Eduardo Marquina, “En Flandes se ha puesto el sol”



“No os preguntarán por mí,
que en estos tiempos a nadie
le da lustre haber nacido
segundón en casa grande;
pero si pregunta alguno,
bueno será contestarle
que, español, a toda vena
amé, reñí, di mi sangre,
pensé poco, recé mucho,
jugué bien, perdí bastante
y, porque esa empresa loca
que nunca debió tentarme,
que, perdiendo ofende a todos,
que, triunfando alcanza a nadie,
no quise salir del mundo
sin poner mi pica en Flandes”.

“¡Por España!
y el que quiera defenderla
honrado muera;
y el que traidor la abandone
no encuentre quien le perdone,

De como vino al mundo la oración.



DE CÓMO VINO AL MUNDO LA ORACIÓN 
(Luis Rosales)

De lirio en oración, de espuma herida
por el paso del alba silenciosa;
de carne sin pecado en la gozosa
contemplación del niño sorprendida;

de nieve que detiene su caída
sobre la paja que al Señor desposa;
de sangre en asunción junto a la rosa
del virginal regazo desprendida;

de mirar levantado hacia la altura
como una fuente con el agua helada
donde el gozo encontró recogimiento;

de manos que juntaron su hermosura
para calmar, en la extensión nevada,
su angustia al hombre y su abandono al viento.

La verdad no es relativa



La verdad no es relativa, es única, polifacética, poliédrica. La mentalidad pragmática de la sociedad en que vivimos nos induce a pensar que la verdad no existe con esencia propia independiente de las circunstancias que la rodean. Cada individuo selecciona el criterio que le parece más adecuado para estimar lo que es cierto según su parecer individual y el alcance de su contenido. Incluso los políticos la manipulan a su antojo para sacar beneficio al respecto.
Caben muchas posibilidades para interpretar un hecho, un pensamiento o una verdad universal que nos llevan a dudar de su propia existencia y rotundidad. Cada cual nos transmite su verdad de un modo diferente a pesar de que siempre subyace la esencia de esa verdad que no podemos obviar.
Pongamos por ejemplo la muerte de un torero en una tarde soleada, cuando los aplausos del público se tornan en oscuros lamentos. Este hecho trágico podría dar lugar a múltiples interpretaciones. Encontraríamos periodistas de la crónica de sucesos dieran una información detallada de lo sucedido, mientras que para el médico forense la muerte se redactará esforzándose por recoger con precisión las causas del fallecimiento. Tal vez algún poeta amigo, aún no estando presente en la tragedia, le dedicaría un sentido poema. El sacerdote en su homilía intentaría desde la perspectiva cristiana el sinsentido del óbito. Tal vez una novela inspirada en su biografía alcanzase el premio Planeta. Tampoco faltarían los críticos antitaurinos que, desde una perspectiva poco ética, criminalizasen la acción del torero y le responsabilizaran de su propia muerte.  
Sin embargo, la muerte está ahí, el suceso es inevitable y en el trasfondo de la historia se encuentra el torero y su verdad. Quizás caigamos en la tentación de considerar la visión más acertada la del periodista por describir los hechos con neutralidad. Un error aceptar esa visión pues cada uno, desde su posicionamiento, iluminan el sentido de lo sucedido.
Nadie será dueño de la verdad, pero la verdad sigue latiendo otra vez más allá de nuestras interpretaciones. Sería ridículo pedirle un planteamiento unitario, negar la implicación vital del poeta o la profundidad teológica del  sacerdote. La verdad sigue estando ahí, viva, inexorable, absoluta, polifacética y poliédrica. Un poliedro cuya esencia se guarda en su interior.
La Verdad es real y, parafraseando la cita evangélica, nos hace libres.

Los límites de la cordura - G.K. Chesterton (16)




V
UNA NOTA SOBRE LA EMIGRACION
1. La necesidad de un espíritu nuevo.
  

Antes de terminar estas notas con algunas palabras acerca del aspecto colonial de la distribución democrática, será conveniente dar testimonio de las sugerencias recientes de un hombre tan distinguido como el señor John Galsworthy. Galsworthy es un señor por quien siento el respeto más profundo; porque un ser humano que trata realmente de ser justo es algo muy semejante a un monstruo, y un milagro en la larga historia de esta alegre raza nuestra. A veces, sí, me exaspera un poco que me excusen tan persistentemente. Pocas cosas imagino tan fastidiosas, para un cristiano libre de nacimiento y bien constituido, como la idea de que si él decidiera esperar al señor Galsworthy tras un muro, derribarlo de un ladrillazo, saltarle encima con pesadas botas y una serie de cosas más, el señor Galsworthy todavía diría débil y entrecortadamente que la culpa era solamente

Unamuno. La nada y el sentido de la vida. (3)



Resumen de la conferencia de D. Esteban Escudero en el curso de verano de la UCV: Dios o la nada en la antropología de Miguel de Unamuno. Julio 2018. Puedes leer en:
 
3.-  LA NADA Y EL SENTIDO DE LA VIDA.

