Ha
fallecido Antonio Mingote (d.e.p.) a los
93 años. Sirvan estas palabras como uno de tantos homenajes a tan genial
creador.
El
periódico ABC, al que estuvo muy vinculado durante 59 años, le ha dedicado uno
de los artículos que mejor la representan.
A
continuación reproduzco algunas frases
que aparecen en el citado artículo y que merecen destacarse en la persona de
Mingote:
Nadie
derramó tanto prodigio en vida. Nadie fue tan generoso con el prójimo.
Antonio
Mingote era un extraterrestre que amerizó desde la constelación Trabaja,
Idiota, y No Pares.
Sentía
Mingote la vida ora con la tierna timidez del niño que observaba gamusinos
mientras acudía a misa de doce cada domingo ora con la bendita paciencia del
domador de fieras.
Resumía
un editorial en una viñeta desde su independencia y su amor por la libertad, el
auténtico bálsamo de fierabrás contra conjuros, exorcismos, hechicerías,
encantamientos, demonios familiares, brujerías, maleficios..
Lo
raro era vivir, y mientras hablaban Antonio dibujaba en la mesa del café usando
como pincel una servilleta de papel enrollada, empapada en los restos de la
taza. Era un dibujante como una catedral.
Lo crucificaron... Y en España el humor es despreciado. Si los cursis que se hacen los trascendentes pudieran hacerlo prohibirían el humor, sospechaba. Sería como prohibir el amor. La vida es libertad, humor y amor.
Artículo completo:
Antonio
Mingote ha fallecido a los 93 años, 59 consagrados a ABC. Dibujante, escritor,
académico, marqués de Daroca, un ser de luz admirable. Nadie derramó tanto
prodigio en vida. Nadie fue tan generoso con el prójimo.
Murió
rodeado de lo suyos: su alma y esposa Isabel Vigiola, su hijo Carlos, su nieto
Pablo... su familia, a la que adoraba. Dios ha llamado a su reino a su Ángel
Antonio Mingote en la tierra. La vida le ha vencido en el Hospital Gregorio
Marañón, donde llevaba ingresado desde hace unos días, y se despertó un par de
veces para despedirse de los suyos.
Hoy,
el pueblo de Madrid, la gente a la que él historió y quería como nadie, le
brindará un multitudinario y emotivo último adiós en la capilla ardiente que se
instalará esta tarde a las 19 horas en los Jardines de Cecilio Rodríguez, en el
Parque del Retiro de Madrid. La capilla volverá a abrirse mañana (entre las 10
y las 19 horas) y, tras el cierre, Mingote será incinerado en una ceremonia
íntima y familiar.
Antonio
Mingote era un extraterrestre que amerizó desde la constelación Trabaja,
Idiota, y No Pares.
—Jajaja.
Sí, ¡qué barbaridad! Pues tendré que parar. Ya me parará, supongo, la
fisiología. De un momento a otro, de un momento a otro, pero bueno; es lo que
toca...
Hace
meses, le importunábamos en su sanctasanctórum:
—¡Buenos
días, maestro!
—Ya
ve, aquí me tiene, atado al duro banco. ¡Hasta que el cuerpo aguante! Acérqueme
la grabadora.
—¿Por
qué don Antonio?
—Es
que antes tenía una voz de barítono... y ahora una voz de ¡gilipollas!
Fue
su última entrevista. Compartir con él y con Isabel unos días maravillosos —en
un documental que pueden disfrutar en ABC.es—, en su casa, en su estudio, en el
Museo de ABC, en el Retiro, del que es alcalde honorario y donde hace muchos
años sembró un abeto que hoy se desangra en dolor por la muerte de su
plantador. Nos confesó que le faltaba hierro: —¡No se preocupe, usted es de
madera de boj!, le animamos.
Y se
despidió de nosotros con una sonrisa, esa con la que cada mañana subía a su
azotea, y con exquisita educación saludaba: «¡Buenos días, gente!». Sentía
Mingote la vida ora con la tierna timidez del niño que observaba gamusinos
mientras acudía a misa de doce cada domingo ora con la bendita paciencia del
domador de fieras. Su humor era el pánico de los alindongados, amohinados,
barbilindos, currucatos, chisgarabises, fifiriches, golillas, lechuguinos,
mojigatos, pisaverdes, pudibundos, zangolotinos y zascandiles.
