Marzo
es el mes de Marte, de la lucha, de la guerra, del sueño que despierta, del
esqueleto arbóreo que empieza a latir, la agonía invernal con sus penúltimos estertores,
la ansiada espera, el olor a pólvora en cada esquina, la noche menguante en luz
creciente.
Definitivamente,
y aunque sea algo presuntuoso, me gusta el mes por excelencia que grita con
especial énfasis el verbo renacer. Aunque pienses lo contrario, o contraríes lo que pienso con razones
pausadas, la poesía tiene cuatro meses con denominación de origen y el primero
de ellos es el mes que debería estar dedicado a Eolo o tal vez a la divina
Atenea pues en su interior se recogen los idus de marzo, o culminan los Siete
Domingos de San José. Es en estas fechas cuando el carpintero quema sus
virutas, su basura, sus oráculos entre cenizas esparcidas al viento. El aire
pesa menos entre sus calles, se olfatea el mar, la playa, la brea, en cada mirada
pueril.
Acaba
la negritud psicológica del fracaso renovando las oscuras ascuas que dormitaban
en los enseres del nimbo. Son los paseos junto a la playa, es la energía solar
que rellena nuestros pulmones con el combustible primaveral. Por las venas un
nuevo impulso lascivo nos lanza a la aventura de vivir, de sentir el despertar
de los pájaros, de admirar la fuerza de la naturaleza. Las ondinas renacerán para
poblar la faz de las aguas con su magia bienhechora.
Todavía
quedaran nieblas traicioneras, vendavales molestos, fisuras climáticas que nos harán
caer en la tentación invernal, mas su fuerza radica en la capacidad de luchar,
de continuar inexorable en la virtud de la reencarnación anual, de superar el
sacrificio de la decadencia, de romper el hielo del recuerdo, del migrar de las
aves en deseos alados.
Me encanta y me sigue encantando este mes cantarín que medita entre exámenes sorpresa, vísperas pascuales y proyectos regenerados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario