Decíamos ayer


Cuando las cosas salen mal suelo refugiarme en el muro de los sollozos o en el valle de las lamentaciones, o en el pretérito imperfecto de la memoria, tal vez lo haga porque en ese refugio busco el Aleph, esfera multidimensional en el que pasado y presente se conjugan bajo una única inexactitud. Busco mi origen en el fallo, el error cometido causante de mis penas, ese oscuro objeto de la maldad que pasa desapercibido en la sombra de mis errores.
Es inevitable que en la búsqueda del pasado las neuronas caigan sobre otros campos abandonados, prados cubiertos de hierbas infumables, como viejos recuerdos escolares cuando nos obligaban a conocer la historia, la literatura, en definitiva, algo de humanidad rancia, pero humanidad al fin y al cabo. Es en esos inevitables procesos depresivos cuando reparo en situaciones anómalas, como la de un viejo profesor que, después de haber pasado casi dos años de vacaciones pagadas por la Inquisición, ruego disculpen que omita la Santa, con dieta de pan y agua, esta vez que no se entere Rajoy quien consideraría un abuso semejantes comilonas, tal vez sea mejor medio mendrugo o medio vaso de agua, regresa ante sus alumnos y como prueba de sumisión declara “Dicebamus hesterna die…”, o lo que es lo mismo, “decíamos ayer…”
Como habrán podido comprobar el malandrín no era ni más ni menos que Fray Luis de León que, si él estaba bajo el punto de mira de los inquisidores, no quisiera saber en qué lugar pernoctaríamos la mayoría de los creyentes contemporáneos, aunque hoy semejantes personajes regidores del pensamiento único han salido de sus capullos mariposales para convertirse en esplendorosos bien pensantes de los partidos mayoritarios.  Como diría Hamlet: Si a los hombres se les hubiese de tratar según merecen, ¿quién escaparía de ser azotado (Hamlet 2 acto, escena X)
Pues bien, este hombre que fue juzgado por preferir el texto hebreo del Antiguo Testamento a la versión Vulgata (¡qué horror!) o que había traducido algunas partes como el Cantar de los Cantares (“¡un rey en esas trenzas está preso! ¡Qué bella eres, qué encantadora, oh amor, oh delicias! Tu talle se parece a la palmera, tus pechos, a los racimos. Me dije: Subiré a la palmera, recogeré sus frutos. ¡Sean tus pechos como racimos de uvas, el perfume de tu aliento como el de las manzanas, tu paladar como vino generoso!” Cantar de los Cantares capítulo 7 ver 7-10), regresó sin dar su brazo a torcer, se mantuvo en sus trece como don erre que erre (para los profanos Paco Martínez Soria).
                Qué bien conocía este hombre a sus discípulos, a esos españolitos grises que suelen campear entre trepas y venturosas ornamentas. Tal era su conocimiento de nuestros paisanos que se dice escribió la siguiente decima:

Aquí la envidia y mentira
me tuvieron encerrado.
¡Dichoso el humilde estado
del sabio que se retira
de aqueste mundo malvado,
y, con pobre mesa y casa,
en el campo deleitoso,
con sólo Dios se compasa
y a solas su vida pasa,
ni envidiado, ni envidioso!

                Desde luego este hombre hizo méritos para que le persiguieran unos y otros, más no es delatarle nuestra intención. Decíamos ayer, y aquí viene el meollo de la cuestión, tantas cosas hermosas y maravillosas que ya no nos acordamos de lo que eran.
                Decíamos ayer que la justicia sería igual para todo el mundo y hoy en día la vemos desigual para unos y otros, que no es lo mismo ser quien eres para que tus juzgadores te condenen.
                Decíamos ayer que la sanidad sería gratuita y de calidad, sin diferenciar a nadie, y olvidaron mencionar los errores médicos, las tasas de copago, las industrias farmacéuticas en definitiva la falta de vocación hipocrática que no hipócrita.
                Decíamos ayer e insistíamos que el acceso gratuito la educación se generalizaría de una vez y para siempre, pero olvidaron contarnos que ya no se construían más universidades públicas, que era peligroso comer del árbol de la ciencia del bien y del mal. No mencionaron que la LOGSE, LOE o la lo que sea, prefiere a un pueblo que sepa leer lo justo antes que aprenda a pensar.
                Decíamos ayer que España era independiente e inmortal y ahora la vemos agonizando entre la espada de Damocles europeísta y el nudo gordiano del sentimiento regionalista, hedonismo supino de los que se miran el ombligo, adoradores del becerro de la pequeña burguesía.
                Decíamos ayer que Dios estaría siempre presente en nuestras vidas y lo hemos relegado, mancillado y amancebado con deidades menores como una bolsa de monedas y la dulce seducción del poder, por cierto de unos pocos.
                Decíamos ayer que los sueños se podían alcanzar mas olvidaron mencionar el grosor de la billetera, el interesado préstamo hipotecario y la mezquindad de los nuevos hebreos, con perdón para los que de verdad lo son, que arruina hogares y vidas sacrificándolas a su máquina arruina personas.
                Decíamos ayer que la libertad se podía lograr y nos dejaron la libertad de pertenecer al paro con derecho a no cobrar, o ser olvidados en el libre albedrio de los silenciados, o caer bajo el peso de la ley por osar pisar terreno sagrado para los políticos (me permito recordar que entre las últimas modificaciones electorales se encuentra limitar el ejercicio de presentarse a las elecciones).
                Decíamos ayer cosas hermosas y maravillosas, me repito demasiado pero es bueno hacerlo en algunos temas, que hoy deberíamos recordar. Como el viejo navegante conocedor de las estelas marinas, de las estrellas guiadoras y de los sueños inalcanzables, deberíamos buscar de nuevo ese norte que hemos perdido en la noche de los tiempos.






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– Contra hidalguía en verso -dijo el Diablillo- no hay olvido ni cancillería que baste, ni hay más que desear en el mundo que ser hidalgo en consonantes. (Luis Vélez de Guevara – 1641)

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