                El hombre antes de nacer era puro no ser y su vida actual es “nada”, mero “sueño de una sombra”, como un ser de ficción. Más ¿qué es lo que nos aguarda en el futuro? Toda persona consciente de la gravedad de esta cuestión debe usar todas las fuerzas de su razón para intentar dar una respuesta a este problema.
                Pero la razón como vamos a ver en esta sesión, no puede afirmar el anhelo de inmortalidad que posee el ser humano. Es más, existen indicios que nos permiten sospechar una respuesta negativa: la nada es nuestro futuro, la aniquilación de nuestra conciencia nos aguarda tras la muerte.
                Toda la vida de Unamuno fue una lucha trágica entre unos deseos vehementes de su voluntad por n o aniquilarse tras la muerte y la negativa de su razón a aceptar como válida una solución trascendente. Desde que perdiera en sus años de vida universitaria la fe de la infancia, todos sus esfuerzos intelectuales convergieron en recuperar los dogmas de la fe católica en la que había sido educado, especialmente en el dogma de la resurrección de los muertos. Un impulso ciego le llevaba a ambicionar la vida tras  la muerte, a no conformarse con la nada final. Más el influjo de la filosofía kantiana impedía a su razón dar argumentos para encontrar sosiego a sus anhelos.
                Si bien la razón,, dentro de los límites que le impone la filosofía de Kant, no puede probar que el alma humana sea inmortal, por el contrario, sí que puede insinuar que, debido a la íntima unión con el cuerpo que la sustenta, no puede persistir después de la muerte del organismo del que depende. Por ello, todo hace pensar que, tras la muerte del cuerpo, desaparecerá la conciencia, es decir, que al final el alma se perderá en la nada.
                Consecuentemente, argumentará Unamuno, si mi yo desaparece, también desaparecerá el de todos los demás hombres. Su suerte será compartida por todo el género humano. Los millones de hombres que a lo largo de todas las épocas y civilizaciones han vivido, ya han desaparecido, y losa que vienen detrás seguirán desapareciendo, tragados por la nada, como una “fatídica procesión de fantasmas”, que un día terminará en el silencio de una Tierra en la que ya no quede ningún rastro de conciencia. Hasta que también la Tierra desaparezca, perdiéndose así hasta los últimos vestigios de las civilizaciones que la han habitado.
                El problema que estas perspectivas de futuro plantean a la razón de Unamuno es saber si tienen o no algún sentido los valores fundamentales de la vida, aquellos a los que tantos hombres consagran su existencia, en el supuesto de que, al morir, todas las conciencias vuelvan a la nada. Es el tema del valor de la ciencia, de la filosofía, del progreso de la humanidad o de la justicia en el mundo. En definitiva, ¿merece la pena vivir la vida y luchar por construir un mundo que se va a aniquilar más pronto o más tarde?
                Para Unamuno, aun reconociendo debidamente lo que todo ello redunda en beneficio de los hombres, como él mismo se defiende frente a la acusación de “pesimista” con que le tacharon algunos contemporáneos, se reafirmará en que, en el fondo, no merece la pena una ciencia para unos cuantos siglos, un progreso truncado o una justicia caduca.
                Ante un panorama tan sombrío, la vida sin esperanza de eternidad se nos presenta como tragedia, como dolor de vivir, y para olvidar nuestro destino implacable casi desearíamos sumergirnos en la inconsciencia feliz de antes de nacer. Vana esperanza, pues nuestro sino es enfrentarnos con lo trágico de nuestra existencia y ver si hay otra posible salida que no sea el anonadamiento de nuestro ser. Éste será el tema de la próxima sesión.

TEXTOS.

Diálogos filosóficos.
                “Quisiera dejar en ellos mi alma, el impulso negador y nihilista de mi inteligencia ultra–lógica, post–kantiana, y el impulso afirmador de mi voluntad que quiere forzar a mi mente a que crea. Es el combate entre el instinto vital que pide todo, y el instinto cognoscitivo, que responde: ¡nada! Es el mismo drama de mi drama.”
(Miguel de Unamuno, Cartas a Jiménez Ilundáin, 26 de enero de 1900)

¡Costa terrible la razón!
                “Y si la he atacado tanto –sin duda demasiado y no con justicia siempre – ha sido para defenderme de ella, que me atacaba. ¡Porque es cosa terrible la razón!”
(Miguel de Unamuno, Mi libro. OC IV, 1041)

