Alma (un relato)

            Como banquero judío que jamás perdona deudas, así la vida pasa al cobro las facturas pendientes. Quizás hice algo mal, una frase equivocada, un silencio improcedente. Maldito comportamiento, nunca me dieron el manual de instrucciones. Esa es la verdad que corroe mis entrañas: palabras que no debieron decirse, sueños que no debieron nacer.
Aquella tarde incierta, tan incierta como es hoy mi propia existencia, quedé encargado del cuidado de Alma. Esperanza tenía que ausentarse mientras que la niña y yo recorríamos el centro de la ciudad. Estaba tan ilusionada que no me atreví a contrariarla.
Recuerdo que Alma tenía un toque mágico, vital. Ahora estaba a mi lado, ahora saltaba de un escaparate a otro. La ciudad se transformaba en torrentes luminosos que inundaban sus ojos. Todo se concentraba en aquellos pequeños puntos negros. Tiendas de ropa, galerías comerciales, pastelerías, un universo policromático que era absorbido por una sed insaciable. La gran urbe mostraba sus encantos igual que una rosa cuando florece.
                Algunas veces me pregunto cuál fue el detonante de su atención pero de repente se detuvo ante una juguetería. Una de esas tiendas que tratan los escaparates como si cuidasen un churro de feria. Varias cajas se apilaban detrás del cristal intentando sobrevivir entre Taiwán y China. Una la sedujo con especial interés. En su interior un peluche con forma de perro la miraba sonriente.
                Inocentes, como si de un ángel surgieran las palabras, sus labios exclamaron:
               - ¡Nunca he visto un perrito tan bonito!
   - Muy bien, lo han hecho muy bien – dije sin darle mayor importancia – Es una pena que acabe tan pronto en la basura.
     Alma replicó:
  -  Si cuidas los juguetes no tienen por qué ir al contenedor. Este peluche es muy lindo. Siempre lo cuidaría, estaría a mi lado y podría dormir en mi cama.
  -  Estás equivocada princesa. Si lo llevas siempre contigo se desgastará antes. En poco tiempo se estropeará, se volverá viejo, feo y acabará apartado en un armario. Al cabo de unos meses el armario se vaciará y el juguete irá a parar en la basura. Si por el contrario no lo usas para que no se haga viejo, lo dejarás sobre tu cama o, tal vez  lo abandones en una vitrina. Cuando pasen unas semanas encontrarás otro peluche que atraerá tu atención. Te encariñarás con el nuevo y el otro quedará olvidado. Será guardado en el armario para tirarlo a la basura cuando toque limpieza. En definitiva, antes o después, los juguetes mueren en la basura.
 Durante unos instantes Alma me miró extrañada, luego miró al juguete, luego a mí de nuevo.
   - ¿Es que no piensas comprarme el perrito?
  - Te lo regalaré – accedí – pero debes prometerme que lo cuidarás y no dejarás que se convierta en otro trasto inservible.
Un salto de alegría, acompañado de palmas y gritos, festejaba el acontecimiento. Nadie puede negar nuestro parentesco con los primates, sobre todo cuando analizamos las muestras de júbilo en niños y en muchos adultos. A pesar de nuestra orgullosa civilización, no estamos lejos del comportamiento animal. Me pregunto qué pensaría de nosotros un ente superior si nos analizara con un microscopio.
 - Por aquí llega Esperanza.
Rápida como una centella corrió hacia mi esposa con el peluche entre sus manos.
-     Es un perrito – gritaba – Mira tía, me ha comprado un perrito.
-     Se ha encariñado con él – dije a Esperanza – Insistió y no me ha quedado más remedio que comprárselo. No era muy caro.
Ella frunció las cejas y esbozó una mueca, similar a una sonrisa, acompañada de un leve suspiro. Poco después nos sentábamos en la terraza de un bar para tomar un refresco.
-    No has quitado el espejo de su habitación – reprochó Esperanza acomodándose en la silla – La niña puede acercarse demasiado y caerle encima.
-    Claro, ya lo haré – evadí mientras veía jugar a la pequeña en un columpio – Es encantadora. ¿Cuántos años tendrá?
-    Imposible saberlo. Puede que ocho o nueve. Ya sabes que estos niños suelen estar desnutridos y llevan retraso en el crecimiento – contestó mientras bebía un zumo.
