El clérigo y la flor (romance)

Romance: Composición de número indeterminado de versos octosílabos con rima asonante en los versos pares dejando sueltos los impares. Pueden intercalarse en la composición canciones o estribillos. Para más información busca la entrada de fecha 3 de marzo.


El clérigo y la flor.


Erase una vez un clérigo
cuya alma había bebido
de cuantos vicios seglares
en el mundo había oído.

Conocía lupanares
y bebía buenos vinos
sin dejar de visitar
los lugares prohibidos.

Mas si como loco obraba
regresaba arrepentido
al pie de Santa María
con el corazón herido.

Conocía su pecado
temiendo haber ofendido
a la Virgen del Camino,
Madre del Bien más querido.

En sus manos una flor
dejaba con gran cariño,
para honrar con su color
sus pies dulces y benditos.

No andaba mal el bellaco
y aunque no era comedido,
a María se ofrecía
en todo oficio divino.

No sé la causa que fue,
ni la razón, ni el motivo,
tal vez fueron enemigos,
o quizás desconocidos.

El caso es que en noche oscura
acabó su fugaz sino
a la orilla de un camino
que conduce hasta un molino.

Unos hombres de la villa
lo enterraron junto al río
antes que llegase el día
a la vera del camino.

Fuera de lugar sagrado,
y puede que merecido,
quedó el cuerpo del finado
abandonado y tendido.

Dolió a la Virgen Gloriosa
que los restos de su amigo 
no tuvieran digna fosa
ni descanso en suelo digno.

Que si bien pecador era
siempre tornaba contrito
al regazo de María
confesado y redimido.

Al cabo de treinta días
del vil crimen cometido
al superior del convento
se le apareció y le dijo:

“Tienes buen entendimiento
por eso te ruego y pido
que despiertes al momento
y atiendas bien lo que digo.

Treinta días han pasado
y su cuerpo está tendido
bajo suelo no sagrado,
a la vera del camino.

En sus últimos momentos
a mis pies cayó rendido
y lanzando gran lamento
me lo pidió ya caído.

Yo te mando que lo digas
y busques al pobre clérigo
que pese a ser pecador
siempre volvió arrepentido.

Quiero que seas notario
de lo que te mando y pido
y salgas por los caminos
para buscar a mi amigo.”

El monje sobresaltado,
que aún estaba adormecido
le preguntó acobardado:
“De quién lo dice, ¿qué digo?”

La Virgen le respondió:
“Santa María soy y he sido
la Madre de Jesucristo,
tu Señor y dulce amigo.

Al que está sin cementerio,
acude presto en su auxilio
y lo llevas al sagrario
y que repose conmigo.

Cualquier alma se condena
por pecados cometidos
que piensa que no son tales
y no se haya arrepentido.

Merece su alma reposo
que no importa lo vivido
sino cómo lo has vivido
en el tiempo concedido.”

El monje buscó al difunto
por veredas y caminos,
y con riguroso luto
rezando iba por su amigo.

Encontraron el sepulcro
donde la Virgen lo dijo,
cerca de un viejo molino,
a la vera del camino.

Cuando lo desenterraron
un milagro ha sucedido
o los monjes lo creyeron
al descubrir lo ocurrido.

Su cuerpo incorrupto estaba
y parecía dormido
como aquel que descansara
a la orilla del camino.

Desde su boca una flor
hermosa había salido
llenando de grato olor
toda la vera del río.

Obra de Santa María
eso debía haber sido
pues noche se torna día
cuando ella ha intercedido.

Hasta la iglesia llevaron
el cuerpo del fallecido
y una salve le rezaron
por la Virgen y su amigo.

Que todo hombre obre conforme
el respeto merecido
que a María se le debe
por todo lo inmerecido

que ella siempre nos regala,
su amor, perdón y cariño
que nos guía a Jesucristo,
nuestro Señor dulce amigo.

El clérigo y la flor, poema de Miguel Navarro, inspirado en la obra homónima de Gonzalo de Berceo.

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