La razón como criterio de verdad.
                “No la verdad no la penetran ni el instinto ni el sentimiento, la verdad es cosa de la razón. Y hasta las que llamamos verdades de sentimiento o de fe, no son verdades, sino cuando la razón la aprehende. Es la razón la que hace verdadero el sentimiento”.
(Miguel de Unamuno, Leonor Teles, flor de altura. OC IX, 1440)

La razón, distintivo del ser humano.
                “Humanidad es la cualidad de ser hombre, o sea animal racional. La razón es, pues, el distintivo del hombre (…) La voluntad, la verdadera voluntad, el querer racional y humano, no es ni masculino ni femenino ni neutro: es racional.”
(Miguel de Unamuno, Matriotismo. OC IV, 1393)

La inmortalidad del alma no es racional.
                “Esto de la inmortalidad del alma, de la persistencia de la conciencia individual, no es racional, cae fuera de la razón. Es como problema, y aparte de la solución que se le dé, irracional. Racionalmente carece de sentido hasta el plantearlo. Tan inconcebible es la inmortalidad del alma, como es, en rigor, su mortalidad absoluta.”
(Miguel de Unamuno, Del sentimiento trágico de la vida. OC VII, 174)

La fe no satisface a la razón.
                “La solución católica de nuestro problema, de nuestro único problema vital, del problema de la inmortalidad y salvación eterna del alma individual, satisface a la voluntad y, por tanto, a la vida; pero, al querer racionalizarla con la teología dogmática, no satisface a la razón. Y ésta tiene sus exigencias, tan imperiosas como las de la vida. No sirve querer forzarnos a reconocer sobre–racional lo que claramente se nos aparece como contra–racional, ni sirve querer hacerse carbonero el que no lo es.”
(Miguel de Unamuno, Del sentimiento trágico de la vida. OC VII, 155)

El alma no es algo diverso del cuerpo.
                “La unidad de la conciencia no es para la psicología científica –la única racional– sino una unidad fenoménica. Nadie puede decir que sea una unidad sustancial. Es más aún, nadie puede decir que sea una sustancia. Porque la noción de sustancia es una categoría no fenoménica. Es el noúmeno y entra, en rigor, en lo inconcebible.”
(Miguel de Unamuno, Del sentimiento trágico de la vida. OC VII, 160)

Cuerpo y espíritu son la misma cosa.
                “Y yo, el yo que piensa, quiere y siente, es inmediatamente mi cuerpo vivo con los estados de conciencia que soporta. Es mi cuerpo vivo el que piensa, quiere y siente. ¿Cómo? Como sea.”
(Miguel de Unamuno, Del sentimiento trágico de la vida. OC VII, 158)

Después de morir no seremos.
                “La conciencia individual humana depende de la organización del cuerpo, cómo va naciendo poco a poco, según el cerebro recibe las impresiones de fuera; cómo se interrumpe temporalmente durante el sueño, los desmayos y otros accidentes, y cómo todo nos lleva a conjeturar racionalmente que la muerte tras consigo la pérdida de la conciencia. Y así como antes de nacer no fuimos ni tenemos recuerdo alguno personal de entonces, así después de morir no seremos. Esto es lo racional.”
(Miguel de Unamuno, Del sentimiento trágico de la vida. OC VII, 156)

La suerte de todo el género humano.
                “Si al morírseme el cuerpo que me sustancia, y al que llamo mío para distinguirle de mí mismo, que soy yo, vuelve mi conciencia a la absoluta inconsciencia de que brotara, y como la mía les acaece a las de mis hermanos todos en humanidad, entonces no es nuestro trabajado linaje humano más que una fatídica procesión de fantasmas, que van de la nada a la nada.”
(Miguel de Unamuno, Del sentimiento trágico de la vida. OC VII, 134)

Una Tierra vacía, sin hombres.
                “La tierra un día cruzará el espacio
celeste convertida en cementerio
de civilizaciones; el misterio
triunfará de la vida, pues reacio
fue siempre a la razón. Me pone lacio
el ánimo el pensarlo. ¿Acaso es serio
del mundo entregarse al loco imperio
de cuya vanidad nunca me sacio?
Cruzará, vanidad de vanidades,
muerta, soledad de soledades,
sin principio, sin fin y sin objeto.”
(Miguel de Unamuno, Poesías sueltas. OC VI, 881)

La segunda muerte de la conciencia.
                “Día llegará en que a esta vieja tierra le tocará su turno y, hecha también polvo, se esparcirá por los espacios llevándose nuestra ciencia, nuestro arte, nuestra civilización toda reducida a aerolitos pelados”.
(Miguel de Unamuno, La Esfinge. OC V, 146)

