RODRIGO CARO (1573-1647)
Rodrigo Caro (Utrera, 1573 - Sevilla, 10 de agosto de 1647), poeta, historiador, abogado y sacerdote católico.
Estudió cánones en la Universidad de Osuna, donde se matriculó en 1590, y desde 1594 en la de Sevilla, donde se graduó en 1596, después de que, a la muerte de su padre, fuera recogido por su tío Juan Díaz Caro, que vivía en Sevilla.
Fue abogado eclesiástico entre 1596 y 1620, y no le faltó trabajo, pues atendió en ese periodo siete pleitos al año. Mantuvo a su madre y a ocho hermanos y todavía no recibía la protección de quien habría de ser su mecenas, el duque de Alcalá.
Fue ordenado sacerdote a lo más tardar en 1598 y recibió un beneficio eclesiástico en la parroquia de Santa María de Utrera. Consiguió ser nombrado abogado del concejo municipal de su villa y en 1619 empezó a trabajar como censor de libros.
Fue visitador general de la archidiócesis (una especie de inspector de iglesias) y en junio de 1627 se trasladó a Sevilla, donde se desempeñó además como juez de testamentos.
Otras comisiones del arzobispado le acarrearon diversas amarguras y un pequeño destierro a Portugal.
En 1645 renunció a su capellanía por no poderla atender, debido a una enfermedad de estómago que se le fue agravando. Murió dos años después a los 74 años de edad, el 10 de agosto de 1647.
Mantuvo relación con numerosos autores, como Francisco de Rioja, quien le dio largas constantemente en su petición de una capellanía real y del cargo de cronista de Indias; Francisco de Quevedo, a quien conoció en un viaje que este hizo a Sevilla con el rey en 1624; Francisco Pacheco, etc.
Fue, sobre todo, arqueólogo, anticuario e historiador; tenía una gran biblioteca de clásicos y hasta un pequeño museo y escribió tanto en latín como en castellano.
Obra
Prosa
Sus principales obras en prosa incluyen, entre otras:
“Claros varones en letras, naturales de la ciudad de Sevilla”, una colección de biografías de ilustres personajes sevillanos; “Tratado de la antigüedad del apellido”, “Memorial de Utrera”, “Veterum Hispaniae Deorum Manes sive Reliquiae”, “Relación de las inscripciones y antigüedad de la Villa de Utrera”, “El santuario de Nuestra Señora de la Consolación”, “Antigüedades y principado de la Ilustrísima ciudad de Sevilla y corografía de su convento jurídico o antigua Chancillería” (Sevilla, 1634)
Un especial interés guardan sus “Días geniales o lúdicros” por la enorme cantidad de materiales folclóricos que contiene, ya que es un tratado sobre los juegos infantiles y adultos en general que incluye también festejos, supersticiones, creencias, fiestas de toros, costumbres y celebraciones populares, todo servido con una profunda erudición. La obra circuló solamente en versión manuscrita y está escrita en una prosa digna de los mejores autores de nuestros Siglos de Oro; estaba definitivamente acabada en 1626. La Sociedad de Bibliófilos Andaluces la publicó de forma deficiente (Sevilla, 1884); Jean Pierre Etienvre publicó una edición más rigurosa (Madrid, 1978) en dos volúmenes.
Poesía
En el campo de la poesía escribió sobre la historia y riquezas de las ciudades andaluzas de Carmona, Utrera y Sevilla, así como sonetos y poemas laudatorios a San Ignacio de Loyola. Utilizó motivos propios de la canción de amor erótica para manifestar su entrega a Cristo y también escribió romances burlescos, como el que relata la aventura que le aconteció en 1627 en la torre de la Membrilla, junto al río Guadaíra. Escribió poemas mitológicos divertidos como “Cupido pendulus”, epístolas en verso, poemas a advocaciones marianas de Utrera, etc.
“Cupido pendulus”
“Cupido pendulus” es un divertido episodio mitológico en el que sobresale el rasgo más original de la poesía de Caro, el animismo de los objetos, al cobrar vida una estatua romana de Venus que ansiaba poseer (que guardaba un amigo suyo en Sanlúcar de Barrameda), y las de otros dioses antiguos de su museo particular, como un relieve antiguo aparecido en Lebrija que interpretó como una escena del dios Cupido en posición de recibir un azote en el culo desnudo.
Como en la Canción a las ruinas de Itálica, en Cupido late su sincero entusiasmo por los restos arqueológicos de la Antigüedad, que tienen un misterioso poder de evocación del pasado, transportando al poeta al mundo mitológico greco-romano.
El poema había permanecido inédito debido a su contenido lujurioso en las alusiones a Cupido, “que hace daño con el falo o la flecha”, al que las Bacantes encierran en Lebrija en castigo por los crímenes amorosos que comete, sin que pueda liberarlo su madre Venus, a la que su esposo Vulcano, dolido porque lo engañara con Marte, encierra desnuda en Luciferi fanum, el santuario del Lucero (el planeta Venus) que existió en Sanlúcar de Barrameda.
El principal interés del poema consiste pues en la recreación que hizo su autor del pasado mítico en la Bética, conmovido por la presencia de los restos arqueológicos y basándose en su erudición sobre la Geografía y la Historia de la antigua Bética.
“Canción a las ruinas de Itálica”
Se le recuerda sobre todo por la “Canción a las ruinas de Itálica” que, brotando de aquella pasión suya por la Arqueología, ha pasado a todas las antologías. Se trata, sin duda, de una pieza maestra en su género, de complicada historia textual (fue retocada por su autor varias veces). Evoca lo que queda de aquella ciudad romana –cercana a Sevilla–,, los restos de sus murallas y edificios, comparando su ruina con las de Troya, Atenas o Roma.
