No
tenemos obligación de ser más ricos, ni de trabajar más, ni de ser más
eficientes, o más productivos, o más progresistas, ni en modo alguno más
pegados a las cosas del mundo o más poderosos, si ello no nos hace más felices.
Los límites de la cordura - G.K. Chesterton
(12)
III
ALGUNOS ASPECTOS DE LA MAQUINA
1. La rueda del destino.
El
mal que nos esforzamos en destruir se esconde por los rincones, especialmente
en forma de frases equívocas en cuyo engaño pueden caer fácilmente hasta las
personas inteligentes. Una frase que
podemos oír a cualquiera en cualquier momento es aquella de que tal institución
moderna «ha llegado a quedar». Estas metáforas a medias son las que llevan a
convertirnos a todos en imbéciles. ¿Cuál es el significado preciso de
la afirmación de que la máquina de vapor o el aparato de radiocomunicación han
llegado a quedar? ¿Qué se quiere decir cuando se afirma que la torre Eiffel ha
llegado a quedar? Para empezar, es evidente que no queremos decir lo que
decimos cuando usamos las palabras con naturalidad, como en la expresión «el
tío Humphrey ha llegado para quedarse». Esa última oración puede pronunciarse
en tono alegre, o de resignación, o hasta de desesperación, pero no de
desesperación en el sentido de que el tío Humphrey sea en realidad un monumento
que nunca podrá ser movido de su sitio. El tío Humphrey llegó, y es probable
que se vaya dentro de un tiempo; incluso es posible (por doloroso que pueda ser
imaginar tales relaciones domésticas) que el último recurso sea hacer que se
vaya. El hecho de que la metáfora se quiebre, aparte de la realidad que se
supone que representa, muestra con cuánta vaguedad se usan estas palabras
engañosas. Pero cuando decimos: «La torre Eiffel ha llegado a quedar» somos
todavía más inexactos. Porque, para empezar, la torre Eiffel no ha llegado en
absoluto. En ningún momento se vio a la torre Eiffel caminando a grandes zancadas,
con sus largas patas de hierro, en dirección a París a través de las llanuras
de Francia, como aquel gigante de la célebre pesadilla de Rabelais que cayó
sobre París para llevarse las campanas de Notre Dame. La silueta del tío Humphrey que se ve
venir por el camino posiblemente produzca tanto terror como cualquier torre
andante o cualquier descomunal gigante, y probablemente la pregunta que
asaltará a todos será si vendrá a quedarse. Pero haya llegado o no para
quedarse, lo cierto es que ha llegado.