La Navidad celebra el
nacimiento, mas este no es un nacimiento cualquiera sino el de alguien, un
personaje especial, histórico, admirado o repudiado, cuya figura central atrae a un gran número de creyentes en sus
diversas variantes y cada cual lo interpretará a su manera, unos más acertados,
otros tal vez menos. Antes que Papa Noel o Santa Claus (uno de ellos) fuese
creado por Coca Cola, existía la imagen navideña que se depositaba en ese niño recién nacido en
un pesebre y no en un palacio.
A sus pies muchos han caído enamorados, escritores, soñadores, pecadores, enfermos, necesitados, y entre ellos también se encontraba Lope de
Vega, quien no dudó en dedicarle sus poemas.
He elegido al azar uno
de ellos pues sus palabras hablan por sí mismas.
Pues andáis en las palmas,
ángeles santos,
que se duerme mi niño,
tened los ramos.
Palmas de Belén
que mueven airados
los furiosos vientos
que suenan tanto:
no le hagáis ruido,
corred más paso,
que se duerme mi Niño,
tened los ramos.
El Niño divino
que está cansado
de llorar en la tierra
por su descanso,
sosegar quiere un poco
del tierno llanto.
Que se duerme mi niño,
tened los ramos.
Rigurosos hielos
le están cercando;
ya veis que no tengo
con qué guardarlo.
Ángeles divinos
que vais volando,
que se duerme mi Niño,
tened los ramos.
Lope de Vega.
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