En estos versos Sor Juana Inés de la Cruz “arguye de inconsecuentes el gusto y la censura que en las mujeres acusan lo que causan (los hombres)”.
El poema navega en el difícil equilibrio entre lo que quisieras ver, lo que no ves y lo que en realidad ves, la delgada línea que separa el exceso de la escasez, la abundancia de la carencia. Ves (o puedes ver) un cuerpo admirable, divino, encantador. Quisieras ver a esa mujer caída en el arroyo, viciosa, rastrera, empleando todos los medios disponibles para que esto ocurra, y no ves a la persona que se esconde tras ese cuerpo, con sus aciertos y sus errores, con sus virtudes y defectos, en definitiva con su dignidad como persona.
Algunos autores podrán considerarlo como un alegato feminista aunque más bien se trataría de un cántico sobre la hipocresía de los hombres. Hombres necios que acusáis sin razón, ¿por qué queréis que obren bien si las incitáis al mal? Hermosos versos que no reflejan en la mujer ese objeto o cosificación que muchos hombres desearían en ellas. Este es el error que caemos cuando en ellas vemos tan solo la cosa que buscamos y no la persona que encontramos.
Thais era una cortesana griega que se unió a la campaña de Alejandro contra el imperio persa y se convirtió en la amante de Ptolomeo, con quién tuvo tres hijos. Una mujer de vida disoluta, amante del lujo, del placer y los excesos. Por otro lado encontramos a Lucrecia, personaje perteneciente a la historia de la antigua Roma, que fue violada por el hijo del último rey romano Lucio Tarquinio el Soberbio (534-510 a. C.). Este ultraje y el posterior suicido de Lucrecia, influyeron en la caída de la monarquía y en el establecimiento de la República.
Sor Juana contrapone ambas mujeres como el modelo que buscan los hombres. Una, la prostituta, el vicio, el deseo oculto que se esconde en demasiadas mentes mientras que, después de usar a la anterior, pretenden la posesión, la estabilidad con Lucrecia, la mujer que se suicida por mantener su honestidad. De esta manera el hombre empaña el espejo, su otra vida que es la de la mujer o su media naranja (como prefieras) tratándola por desigual criterio.
Si no os admite, esa mujer suele ser ingrata, en cambio si accede a los caprichos, si cae en la red, entonces se convierte en esa mujer liviana que tanto se desprecia. A una culpáis por cruel a otra por fácil culpáis.
Aquí es cuando surge el problema, la duda, sobre lo que hacer: o convertirse en ese oscuro objeto del deseo, rebajarse a ser usada y despreciada; o por el contrario el desprecio del hombre se convierte en la mujer que ofende por ingrata a la amabilidad ofertada. Entonces sería cuestión de determinar quién es el culpable de muchas de las situaciones de agravio que se cometen contra las mujeres. La mujer puede ser culpable de sus desvaríos, más no queda exento de culpa aquel que contribuye, ruega y prepara la caída. ¿O cuál es más de culpar, aunque cualquier mal haga: la que peca por la paga, o el que paga por pecar?
¿Por qué nos espantamos cuando hablamos de prostitutas? Sorprende ver a estas alturas de la vida como algunos imbéciles sonríen, no sin cierto toque de nerviosismo, cuando hablan de esa clase de mujeres que merecen toda la dignidad y el derecho a ser rehabilitadas. Si de verdad merecen respeto es contribuyendo a que recuperen su dignidad como personas, rehabilitándolas, apoyándolas, ayudando a que vuelvan a ser respetadas. Queredlas cual las hacéis o hacedlas cual las buscáis, sentencia Sor Juana Inés.
Versos antiguos, versos actuales que merecen ser meditados. He aquí el poema de Sor Juana Inés de la Cruz:
ARGUYE DE INCONSECUENTES EL GUSTO Y LA CENSURA QUE EN LAS MUJERES ACUSAN LO QUE CAUSAN.
Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis;
si con ansia sin igual
solicitáis su desdén,
¿por qué queréis que obren bien
si las incitáis al mal?
Combatís su resistencia
y luego, con gravedad,
decís que fue liviandad
lo que hizo la diligencia.
Parecer quiere el denuedo
de vuestro parecer loco,
al niño que pone el coco
y luego le tiene miedo.
Queréis, con presunción necia,
hallar a la que buscáis,
para pretendida, Thais,
y en la posesión, Lucrecia.
¿Qué humor puede ser más raro
que el que, falto de consejo,
él mismo empaña el espejo,
y siente que no esté claro?
Con el favor y el desdén
tenéis condición igual,
quejándoos, si os tratan mal,
burlándoos, si os tratan bien.
Opinión, ninguna gana;
pues la que más se recata,
si no os admite, es ingrata,
y si os admite, es liviana.
Siempre tan necios andáis
que, con desigual nivel,
a una culpáis por cruel
y a otra por fácil culpáis.
¿Pues cómo ha de estar templada
la que vuestro amor pretende,
si la que es ingrata, ofende,
y la que es fácil, enfada?
Mas entre el enfado y pena
que vuestro gusto refiere,
bien haya la que no os quiere
y quejaos en hora buena.
Dan vuestras amantes penas
a sus libertades alas,
y después de hacerlas malas
las queréis hallar muy buenas.
¿Cuál mayor culpa ha tenido
en una pasión errada;
la que cae de rogada,
o el que ruega de caído?
¿O cuál es más de culpar,
aunque cualquier mal haga:
la que peca por la paga,
o el que paga por pecar?
Pues ¿para qué os espantáis
de la culpa que tenéis?
Queredlas cual las hacéis
o hacedlas cual las buscáis.
Dejad de solicitar,
y después, con más razón,
acusaréis la afición
de la que os fuere a rogar.
Bien con muchas armas fundo
que lidia vuestra arrogancia,
pues en promesa e instancia
juntáis diablo, carne y mundo.
Sor Juana Inés de la Cruz
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