Erase una vez un hombre
pegado a una sonrisa
de corazón sincero,
de mirada ligera,
que vivió rápido
y murió deprisa.
Sus ojos eran grandes,
sus manos, generosas,
su piel, morena y curtida,
de vida tenía hambre.
Amaba la vida,
las flores, las rosas,
la buena comida,
las cosas hermosas,
y vivió rápido
y murió deprisa.
Temor no conocía,
tampoco la falsedad,
siempre el corazón ardía
cuando tenía que luchar.
Hoy no te puedo llorar,
tu memoria me ahoga,
me atrapa, me condena,
sonriéndome sin cesar.
Siempre te recordaré
con un cigarro en la boca,
germen de tu enfermedad,
y en tu mano una copa,
sin pasarte del final.
Interrumpida alma,
te imagino en un
lucero,
fugaz y ligero,
acompañando el paseo
la Virgen de la Balma
mientras sigo en el suelo
aplacando mis lágrimas
grises, sin consuelo.
Veo que la luna amanece
de forma diferente
y que el sol anochece
más alegremente,
cada estrella se mece
brillando reluciente
y todos agradecen
tu presencia sonriente.
Erase una vez un hombre
pegado a una sonrisa
de corazón sincero,
de mirada ligera,
que vivió rápido
y murió deprisa.
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