A la niña no se le había ocurrido otra cosa que perseguir a una mariposa alrededor del columpio. Con su mano derecha sujetaba el perro que corría sobre un prado invisible a un metro del suelo. Triples saltos mortales y piruetas se lanzaban tras el pobre insecto que revoloteaba sin prestarles atención.
-   ¿Cómo has quedado con el asistente social? – pregunté a Esperanza - ¿Qué ha podido averiguar?
-    Apenas sabía hablar cuando llegó a la residencia. Le costaba gran esfuerzo comunicarse con los demás. Sus cabellos raidos, sus silencios, su extremada delgadez le dieron el sobrenombre por el que se la conoce. El equipo de asistentes sociales no tiene nada su pasado.
-    ¿Le han preguntado a los que la encontraron? No sé, quizás estén pasando por alto alguna pista. Tal vez alguna prenda, algún objeto.
-    La encontraron desnuda en medio del bosque y no recuerda nada. El trauma debe ser tan grande que se niega a recordar el pasado. Los psicólogos piensan que, a medida crezca su confianza en nosotros, también aumentará la posibilidad de que nos proporcione información sobre su vida anterior.
-    A ti te conviene que se quede con nosotros – afirmé mientras ella dejaba el vaso sobre la mesa. Un pequeño brillo acuoso asomó por su mejilla – Sería como volver a empezar.
-    Después de todo – respondió ella con fingida sensatez - ¿qué importa eso? No debemos perder de vista que es una niña tutelada por la administración y que, en estos momentos, se encuentra bajo nuestra custodia.
Alma apareció en ese momento con la mariposa atrapada entre sus frágiles dedos. El olor de una rama de romero inundaba el aire con su fragancia. Se detuvo a mi lado y, al levantar la mirada, sentí como si la fuerza de cien pares de  ojos me desnudara recorriendo mi  interior.
-    ¿Se puede estropear? – preguntó Alma permitiéndome regresar al mundo de los vivos.
-   Una mariposa, un animal o cualquier ser vivo se puede estropear si lo tratamos como un juguete. Las cosas se pueden romper y los animalitos son más delicados que los juguetes, enseguida se rompen. Por eso lo mejor será que la dejes volar para que haga el parque más bonito.
Alma no estaba muy convencida de aquel argumento, en especial cuando se trataba de soltar a la mariposa que con tanto esfuerzo había conseguido atrapar. De forma similar a un funcionario cuando recibe una orden de un político, o de un parado que no puede aceptar más trabajo que el que le ofrece de forma benévola un empresario imbécil, la niña abrió sus dedos dejando en libertad el insecto.
Viendo como se movía el insecto entre las plantas y sujetando a la niña entre mis brazos, decidí  preguntar:
-    En el caso de que podamos encontrar a tu madre, ¿te alegrarías?
Y ella sin dudar me lanzó un certero golpe en la barbilla que me dejó fuera de juego.
-    ¿Dudas? ¿No quieres ser mi papa?
-    Un momento…, por supuesto princesa – respondí entrecortado – pero…, deberíamos hablar con tu familia. Quizás te están buscando.
La sonrisa de Esperanza ante mi torpeza fue tan generosa como puede ser la lluvia primaveral. Era una sonrisa limpia, alegre y discreta. La niña se dio cuenta  y dijo:
-   Casi ganas el cielo con esa alegría. Tengo que hacerte feliz y así es más fácil.
-   Eres muy amable – agradeció Esperanza atrayéndola hacía sí - ¿Quién te ha dicho que tienes que hacerme feliz?
-    No sé – contestó distraída – lo sé y nada más.
-   Dime pequeña, ¿cómo llegaste al bosque? – pregunté con la vana idea de obtener alguna respuesta - ¿Qué pasó? ¿Apareciste por arte de magia?
-   Eso debió ser – respondió ella.
La tarde siguiente mi mujer había salido de compras. Igual que los hunos en la conquista de Roma, un montón de papeles desordenados invadían la mesa del despacho. Una imagen de la Virgen de Fátima y una foto antigua aguantaban la embestida como dos botes a la deriva en una tormenta. Esperanza tenía un bebe en los brazos.
-   ¿Qué haces? – preguntó Alma.
-   Nada especial. A veces los mayores solemos perdernos en nuestros pensamientos – respondí dejando la foto sobre la mesa.
-    ¿Quién es?
-    Una niña que ahora tendría tu edad.
-   ¿Dónde está?