Resumía
un editorial en una viñeta desde su independencia y su amor por la libertad, el
auténtico bálsamo de fierabrás contra conjuros, exorcismos, hechicerías,
encantamientos, demonios familiares, brujerías, maleficios... Desde esa azotea
observaba día a día lo que en tiempos de Pío Baroja fue una enorme extensión de
trigales verdes que llegaban hasta el Cerro de los Ángeles, resquebrajada
únicamente por las dos filas de casas para pobres construidas a la altura de
Pacífico. Eran los desheredados, los humildes, los ninguneados de la Historia,
los hombre solos, que Mingote esculpía.
Nació
este doncel harto curioso, de nombre Ángel Antonio Julián Orson Dulce Nombre de
María Mingote Barrachina en Sitges, en casa de los abuelos. Vino al mundo el 17
de enero de 1919, día de San Antonio Abad. Hijo del músico Ángel Mingote y de
Carmen Barrachina. Pesó dos kilos setecientos gramos.
Pasó
la niñez en Calatayud y Daroca, —de donde fue nombrado marqués por el Rey—,
entre la nieve de la montaña, el castillo, las murallas, y su primer colegio,
los Escolapios en la Puerta Alta. Un día, al salir precipitadamente, Mingote
dio con su cabeza en una piedra del quicio. Y la cicatriz nunca le abandonó.
En
1927, los Mingote se trasladan a Teruel. Allí es tiple solista en el coro del
Colegio de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, y empieza a alcanzar éxito
como dibujante. Vuelve a tropezar con la segunda piedra: se rompe la nariz
contra un árbol del patio, lo que escachifolla irreparablemente su natural
belleza, la del árbol, se refería. Con el tiempo se convertirá en barítono.
Toma de Barcelona...
En
1929 principia su Bachillerato con los Padres Franciscanos de Teruel. Descubre
su amor, su pasión por el teatro, y comete su primer pecado mortal —contemplado
en el Sexto Mandamiento—, del que se confiesa con el padre Ramón Gorriti
Pedrés. Recibe una reprimenda severa y una penitencia grande.
En
el Instituto, Mingote pasa de alumno libre a alumno (lo que le hace más libre).
Vive años felices porque su madre le instruye, su padre matiza sus estudios y
descubre la riqueza literaria del 98 y el 27. El 17 de julio de 1932, con trece
años, Mingote dibuja en Teruel al conejo «Roenueces» y lo envía al suplemento
infantil «Gente Menuda», de Blanco y Negro, que lo publica.
Y en
su casa, frente al Instituto, descubre a la chica que será su primera novia,
con la que hace manitas a escondidas, algo que estaba terminantemente
prohibido: «Nos amenazaban con enviarnos al infierno. Los curas nos hicieron
mucho daño. ¿Cómo vas a hacer caso al Infierno cuando eres joven y tienes a tu
lado a una preciosidad de mujer? ¡Además, eso del Infierno es un invento
perverso», arreciaba.
1936-39
Con
16 años, Antonio Mingote se pregunta perplejo qué es la guerra, a lo que nunca
logró responder. Nieto por parte de padre y de madre de dos veteranos
carlistas, e hijo de un difuso derechista, deriva en requeté. Se alista. Lo
destacan en el Tercio de Santiago en la Sierra de Albarracín (Orihuela del
Tremedal). Teruel es ocupada por el ejército entonces llamado rojo.
Reconquistada la ciudad, acude con la esperanza de poder encontrar noticias de
sus padres y hermana. Teruel es una escombrera humana y solo tres o cuatro
personas deambulan entre las ruinas. Meses después recibe noticias a través de
Cruz Roja. Viven sus tres familiares, pero su padre ha sido encarcelado.
Como
alférez provisional, Mingote hace la campaña de Cataluña. Le llegan noticias de
que su madre y su hermana están en Barcelona, en el piso de su tío Samuel
Barrachina, en la calle Muntaner (su padre permanece en la cárcel en Valencia).
Y Mingote emprende la conquista de Barcelona. Su abuelo, que era carlista, no
se movió de Sitges; era un sabio respetado por todo el mundo, seguía con su
cuello de pajarita, sombrero, bastón, y había sido maestro de veinte
generaciones de sitjetanos. Pero su tío Samuel sí era político, de derechas, y
se fue.
