Una
causa justa bajo bandera equivocada podría ser el resumen de mi experiencia en
la manifestación del 23F en Valencia. Asistí a la misma compartiendo el noventa
por cien de las reivindicaciones que allí se expresaban, consciente del hecho
que algunas cosas no serían de mi agrado pues considero que nadie puede ser tan
imbécil como para aceptar el cien por cien de nada y nadie. La naturaleza
humana es tan indefendible como pudiera ser un tornado en Islandia.
Calculo
que más de un centenar de banderas republicanas ondeaban al viento en el
atardecer valenciano, junto a otras tantas de la CGT y algunas tan variopintas,
con su nota de color, como la bandera de Ecuador. Las consignas reivindicativas
quedaban estranguladas entre gritos antimonárquicos, anticapitalistas y
antisistema que, desde mi entender, poco tienen que ver con la causa general de
los españoles a quienes importa un carajo esas arengas revolucionarias.
Las
verdaderas revoluciones, las que han sobrevivido y/o superado la adversidad
para triunfar en la sociedad son aquellas que superan situaciones anteriores,
justas o injustas, para construir un mundo nuevo. Nadie podrá negar que la
revolución agraria del neolítico (siglo VIII a. C.), la revolución industrial
del XVIII, principios del XIX, o la actual revolución informática, han
transformado el modo de vida del ser humano condicionándola a nuevas
necesidades y superando antiguos paradigmas.
Fundamentar
las actuales reivindicaciones en concepciones decimonónicos, léase siglo XIX, o
treintañeros, es decir de los años treinta del XX, supone un proceso involutivo
que retrocede en la evolución de la cultura, la libertad y el bienestar que la
humanidad ha perseguido durante siglos. Esos viejos discursos sobre tiranías o
democracias, burguesías y proletariados, ya existían en la época de Platón el cual, cansado de tanta falsedad, abandonó
la política para dedicarse a la filosofía. Si alguien desea más información al
respecto que lea la República de Platón, que en ocasiones se defiende para
oscuros intereses y se niega para otras.
Mas
regresemos al siglo XXI, aunque parecía el sábado que estábamos todavía
anclados a mediados del XX, para recordar que esas reivindicaciones sobre ética
política, defensa de los derechos sociales, transparencia, protección de la
sanidad pública, educación, mayores derechos ciudadanos, reforma de las
instituciones españolas, unidad de los pueblos, son ampliamente aceptadas por
la mayoría de la población que huye espantada cuando se la pretende manipular
como se está intentando hacer por un determinado sector.
La
verdad es que duele esa imagen, desde mi punto de vista, antirevolucionaria,
portadora de banderas desfasadas, que solo conduce a la exclusión de los otros,
de los que no son de su bando, de los que no pertenecen a su partido. El pueblo
tiene derecho a hablar pero no bajo la batuta de nadie. Dentro del Partido Popular,
dentro del Partido Socialista, entre los Carlistas, los Isabelinos, los
falangistas, los liberales o los conservadores, existen personas, en mayor o
menor número, que defienden el latido del pueblo que son las reivindicaciones sociales
comentadas anteriormente.
Por
eso triunfa la bandera de la indignación, de la sublevación contra la
corrupción generalizada, los espionajes propios del agente Anacleto, o quizás
los geniales Mortadelo y Filemón, o los recortes por aquí para alargar por allí.
Faltaban banderas españolas que unen a todos sin colores, incluso a aquellos
que no las quieren aceptar, para alzarlas al vuelo buscando una sociedad mejor,
que no sabemos cuál es pero sí sabemos que esta no es.
Por
doler duele hasta el aliento ver a personas que atacaban la religión, cuando la
religión, consciente y bien entendida, proporciona respeto, paz, vida,
tolerancia o liberación del ser humano; que atacaban también a la monarquía
pero olvidaban la incoherencia de las autonomías, fuentes de caciquismo
regionalista, o las diputaciones (elige la que quieras amigo lector), o el
notable poder de determinados partidos.
Notables
ausencias en estas manifestaciones como las de otros sindicatos, no los
mayoritariamente vendidos al sistema, grupos religiosos (protestantes,
católicos, budistas, o los que te dé la gana), asociaciones vecinales,
colectivos profesionales (farmacéuticos, médicos, ingenieros, arquitectos),
apas, ats, e incluso militares, que son los que de verdad tienen motivos para
salir a la calle alzando su grito como protesta generalizada.
El
mal no es la Monarquía, el mal es la falta de integridad, la ausencia de
discernimiento, la usura, la especulación, la falta de intereses nacionales a
favor de los europeístas, la indolencia
a la hora de actuar donde se debe y como se debe. Me viene a la memoria las
palabras de Ortega y Gasset, que firmó el manifiesto a favor de la república y al
contemplar su desarrollo señaló que esto no es la República. ¿Quién es capaz de
afirmar que no existe corrupción entre los que se declaran republicanos?
La
radicalización de esos postulados puede dar lugar a tres resultados diferentes:
una algarada callejera, un artificio colorista, que desencante a la población
frente a lo que de verdad hace falta; un triunfo que llevase a un enfrentamiento
nacional donde siempre serán los inocentes quienes sufran; o un enrarecimiento
mayor del espectro político de forma similar al griego donde acaba imponiéndose
la tiranía de los banqueros.
Hacen
falta nuevas banderas para nuevas
revoluciones donde las estrellas nos muestren el camino a seguir. Dejémonos de
parloteos anacrónicos y avancemos en una sociedad más justa, ética, desarrollada,
libre y solidaria donde las personas sean lo primero.
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