-     Se fue a un viaje muy largo.
Alma tenía en su poder el perro de juguete que saltaba de un lado a otro con la fuerza de un tigre. Me disponía a ordenar la mesa cuando la vi alejarse hacia su habitación. Recordé el espejo. Temí por ella y fui a su encuentro.
Estaba sentada en la cama intentando peinar el muñeco. Su imagen aparecía reflejada en el espejo. Era un modelo Berlín, algo antiguo, ovalado y de cuerpo entero. Dos barras negras sobre un soporte metálico permitían que estuviese de pie. En otra época Esperanza se pasaba horas probándose toda clase de vestidos. Me gustaba ver como se vestía y se desnudaba ante el cristal. Era como si tuviéramos un cómplice en la habitación, un voyeur que participaba de nuestras fantasías. Cuando la tragedia nos visitó, concentró cada milímetro de nuestra amargura. Después quedó solitario en la habitación de los invitados.
-    Ese espejo es viejo – afirmaron aquellos cabellos rubios desde el otro lado del espejo.
-    Lo sé.
-    ¿Lo vas a tirar?
-    Supongo que le queda poco tiempo. Ya está convirtiéndose en un trasto molesto y peligroso.
Dejando el peine a un lado me preguntó:
-    ¿Los juguetes también pueden ser trastos molestos y peligrosos?
-    Peligrosos puede que sí o puede que no, pero molestos estoy convencido de que sí y lo mejor es tirarlos en la basura.
No tardó mucho en regresar mi mujer.  Llegaba cargada con un abultado número de cajas. Las dejó caer de golpe sobre el sofá del comedor y rodaron voluminosas unas sobre otras. Pese al esfuerzo realizado regresaba sonriente con un color especial en sus mejillas.
-    Pensé que habías sido devorada por algún armario gigante o por una silla saltarina. ¿No habíamos quedado que ibas a comprar algo de ropa? Un poco más y traes la tienda entera.
-    Pensé que la niña necesita tantas cosas que no quería olvidarme de nada. Aún así algo habrá quedado pendiente de comprar. Mira traigo esta faldita que le vendrá muy, además de un trajecito muy bonito para la comunión de tu sobrino. No me digas que no le quedará coqueto. Un pijama rosa para cuando llegue el invierno, un suéter para el colegio…
Ya no la escuchaba. No hace falta ser Sherlock para comprender lo que estaba pasando.  En verdad no quería hacer daño, tan solo advertirle del peligro que se avecinaba. Los momentos duros necesitan un tiempo de reflexión. La preparación de esos momentos te lleva a sobrellevarlos mejor.
-    Cariño – dije – Puedo saber lo que está pasando por tu cabeza.
-    No te entiendo – respondió mientras abría algunos paquetes y empezaba a sacar la ropa.
-    No te das cuenta de lo que sucede: te estás encaprichando con la nena. Nos advirtieron de que uno de los mayores sufrimientos en los niños de acogida es la despedida. Antes o después se tienen que ir.
-    Cielo, sé lo que estás hablando pero solo he comprado unas cositas para que tenga algo qué vestirse. Mira que mono es este suéter.  Claro que tendrá que irse, pero el asistente social tiene que averiguar muchas cosas antes.
-    Es muy probable – dije mirándola a los ojos - que llegue un momento en que no se pueda investigar más y decidan dar a la niña en adopción.
Esperanza detuvo  su trajinar con los paquetes como si la hubiese ofendido o quizás le hubiese tirado un jarro de agua. No sé si sentía odio, pena o por un instante vislumbró lo que se avecinaba. Nunca ha llegado a contarlo, ni pienso preguntárselo. Lo cierto es que se detuvo y como indecisa dijo:
-    El asistente dice que la  niña se ha adaptado muy bien con nosotros. Le estamos dando todo el cariño que tenemos.
-    Que tenemos o que necesitamos
-    ¿Qué quieres decir?
-    Seamos realistas. En Alma estas volcando todo el cariño que no pudiste darle a nuestra hija. Sabes que no es un juguete, tendrá que  irse. La administración, pese a los informes del Asistente Social, puede tomar una resolución diferente a lo que pensamos. En un mes, dos o medio año podemos recibir una notificación diciendo que la niña pasa a preadopción con una familia de la Conchinchina.
-    No es cierto, en la preadopción también nos la pueden asignar. La niña puede quedarse con nosotros. Lo que pasa es que te da miedo quererla, tienes miedo de que sea nuestra hija.