Cuando
llega a Barcelona Antonio Mingote es ya un bravo alférez provisional de la
Quinta de Navarra, del Cuarto Batallón de Infantería del Regimiento de Zamora
número 29, lo cual recordaba siempre con mucho cariño. La tropa para en el
Tibidabo y al final de la calle Montaner, que está en cuesta, vivía su madre, a
la que no veía desde hacía tres años, y probablemente su hermana.
Mingote
le implora a su superior, apellidado Trapero: «Mi comandante, tengo que bajar a
esa calle». Trapero le pregunta si está loco. Mingote insiste: «Bajo, veo a mi
madre y me vuelvo...» Le dio tanto la lata a Trapero, que al final cedió. «Mi
comandante, no se enterará», le promete. Antonio Mingote toma a su asistente,
Miguel Flores, asturiano, grande, alto, de su quinta y edad, y baja decidida y
marcialmente por la calle Muntaner.
La
gente le mira extrañada, en silencio, por su uniforme e insignias que no le son
familiares. Mingote llega a la casa de su tío Samuel, llama, sale una señora,
le pregunta por Doña Carmen Barrachina, y le informa que se ha ido a Sitges
tres días antes. Devuelve Barcelona y retorna al Tibidabo. Esa fue su guerra.
Mingote portaba un pistolón que había sido de un comandante rojo, una zamarra
de cuero, y una boina con estrella.
...y devolución de
Barcelona
El
joven alferez regresa y le notifica a Trapero: «¡Ya he devuelto Barcelona!» Y
repiquetea: «Comandante, ahora yo le pido permiso para ir a Sitges porque mi
madre está en Sitges». Trapero transige a regañadientes. Mingote se acurruca en
el remolque de un camión hasta un puente, y de allí cuarenta kilómetros, casi
una maratón, hasta Sitges.
Soldado
en Salamina. Es de noche, llovizna, la carretera abotargada de charcas y ni un
alma a la redonda, en plena Guerra Civil, sitiada Barcelona. Ni un guardia, ni
una patrulla. Mingote y su asistente amanecen en la localidad costera. Asoma un
sereno y Mingote pesquisa: «Oiga, ¿dónde está la casa de don Esteban
Barrachina?» (su abuelo). Y el sereno le notifica: «Esta mañana le hemos
enterrado».
Mingote
se desploma por la pérdida de una persona esencial en su vida. Luego se enteró
de que, como don Esteban había sido carlista, Franco hizo tenientes a todos los
veteranos de la guerra carlista; unos requetés le llevaron una boina roja a su
abuelo con las estrellas de teniente, se la puso, fue a una misa de campaña,
hacía frío, llovía, se enfrió y don Esteban se murió.
Mingote
persiste, llega a la casa de su tío Samuel, un caserón con una puerta grande de
madera, aporrea la aldaba, y se escucha una voz desde dentro: «¡Mi hijo!, mi
hijo». Era su madre la que gritaba emocionada, bajó, le abrió, y se fundieron
en el abrazo del alma. Mingote vuelve al batallón, que había tomado Barcelona.
Cuando se incorpora se había producido un encontronazo con muchas bajas. Y de
ahí hasta la frontera, con Montserrat en lontananza. La Prensa alaba la
magistral operación de la toma de Barcelona; Mingote, que la conquistó como un
hombre solo, sonríe escéptico.
Los
ratos los aprovecha para escribir novelas policiacas, con el pseudónimo de
Anthony Mask
Con
la paz tras el marasmo de la tragedia, Mingote se traslada a Zaragoza y se
incorpora a la familia, que ya vive allí. Tiempos difíciles. Se matricula en la
Facultad de Filosofía y Letras, donde estudia dos cursos. Ingresa en la
Academia de Transformación de Infantería, en Guadalajara, y se transforma en
militar profesional.
Los
ratos de claro en claro los aprovecha para escribir novelas policiacas, con el
pseudónimo de Anthony Mask, como «Ojos de esmeralda», que sitúa en Nueva York;
y del Oeste, «Los revólveres hablan de sus cosas». Cuando le destinan
brevemente a Guipúzcoa mantiene relaciones con una joven de Tolosa. Pasean y
hacen manitas; él sobre el caballo y ella a lomos de una bicicleta. Dadas las
dificultades para culminar un amor tan raro, se devuelven los regalos.