Caro encontró la forma perfecta de expresar sus pensamientos sobre el impacto que le produjeron las ruinas de este emblemático lugar del pasado. El poema está lleno de motivos ilustres y hallazgos expresivos que justifican su fama: la presencia del interlocutor Fabio, que da altura moral al texto; el tópico del ubi sunt? con sus interrogaciones retóricas; el eco del nombre "Itálica", hábil recuerdo de Virgilio y Garcilaso; la gravedad del tono y la cuidada estructura de muchos versos hacen de esta poesía una de las mejores de su época.
Sin embargo, por debajo del tema tan barroco (y tan romántico) de las ruinas, late el sentimiento de la fugacidad e inconsistencia de lo terreno. En conjunto esta poesía –que hoy llamaríamos “culturalista”– es de una notable perfección que puede resultar fría; con todo, contiene versos muy bellos en los quela emoción se condensa
CANCION A LAS RUINAS DE ITALICA
Estos Fabio, ¡ay dolor!, que ves ahora
campos de soledad, mustio collado,
fueron un tiempo Itálica famosa.
Aquí de Cipión la vencedora
colonia fue. Por tierra derribado
yace el temido honor de la espantosa
muralla, y lastimosa
reliquia es solamente.
De su invencible gente
sólo quedan memorias funerales,
donde erraron ya sombras de alto ejemplo.
Este llano fue plaza; allí fue templo;
de todo apenas quedan las señales.
Del gimnasio y las termas regaladas
leves vuelan cenizas desdichadas;
las torres que desprecio al aire fueron
a su gran pesadumbre se rindieron.
Este despedazado anfiteatro,
impío honor de los dioses, cuya afrenta
publica el amarillo jaramago,
ya reducido a trágico teatro,
¡oh fábula del tiempo!, representa
cuánta fue su grandeza y es su estrago.
¿Cómo en el cerco vago
de su desierta arena
el gran pueblo no suena?
¡Dónde, pues fieras hay, está el desnudo
luchador? ¡Dónde está el atleta fuerte?
Todo desapareció, cambió la suerte
voces alegres en silencio mudo;
mas aun el tiempo da en estos despojos
espectáculos fieros a los ojos
y miran tan confusos lo presente,
que voces de dolor el alma siente.
Aquí nació aquel rayo de la guerra,
gran padre de la patria, honor de España,
pío, felice, triunfador Trajano,
ante quien muda se postró la tierra
que ve del sol la cuna, y la que baña
el mar también vencido gaditano.
Aquí de Elio Adriano,
de Teodosio divino,
de Silio peregrino
rodaron de marfil y oro las cunas.
Aquí ya de laurel, ya de jazmines
coronados los vieron los jardines
que ahora son zarzales y lagunas.
La casa para el César fabricada,
¡ay!, yace de lagartos vil morada.
Casas, jardines, césares murieron,
y aun las piedras que de ellos se escribieron.
Fabio, si tú no lloras, pon atenta
la vista en luengas calles destruidas,
mira mármoles y arcos destrozados,
mira estatuas soberbias, que violenta
Némesis derribó, yacer tendidas,
y ya en alto silencio sepultados
sus dueños celebrados.
Así a Troya figuro,
así a su antiguo muro,
y a ti, Roma, a quien queda el nombre apenas,
¡oh patria de los dioses y los reyes!
Y a ti, a quien no valieron justas leyes,
fábrica de Minerva sabia Atenas,
emulación ayer de las edades,
hoy cenizas, hoy vastas soledades:
que no os respetó el hado, no la muerte,
¡ay!, ni por sabia a ti, ni a ti por fuerte.
Mas, ¿para qué la mente se derrama
en buscar al dolor nuevo argumento?
Basta ejemplo menor, basta el presente,
que aún se ve el humo aquí, aun se ve la llama,
aun se oyen llantos hoy, hoy ronco acento.
Tal genio o religión fuerza la mente
de la vecina gente
que refiere admirada
que en la noche callada
una voz triste se oye que llorando
“Cayó Itálica”, dice; y lastimosa
Eco reclama “Itálica” en la hojosa
selva que se le opone, resonando
“Itálica”, y el caro nombre oído
de Itálica, renuevan el gemido
mil sombras nobles en su gran ruina.
¡Tanto aun la plebe a sentimiento inclina!
Esta corta piedad que, agradecido
huésped, a tus sagrados manes debo,
les dó y consagro, Itálica famosa.
Tú (si lloroso don han admitido
las ingratas cenizas de que llevo
dulce noticia asaz, si lastimosa)
permíteme, piadosa
usura a tierno llanto,
que vea el cuerpo santo
de Geroncio, tu mártir y prelado.
Muestra de su sepulcro algunas señas
y cavaré con lágrimas las peñas
que ocultan su sarcófago sagrado.
Pero mal pido el único consuelo
de todo el bien que airado quitó el cielo.
¡Goza en las tuyas sus reliquias bellas
para envidia del mundo y las estrellas!
El bruto, que en la paz..
EL BRUTO, QUE EN LA PAZ…
El bruto, que en la paz la tierra ofende
con el hierro pendiente de la esteva,
grano os adora, si incapaz no os prueba,
porque os conoce bien, si bien no entiende:
pero el que militar, Señor, enciende
el pecho en ira donde el Julio nieva,
los duros dientes en el grano ceba
que su medula a lo brutal defiende.
Sacramentario hereje, monstruo horrendo,
del caballo y el buey lo peor tomas,
que es no adorar el grano y no proballo:
El buey tu obstinación está arguyendo,
venera a Cristo, aunque jamás le comas,
y antípoda serás de tu caballo.
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