La tragedia de la existencia humana.
                “La vida es triste, muy triste, sí ¡ay!, Sólo se ríen los hombres superficiales, los de alma sin interior. Las almas hondas, con interior, sonríen por buena educación, pero tras de su sonrisa transparéntase la tragedia. La pavorosa tragedia de la existencia humana”.
(Miguel de Unamuno, La caída de la hoja. OC IX, 936)

Será mejor no haber nacido.
                “Anonadado yo, si es que del todo me muero –nos decimos–, se me acabó el mundo, acabose; ¿y por qué no ha de acabarse cuanto antes para que no vengan nuevas conciencias a padecer el pesadumbroso engaño de una existencia pasajera y aparencial? Si deshecha la ilusión de vivir, el vivir por el vivir mismo o para otros que han de morir también, no nos llena el alma, ¿para qué vivir? La muerte es nuestro remedio.”
(Miguel de Unamuno, Del sentimiento trágico de la vida. OC VII, 135)

El porqué del suicidio de algunos.
                “A la mayor parte de los que se dan a sí mismos la muerte, es el amor el que les mueve el brazo, es el ansia suprema de vida, de más vida, de prolongar y perpetuar la vida, lo que a la muerte les lleva, una vez persuadidos de la vanidad de su ansia.”.
(Miguel de Unamuno, Del sentimiento trágico de la vida. OC VII, 135)

Vanidad de la ciencia y la filosofía.
                “Si dentro de diez, cien, mil ocien mil siglos nuestra Tierra es una bola de hielo o un puñado de asteroides desiertos, toda la ciencia y la filosofía, y el arte, etc., etc., no valen nada”
(Miguel de Unamuno, Carta a Ortega y Gasset. OC Introducción VII, 19)

El progreso hace más temible la muerte.
                “Si todos estamos condenados a volver a la nada, si la humanidad es una procesión de espectros que de la nada salen para volver a ella, el aliviar miserias y mejorar la condición temporal de los hombres no es otra que hacerles la vida más fácil y cómoda, y con ello, más sombría la perspectiva de perderla; es la infelicidad de la felicidad.”
(Miguel de Unamuno, Carta a Jiménez Ilundáin)

La vanidad de los valores de la vida.
                “¿He de volver a hablaros de la suprema vaciedad de la cultura, de la ciencia, del arte, del bien, de la verdad, de la belleza, de la justicia… de todas estas hermosas concepciones, si al fin y al cabo, dentro de cuatro días  o dentro de cuatro millones de siglos –que para el caso es igual–, no ha de existir conciencia humana que reciba la cultura, la ciencia, el arte, el bien, la verdad, la belleza, la justicia y todo lo demás así?”
(Miguel de Unamuno, Del sentimiento trágico de la vida. OC VII, 166)

La eternidad o nada.
                “Pero también creo que todo ese esplendor y esa gloria, y ese bienestar, y esa justicia, y esa salud, y esa cultura, no nos servirán, a fin de cuentas, ni a los demás pueblos ni a esta nuestra tierra para maldita de Dios la cosa. Porque todo depende de lo otro. Y la eternidad o nada.”
(Miguel de Unamuno, Credo optimista. OC V, 1014)

La vana solución del panteísmo.
                “Decir que todo es Dios, y que al morir volvemos a Dios, mejor dicho, seguimos en Él, nada vale a nuestro anhelo; pues sí es así, antes de nacer en Dios estábamos, y si volvemos al morir a donde antes de nacer estábamos, el alma humana, la conciencia individual, es perecedera.
(Miguel de Unamuno, Del sentimiento trágico de la vida. OC VII, 361)

El Unamuno contemplativo.
                “¡Ay amigo! He aquí mis dos grandes anhelos; el anhelo de acción y el anhelo de reposo. Llevo dentro de mí, y supongo que a usted le ocurrirá lo mismo, dos hombres, uno activo y otro contemplativo, uno guerrero y otro pacífico, uno enamorado de la agitación y otro del sosiego.”
(Miguel de Unamuno, Conversación primera, OC III 373)

El sosiego de la vida prenatal.
“Macedo. – Sí, me gustaría volver al seno materno, a su oscuridad y su silencio y su quietud.
Elvira.- ¡Diga, pues, que a la muerte!
Macedo.- No, a la muerte, no; eso no es la muerte. Me gustaría “des-nacer”, no morir.”
(Miguel de Unamuno, Sombras de sueño. OC VI, 611-612)





               









De Balzac

  “ Finalmente, todos los horrores que los novelistas creen que  están inventando están siempre por debajo de la verdad” .  Coronel Chabert...

– Contra hidalguía en verso -dijo el Diablillo- no hay olvido ni cancillería que baste, ni hay más que desear en el mundo que ser hidalgo en consonantes. (Luis Vélez de Guevara – 1641)

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