-    Basta Esperanza, estas convirtiendo a la niña en un juguete, en una moneda de cambio. Yo tengo muy clara mi relación con ella. Eres tú la que estas intentando transformarla en aquella hija que perdimos. La niña no debe sustituir a nadie, debe ser ella misma y no un sustituto ni una muñeca, ni nada parecido.
Mi mujer se dejó caer en la silla como si se desplomase exhausta después de una carrera. Las fuerzas la habían abandonado en el mayor de los desiertos: el desierto de la desolación. No sabía si reír o llorar, si golpear la mesa o dejarse arrastrar. Quedó en silencio sin saber cómo reaccionar. Como una niña que intenta excusar una mala acción, sus ojos estaban a punto de desprender ríos de lágrimas tristes y amargas, grises y descorazonadoras.
-    Se parece tanto a la pequeña – susurró - . Caí en la tentación de pensar que la Providencia nos enviaba otra niña para recuperar la que perdimos. Sus ojos, sus manos, su piel, ¿quién me dice a mí que nuestra hija no se parecería a ella con su edad?
No sabía qué contar, en realidad permanecí como un idiota dejando que se desahogara. Me encontraba en medio del salón contemplándola, viendo cómo tenía un corazón todavía vivo con ganas de pelear. Quería hablar, quería acompañarla en su dolor y sólo se me ocurrió decir:
-    Tranquilízate querida. Piensa en ella cómo si no fuese la persona que buscas. Se trata de una niña más. Un juguete que debemos cuidar.
El ruido de la puerta al cerrarse me hizo fijar la atención en el dormitorio. Comprendí que habíamos tenido un espectador inesperado. Corrí a la habitación y Alma se encontraba sentada sobre la cama con la mirada puesta en el espejo.
-    No hagas caso de lo que hablábamos. Los mayores a veces decimos cosas muy tontas. No quería decir que fueses un juguete.
La niña no contestaba, permanecía muda y con la vista perdida en el infinito, en la nada.
-     Los juguetes acaban en la basura. Yo voy a ir a la basura. No me quieres.
A partir de aquel momento se volvió taciturna, silenciosa. El color de sus mejillas fue desapareciendo poco a poco. Su rostro se alargaba mostrando cada curva de los huesos.  Ya no se levantaba de la cama, nos turnábamos para darle la comida. Un fantasma amorfo, etéreo, se apoderó de cada una de las estancias.
No sirvió de nada que Esperanza y yo intentáramos quitarle aquella idea y le jurásemos que las cosas no son lo que parecen. Escudriñaba a cada una de las personas que veía. Lloraba y dudaba. La obsesión había alterado su personalidad. De noche despertaba llorando y no sabíamos qué hacer. Volvíamos a jurar que todo aquello era falso, pero ya no nos creía, sus ojos desesperados se enturbiaban con el llanto.
En secreto pedimos consejo a médicos, psicólogos y asistentes sociales, pero solo recetaban distracciones y divertimentos que la alejaran de sus sueños. Cómplices y culpables a un mismo tiempo, asistíamos impotentes al deterioro de su salud. La administración empezó a estudiar su traslado a otro hogar de acogida.
Y sucedió lo que no debía suceder.
Aquella noche Alma dormía y su sueño parecía más sosegado que de costumbre. Mi mujer y yo, asomados en el balcón, contemplábamos los tejados rojizos de la ciudad como presagiando el final. Un médico, amigo nuestro, cuidaba de ella en el interior.
La idea de que esta niña se integrase en nuestra familia pesaba como una losa de piedra. Unos gritos se escucharon en el interior.
-    ¡No quiero! ¡No me quieren! ¡Solo buscan un juguete! - gritaba  Alma mientras Jorge la sujetaba en la cama – Soy distinta a ellos. Nunca me querrán.
           Intentábamos calmarla sin conseguirlo. De pronto, soltándose de su captor, se acercó al espejo. Nos miraba con los ojos llenos de lágrimas. Volvió su rostro al cristal y posó su mano. Era como si la materia se licuase. Su cuerpo se fundía en el interior del espejo sumergiéndose con suavidad. En unos breves pero eternos instantes todo hubo concluido. Ante nuestro asombro la vimos desaparecer y una suave brisa musitó un escueto adiós. Nada es lo que parece y Alma era especial.



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