La corona de Uganda, capitulo II, página 9

AVISO: Ya no publicaré nada más de mi novela. Quien esté interesado puede solicitar un ejemplar al editor.


- II -
Mister Nicotina

                Jamás pensé que asesinar a un hombre podía llegar a ser tan aburrido. Allí estaba esperando que la victima saliese del maldito local y, cuando alguien sale, son dos personas que nada tienen que ver con el fulano. Al menos el saxofonista podía haber continuado su concierto nocturno. Eso hubiese despejado el fuego que quemaba mi interior. No quedaba más remedio que seguir haciendo guardia hasta que llegara el momento de la venganza.
                Oscuros pensamientos bailaban danzas macabras en mi cerebro. Recuerdos que navegaban semejantes a buques fantasmas que no encuentran destino. En algún momento creí desmayar dando al traste con la operación. No me sentía nada cómodo pero la palabra dada a un moribundo es sagrada. Por mi cabeza circulaban sus palabras, sus gestos, su promesa. Como en un océano revuelto surgían escollos que me transportaban hasta aquella mañana en la que empezó mi historia.
                Sería a finales de mayo cuando me trasladaron a la capital para hacerme cargo del nuevo departamento de adaptaciones contables. En la asesoría valoraron mi trabajo como el más adecuado para desempeñar el nuevo puesto. Nada más lejos, tras las palabras lisonjeras buscaban un negro que se encargase de recopilar datos. Seis años de carrera para acabar picando números en un ordenador.
                Encontré un ático amueblado cerca del río desde el que se podía divisar la ciudad. Un bosque de tejados asimétricos tan grises como la vida misma. El estanco, un bar y una librería quedaban cerca de mi nuevo hogar. Al trabajo llegaba paseando durante quince minutos. La verdad es que nunca he necesitado grandes cosas para ser feliz. Atrás no quedaba nadie y frente a mí se abría la ciudad como una ramera de ojos brillantes.
                Aquella mañana Diego, el jefe de sección, me pidió que copiase los ficheros necesarios para una auditoria. Olvidaba querido lector, que no conoces de quién hablamos. La ciudad estaba revuelta por una fusión empresarial sorpresa. Ya se sabe eso de que el pez grande se come al chico. El tiburón se llamaba Transportes Internacionales SA y había comprado las acciones de una pequeña empresa aseguradora. Uno de esos pequeños negocios que han estado tan vinculados a la vida de la ciudad que llegan a identificarse con su esencia más profunda. Había que sanear a la aseguradora dándole las pautas a seguir en todo el proceso. Los trabajadores estaban preocupados por el resultado de la auditoria y los jefes querían saber a cuántos deberían despedir.
                No tardé en llegar a las oficinas centrales. Un metro y un par de autobuses me dejaron en la puerta. Si usas transporte público pronto estarás preparado para las olimpiadas. Nada mejor que las carreras en vehículos conducidos por autobuseros homicidas, soportar frenazos y curvas cerradas, aguantar apretones y mala leche. A los saltos de obstáculos a la salida del metro, escalones de dos en dos, le sigue esquivar mendigos que te asaltan. Llegas al destino con la sensación de haber superado todas las pruebas de los juegos olímpicos.     
                Tres individuos fumaban en el exterior del local. Al verme se precipitaron a sus puestos como buitres que toman posiciones antes de caer sobre la carroña. Venderte aunque sea el palo de una escoba, en este caso un seguro, y hacerte creer que llevas algo único es lo que mejor saben hacer algunos farsantes. No comprendía cómo aquella empresa se mantenía en pie con tantos trabajadores tocándose los cataplines. Encubierta en su actividad aseguradora estaba la negociación de hipotecas para las víctimas del holocausto capitalista. Mayor deuda, mayor préstamo, aumento de deuda, menor ingreso, mayor pobreza, otro préstamo.
                Otro de aquellos fulanos me acompañó al piso superior donde estaban las oficinas contables. El paraíso destinado a quienes rigen los destinos de los esclavos, el edén de nóminas, manipulaciones, trapicheos. Este año menos sueldo que el anterior. ¿Por qué? Tranquilo es culpa de la crisis. Aquí se esconde el botín del pirata. Entre los siervos de confianza destinados a velar por los intereses de la empresa se encontraba Juan Cantinero, también conocido como Mister Nicotina por su afición a saltarse las leyes antitabaco. Una espesa nube de humo ocultaba a un tipo singular. La ley siempre persigue a los mejores.
                Nada más llegar me saludó con un fuerte apretón de manos. No aparentaba la fuerza que escondían aquellos dedos. Quizás lo hiciese para intimidar, tal vez por demostrar seguridad y decisión. De todas maneras aunque no lo hubiese hecho, aquel tipejo resultaba simpático. Quise presentarme al Gerente. Mis jefes habían advertido que el primer paso era saludar al señor Olmedo que me estaría esperando.










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