Me
alegra comprobar que los avances científicos, en este caso neuronales,
confirman ideas que, por pertenecer a la esfera de lo teórico, eran
susceptibles de discusión. En este caso se trata de un estudio llevado a cabo
por la canadiense Concordia University, publicado en el Journal of Sexual
Medicine, que ha establecido las relaciones entre las áreas cerebrales
implicadas en el amor y el deseo sexual.
La
dicotomía sexo/amor, tiene múltiples interpretaciones. Condena y represión del
acto sexual, elevación del acto sexual a la categoría del amor absoluto,
negación del amor a simples atracciones eróticas, identificación unitaria
amor/sexo, etc. Pero ¿qué sucede cuando la enfermedad, o la vejez, o cualquier
otra circunstancia apartan el deseo sexual de la vida cotidiana? ¿No queda
amor?
Según
el autor del estudio, Jim Pfaus, hasta ahora, “nadie había reunido estos
aspectos para observar los patrones de activación (neuronal) que ponen en
marcha los dos” (deseo sexual y amor). Pfaus analizó los resultados de 20
estudios independientes en los que se había examinado la actividad cerebral de
sujetos implicados en tareas como visionar imágenes eróticas o mirar fotos de
sus seres queridos. Mediante la combinación de todos estos datos, los
investigadores fueron capaces de formar un mapa completo de los efectos del
amor y del deseo en el cerebro.
Descubrieron
así que dos estructuras cerebrales en particular, la ínsula y el cuerpo
estriado, son las responsables del proceso que lleva del deseo sexual al amor. La
ínsula es una parte de la corteza cerebral plegada profundamente en el interior
de los lóbulos temporal y frontal, y el cuerpo estriado se encuentra en el
cerebro anterior.
Encontramos
aquí una relación neuronal definida donde la ubicación de las atracciones
sexuales se centra en un área específica, la ínsula, mientras que el amor es,
por decirlo de alguna forma, “otra cosa”, otro lugar ubicado en el cuerpo
estriado. Por tanto una y otra cosa, en apariencia son independientes, sin
embargo ambas se encuentran fuertemente vinculadas.
Según
los científicos, el amor y el deseo sexual activan diferentes áreas del cuerpo
estriado. La región relacionada con el deseo sexual se “enciende” normalmente
cuando percibimos cosas que son inherentemente agradables, como el sexo o la
comida. El área activada por el amor, por su parte, está implicada en un
proceso de condicionamiento merced al cual damos un valor inherente a las cosas
relacionadas con la recompensa o con el placer. ¿Cómo se relacionan ambas
regiones? A medida que el deseo sexual se incrementa, se consolida, se aferra,
esa información se transmite a un área distinta del cerebro que es el cuerpo
estriado, donde se procesa de forma también diferente.
El
área del cuerpo estriado relacionada con el sentimiento amoroso es la misma que
ha sido relacionada con la adicción a las drogas. Pfaus explica que esto tiene
sentido dado que “el amor es realmente un hábito que se puede formar a partir
del deseo sexual, cuando este es satisfecho. Por tanto, el proceso sería
similar al proceso de convertirse en adicto a las drogas”.
He
aquí el secreto: el amor es adictivo. Sí, amigos míos, el amor es diferente al
sexo y sumamente adictivo. Atrapa, arrebata al ser humano del plano de un mundo
aséptico y falaz. No se trata de un hecho único y exclusivo de la atracción
erótica, es una fuerza superior que revierte en todos los aspectos de la vida
humana. ¿Puede haber amor sin sexo? Imagina el amor a la vida, al mar, a la
literatura, el arte, la fuerza arrebatadora de una pasión desmedida hacia la
ciencia, todos ellos son muestras del amor. Algo similar sucede con la idea de
la religión y de Dios: mientras que la experiencia religiosa se procesa en una
parte determinada del cerebro, la idea de Dios es “percibida” por todo el
organismo biológico (no solo el cerebro).
Pero
sigamos con el estudio que ha revelado, asimismo, que el amor activa diferentes
vías neuronales relacionadas con otros aspectos del enamoramiento, como la
monogamia o el vínculo característico de las relaciones de pareja. Por último,
la investigación demostró que algunas áreas del cerebro son realmente menos
activas cuando alguien está enamorado que cuando siente deseo sexual.
“Mientras
que el deseo sexual tiene un objetivo específico, el amor es más abstracto y
complejo, y depende menos de la presencia física de otra persona”, concluye
Pfaus, que espera que, en adelante, “se hagan más estudios sobre la
neurociencia social humana que puedan darnos más ideas sobre la ubicación del
amor en el cerebro”.
En definitiva, amor y sexo están relacionados, mas el
amor es el rey de nuestra vida. El sexo pasará y el amor permanecerá. “Aunque
hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, no soy
más que bronce que resuena o platillos que aturden. Aunque tuviera el don de
profecía, penetrara todos los misterios, poseyera toda la ciencia y mi fe fuera
tan grande como para cambiar de sitio las montañas, si no tengo amor, nada soy.
Aunque repartiera en limosnas todos mis bienes y aunque me dejara quemar vivo,
si no tengo amor, de nada me sirve. El amor es comprensivo, el amor es
servicial y no tiene envidia; el amor no es presumido ni se envanece; no es mal
educado ni egoísta; no se irrita ni guarda rencor; no se alegra con la
injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin
límites, espera sin límites, soporta sin límites. El amor no pasará jamás.” (Carta
a los Corintios 12, 31 – 13, 8)
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