La Cataluña naciente, financiada por la Córdoba califal



Resumen de un interesante artículo publicado por Carmen Panadero Delgado el Viernes, 26 de mayo de 2017 en la revista digital lasnuevesmusas.com

Al finalizar cuelgo el enlace para acceder al artículo completo.

Los catalanes, enfurecidos por su derrota y a falta de tener a mano al enemigo bereber, se desquitaron con los desventurados cordobeses, entregándose ciegos de ira al pillaje y otras violencias.
      Fueron los cordobeses quienes, a su pesar, financiaron lo que vendría a ser el germen de Cataluña.
Durante el reinado de Hixem II, hijo de al-Haqem II, el Califato de Córdoba inicia su descomposición, debido en gran medida a los abusos cometidos por Sanchuelo (segundo hijo de Almanzor). En consecuencia, se genera contra el débil soberano un levantamiento en Córdoba, que eleva al trono a otro príncipe omeya, al-Mahdi. Pero los beréberes, grupo étnico de enorme peso entonces en la vida política y militar de al-Ándalus, odiados por los cordobeses, disconformes, eligieron a su propio califa, Suleymán, un omeya débil que se dejase manejar por ellos. Ambos partidos se enfrentaron para disputarse el trono, y al-Mahdi resultó vencido por los berberiscos en la batalla de Qantich (Alcolea- Córdoba), viéndose forzado a huir. En Toledo fue recibido con grandes manifestaciones de júbilo y aclamado como su único califa.
El monarca elegido por los beréberes sólo había sido reconocido por las provincias más meridionales, todas las del Norte y las fronteras, desde Tortosa hasta Lisboa, que permanecían fieles a al-Mahdi. Los beréberes determinaron ir contra Toledo, pero el walí de las fronteras medias, el eslavo Wadhid declaró una vez más su lealtad a al-Mahdi, poniendo todo su ejército y el de los eslavos al servicio de la causa de este.       
                Los bereberes consiguieron el apoyo del Conde de Castilla contra al-Mahdi a cambio de varias ciudades y plazas.
                Wadhid y su califa solicitaron la ayuda de los condes catalanes Ramón Borrell III de Barcelona y Armengol de Urgel. Para lograr la alianza hubieron de prometer todo lo que les pidieron: cien dinares al día para cada conde y dos para cada soldado, todos los víveres y el vino que fueran menester para tan gran multitud, además del botín que se lograra de los beréberes y que no habrían de compartir. Con un gran ejército catalán (barceloneses, urgelenses y besaluneses), unido a cordobeses y eslavos amiríes (los leales al difunto Almanzor y sus hijos), las tropas de al-Mahdi se dirigieron hacia Córdoba, resueltas a recuperarla.
          Los beréberes les salieron al encuentro, y ambas huestes se avistaron en un lugar llamado Aqabat al- Baqar o Cuesta de los Bueyes (El Vacar), a menos de cuatro leguas al norte de Córdoba. Cargaron con tal ímpetu contra las fuerzas de su rival que acabaron con numerosos combatientes contrarios; allí, cordobeses, eslavos y hasta setenta caudillos catalanes vertieron su sangre y, entre estos, el conde de Urgel, Armengol, y los obispos Odón de Gerona y Arnulfo de Vic. Pese a todo, el ejército berberisco erró en su estrategia, y los que ya se creían vencedores se desbandaron con gran desorden, regresando a Medina al-Zahãra, donde tenían su cuartel general.    
         El ejército del califa al-Mahdi se alzó con la victoria, quedó dueño del campo y se hizo con rico botín, entrando poco después victorioso en la capital califal. Los desventurados cordobeses, que ya habían sufrido antes el saqueo de beréberes y castellanos, hubieron de padecer ahora los excesos de los catalanes. Estaba el pueblo hastiado de los males de aquella guerra que tan sin fruto hacían, pues, siendo la mayoría de sus lances en el interior de la misma ciudad, eran por ello más graves y sensibles los horrores que soportaban. Cuando la población supo que los vencidos berberiscos evacuaban Medina al-Zahãra con sus familias, corrieron hacia allá y destrozaron sus casas, arrebatando cuanto a su paso hallaron: tapices, lámparas, muebles y hasta ejemplares del Corán.
