la puerta de su cueva rezando/y de lejo (sic) oyó hablar y así miró para/ver quién eran y vo (sic) que venía/hacia ella un fraile con capa blan/ca como aquella que había visto/(13r) cuando su crucifijo se levantó él/solo en alto con paño blanco de/lana. Y así ella luego se levantó/de donde estaba asentada y/corriendo como ella podía con los/brazos abiertos diciendo
«Ésta/es la capa blanca que el Señor/me ha mostrado en visión, y ésta/es la orden y frailes que ha de ser/mi monasterio que aquí yo tengo/de hacer y fundar». Y así estuvie/ron hablando un ratico, antes/que el padre
Mariano/se diese/a conocer,/y luego el mismo pa/dre Mariano se descubrió y di/jo:
«¿No conoció a Hulano?»;/(13v) dijo la madre: «¡Y cómo si le conocí!»/
Respondió el padre Mariano:
«Pues/yo soy».
Entonces la madre se hol/gó otro tanto y le dijo cómo/fundamos la casa de San Piedro (sic)/de Pastrana y así ella luego dijo/que quería que le dié/semos el hábito de fraile con capi/lla como nosotros mismos, y así/luego mandaron al hombre que/llevó el mismo padre Mariano,/el cual se llama Solano, a que fue/se a La Roda a burgar (sic) una caval/gadura para la madre, y así/vinieron a nuestra casa. Y para/recebirla salimos todos fuera.

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– Contra hidalguía en verso -dijo el Diablillo- no hay olvido ni cancillería que baste, ni hay más que desear en el mundo que ser hidalgo en consonantes. (Luis Vélez de Guevara – 1641)

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