La vida, ¡qué esplendor!
1944.
Mingote
llega a Madrid, vive en una calle de genios —Blasco de Garay—, dibuja y escribe
cuentos mientras cuida de su madre, inmovilizada por una embolia. Y se lanza a
la aventura alada de La Codorniz. A finales de 1946, un compañero de pensión,
amigo del alma codornicesca Álvaro de Laiglesia, le lleva a la redacción a
presentarle junto a sus dibujos. Es admitido.
La
Codorniz dejó en ridículo y en evidencia todas las cursilerías, la ranciedad y
lo viejo que quería ponerse de moda. Fue la otra generación del 27. La madre de
Antonio Mingote muere en abril de 1947. Un año después publica «Las palmeras de
cartón», novela ilustrada por Goñi, para él uno de los grandes dibujantes.
Estrena una revista musical, y le dice adiós al Ejército y a las armas, que no
gastó.
Tertulias
de café —Varela, Comercial, Gijón...—, y charlas interminables con Carlos
Clarimón, Rafael Azcona, Manuel Alcántara sobre el esplendor de la vida. Lo
raro era vivir, y mientras hablaban Antonio dibujaba en la mesa del café usando
como pincel una servilleta de papel enrollada, empapada en los restos de la
taza. Era un dibujante como una catedral.
La incorporación de
Antonio Mingote a ABC se produce en 1953
La
incorporación de Antonio Mingote a ABC se produce en 1953. Torcuato es el
primero de los Luca de Tena a quien debía tanto agradecimiento. El segundo en
su cronología sentimental será el padre, Juan Ignacio; el tercero, don
Guillermo, el inolvidable patrón. Publica un chiste diario: más de 24.000
dibujos. Nadie se desprendió tan generosamente de tanto talento en vida.
En
1955, Antonio Mingote se casa por vez primera y el 29 de noviembre nace su hijo
Carlos. El genio dirige con magistral pulso «Don José», y un artículo suyo
reforzado con chistes en la revista y en ABC hiere la sensibilidad de unos
comerciantes de comestibles. Le denuncian por injurias, se sienta en el
banquillo, le piden un millón de pesetas de multa y el destierro, recauda doce
pesetas de sus admiradores, le defiende Luis Zarraluqui, le absuelven, apelan
los comerciantes al Supremo, llegan a una entente cordial, Mingote dice que no
tenía ánimo de injuriar, los tenderos le regalan un jamón, y Santas Pascuas.
Nuestro
héroe peregrina con el jabugo a aguas de Almería, donde queda decimotercero en
el Campeonato de Andalucía de Pesca Submarina; en la báscula presenta un mero
de cinco kilos, tres doradas, un salmonete y una señora entrada en carnes que
se bañaba por ahí. La buena mujer es rechazada por el jurado y Mingote pierde
el premio y la licencia. Le ganamos para el humor.
Antonio
conocería a su alma, su orden, su maravillosa compañera Isabel Vigiola en casa
de Edgar Neville, de quien era secretaria. Un día, Isabel llamó a Antonio para
felicitarle por un chiste muy divertido en ABC. Él estaba casado, y ella tenía
novio. Antonio se separa, se hacen amigos, pero no hay flechazo. Año y medio
después de separarse, a Antonio le operan de vesícula. Tono le dice a Isabel
que Mingote está muy grave, y a su novio le sienta muy mal que llame a Antonio,
que se ponga al teléfono y hable con ella.
«Yo
creo que ahí ya debía haber algo por parte de él. Cuando acabé con mi novio y
le cuento a Antonio mis penas, me dice: ¿Por qué no me ayudas? Él tenía un
follón descomunal de papeles. Y por las tardes le ordenaba su despacho»,
recuerda Isabel, su orden, su alma. A los cuatro meses descubren que están
enamorados, y se casan en 1966. Isabel le abre cartas a Antonio que él tenía
sin desprecintar desde 1955.
Un
buen día Antonio le dice a Isabel que no tienen dinero para comer
Mingote se quejaba del
orden de Isabel, pero ella siempre le decía que si no se hubiera enamorado de
él jamás habría sido su secretaria. ¡Porque como jefe no se le podía aguantar
de desordenado, de desigual, de arbitrario!, le susurraba. Un buen día Antonio
le dice a Isabel que no tienen dinero para comer. Isabel abre un cajón y halla
50.000 pesetas, él no se acordaba de que las guardaba. Y ha seguido sin saber
lo que valen las cosas. No llevaba suelto en el bolsillo. Genio y Mingote.