        Tras la entrada triunfal de al-Mahdi en Córdoba, ordenó gravar a la población con un impuesto extraordinario para poder pagar la soldada  convenida a sus refuerzos catalanes. Entre tanto, los beréberes, con sus miras puestas en Algeciras, avanzaban hacia el Sur saqueando, despechados, todo cuanto hallaban en su camino. Pero al-Mahdi, sabiéndolos vencidos y "apremiado por los catalanes", decretó que su ejército los siguiera para exterminarlos y asegurar la victoria.
           Sin embargo, los beréberes volvieron atrás y se reagruparon junto al río Guadiaro (otros dicen que el Guadaíra. Exasperados por la reciente derrota y con afán de venganza, arremetieron contra el ejército que integraban cordobeses, eslavos y catalanes, batiéndose con gran saña. Los aliados de al-Mahdi comenzaron la lid defendiéndose con brío, mas, al punto, quienes estaban en la vanguardia no se sabe qué vieron o qué temieron, pero lo cierto es que tornaron bridas y, desordenados, huyeron a rienda suelta atropellando a las líneas que los seguían y quedando el campo desbaratado. Tras recejar, fueron vencidos con cruel matanza y muchos perecieron arrastrados por la corriente del río. Gran número de eslavos y cordobeses fueron despedazados en aquellos campos; pareja suerte corrieron más de tres mil catalanes, además de ser despojados del botín de su victoria anterior y de los cinturones que llevaban repletos de dinares de oro y dirhems de plata. Culpándose unos a otros de la mala ventura de la guerra, retornaron a Córdoba las reliquias del vencido ejército para protegerse tras sus recias murallas.    
Los catalanes, enfurecidos por su derrota y a falta de tener a mano al enemigo bereber, se desquitaron con los desventurados cordobeses, entregándose ciegos de ira al pillaje y otras violencias.
Tan injusta e imprevista crueldad de parte de sus aliados anonadó a la población, pues no solo saquearon comercios, zocos, casas, palacios, harenes, sino hasta las mezquitas.
           Las mesnadas catalanas regresaron sin gloria, pero inmensamente ricas tras saquear a sus aliados y recobrar sus desproporcionadas soldadas. Aquel ingente tesoro que portaban consigo contribuyó a mejorar la situación que hasta entonces vivieran, influyendo en su devenir político y social:
Los condados catalanes llevaban algunos años procurando conseguir la unidad de sus diferentes feudos, cuya división lastraba su progreso económico, su avance social y hasta su defensa frente al enemigo. Los anteriores intentos por lograr esa unidad, llevados a cabo por los condes y otros seniores de natura o de rango baronial junto con los obispos —sobre todo los de Vic y Ripoll— habían fracasado siempre por falta de recursos. Pero la situación iba a cambiar mucho tras el saqueo de Córdoba.          
Cómo debió de ser aquel saqueo que el precio del oro bajó no solo en el noreste peninsular, sino también en el sur y sureste de Francia. Y en aquel mismo año, convocados en Vic, lograron al fin la unidad de feudos y condados a que aspiraban y que antes se les resistiera —los condados de Barcelona, Gerona y Ausona conformaron un núcleo político que se hizo con el liderazgo unificador e influyente en el resto—, al mismo tiempo que por iniciativa de Oliba,  nieto de Wifredo el Velloso, además de abad de Ripoll y obispo de Vic, pudieron repoblarse amplias extensiones de tierras catalanas, como Calaf, el Bages y la Segarra, Anoia, la Conca de Barberá y el Campo de Tarragona,  logrando así delimitar y asegurar sus fronteras, sobre todo en Tarragona y Tortosa. Sobraron, además, recursos para engrandecer su incipiente flota con nuevos encargos de navíos a los astilleros de Génova y Venecia; aquel botín les había proporcionado el caudal necesario para lanzar también su desarrollo mercantil.              
Es hecho muy probado que los cordobeses financiaron la Cataluña naciente.   






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