Guionista
de cine —como «Vota a Gundisalvo», personaje político extraído de sus chistes,
¿y a usted qué más le da?—, en 1974 estrena su comedia musical «El oso y el
madrileño» con notable éxito, y Narciso Ibáñez Serrador le encarga para
televisión «Ese señor de negro», conducida por Antonio Mercero. Mingote
dirigirá su propia película, rodada en súper 8 en Marbella, con los grandes de
la comedia: «La vuelta al mundo en ochenta espías». El filme es joya de
coleccionista, alguna matahari lo debe poseer.
La
dirección de «Don José» le reporta a Mingote la amistad de Tono, dibujante
fabuloso, humorista rompedor no apreciado en lo que tuvo de innovador junto con
Mihura. Y gracias a Mingote nace una generación de nuevos creadores —Ballesta,
Puig Rosado, Abelenda, Máximo, Madrigal, Cebrián...—. La amistad era sagrada
para él: Ildefonso Manuel-Gil, Luis Sánchez Pollack, Tip, Alfonso Ussía... y
así más de un millón de amigos... Mingote fue un hombre libre.
La
amistad era sagrada para él: Manuel-Gil, Sánchez Pollack, Tip... y así un
millón de amigos
En
la radio, Antonio preside el «Debate sobre el Estado de la Nación», bajo la
dirección de su amigo Luis del Olmo, que hoy llora su pérdida destrozado.
Antonio iluminó el Quijote —el sueño de su vida— con 600 dibujos que son puro
prodigio; Cervantes era, para él, padre de todo el humor español, aunque al
manco le negaran el pan y la sal por ser humorista. Lo crucificaron... Y en
España el humor es despreciado. Si los cursis que se hacen los trascendentes
pudieran hacerlo prohibirían el humor, sospechaba. Sería como prohibir el amor.
La vida es libertad, humor y amor.
Es
elegido académico en enero de 1987. Juan Rof Carballo le dijo que le habían
nombrado no porque fuera «listo» sino para que, dada su amistad con el alcalde,
consiguiera plaza de aparcamiento para los insignes doctos. Esa noche, Mingote
cenó al lado del edil Juan Barranco, le contó la historia y a la mañana
siguiente los del Ayuntamiento ya estaban poniendo la señal de VADO en la RAE.
El día que ingresó llovía a mares, y el todo Madrid, desde marquesas de
pitiminí a pobres de portal, daban la vuelta al viejo caserón de la calle
Felipe IV. A Mingote le encomendaron la tesorería, y multiplicó las codornices
y los panes académicos.
Denunciaba
al nacionalismo como el obstáculo principal para que España no sea una nación
cómoda
Era
un artista en falsificar cuadros; tenía todo el Prado en su casa y, créanme,
nos daba gato por Meninas y nosotros, pobres paletos desarrapados, ni nos
enteraríamos. Descreía Mingote del fanatismo patriótico, «que es la lepra», y
denunciaba al nacionalismo como el obstáculo principal para que España no sea
una nación cómoda, simpática, alegre y cordial.
De
solo pensar que con su lápiz de dibujante podía convocar el levantamiento de
millones de piadosos creyentes, musulmanes, fervorosos, adversos al cerdo y
abstemios declarados, Mingote se sentía tan «ridículamente poderoso» que se
ponía a llorar «abrumado».
Al
marqués de Daroca una vez le dio quijotesca. Se subió a una mula, se armó con
un taco de billar, irrumpió en el Casino de Peralejo, donde jugaban a las
cartas y al dominó unos lugareños, y al grito de «¡Atrás, follones!» los
desalojó del recinto. Don Mingote de la Mancha no volvió a probar el anís.
Historió a la gente en una sublime epopeya que nació en Blanco y Negro, y talló
poesía (de la experiencia): «Soy un vate de domingo», se autorretrataba
Mingote, un Dios que quería a todo el mundo, un extraterrestre por el que hoy
romperemos nuestros garrotes de trogloditas. Hay días en los que a uno no se le
ocurre nada que escribir. Ni que decir.
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