EL CABALLERO
BOBO
ACTO
SEGUNDO
JORNADA SEGUNDA.
Salen Anteo y dos criados vistiéndole.
Criado I.- Que
bien le siente el calzón,
la liga, media y zapato.
Criado II.- Nacido
viene el jubón.
Anteo.- Mudar quiero el traje, y trato,
como mudo el corazón.
Criado I.- Es
uso muy de soldados
llevar sueltas las ropillas,
y abiertas por ambos lados.
Criado II.- Estanle
a mil maravillas
los cuellos alquerolados.
Criado I.- Todas
las cosas te están
como si hubieras nacido
con ellas.
Criado II.- Bravo
ademán.
Criado I.- Para
de monte el vestido
no puede ser más galán.
Cíñete ahora esta espada.
Criado II.- ¿Y
es de España?
Anteo.- Es
muy ligera,
y por ello no me agrada;
porque en mi brazo más fiera
será cuanto más pesada.
Criado I.- Tan
grandes tus fuerzas son,
que no la hallare que venga
al justo con tu opinión.
Anteo.- Búscame
alguna que tenga
el peso de mi bastón.
Criado I.- Habré
de mandar hacella
a tu gusto.
Anteo.- Y
hazla hacer
que haya tanto acero en ella,
que haya un hombre menester
ayuda para traella.
Llevaré
mientras la espero
ésta
y harela cortar
aunque
tiene poco acero.
Criado II.- Y
gustarás de llevar
con plumas este sombrero.
Y parecerás soldado
desde el pie hasta la cabeza.
Anteo.- Pues
me siento enamorado
fundaré en su ligereza
el peso de mi cuidado.
Sin
duda es loco el amor
pues
por él el seso pierdo;
pero
¿yo tengo valor?,
que
he dejado de ser cuerdo
tan
a costa de mi honor.
¿A
mi hermana (justos cielos),
he
de querer, soy Cristiano?,
pero
con justos recelos
bien
puedo, aunque soy hermano,
querella,
y pedille celos.
Salen el Duque, Teleo y Ceslao.
Anteo.- ¿No
es mi padre y mis hermanos?
Duque.- ¿No
es Anteo?, o hijo querido.
Anteo.- Oh
señor, dame las manos.
Duque.- Que
bien te luce el vestido
mas ¡ay cielos soberanos!
Si fuera en otra ocasión
más se alegraran mis ojos.
Anteo.- Pues
señor, ¿por qué razón
no es buena?
Duque.- Ciertos
enojos
me aprietan el corazón.
Anteo.- ¿Quién
señor te los ha dado?
¿no me respondes señor?
Duque.- Ya
hijo no soy honrado.
Que
la mano de un traidor
a mi
me dejó afrentado.
Anteo.- ¿La
venganza no es honrosa?
Cortarésela al villano
que la rige.
Duque.- Es
poderosa
Anteo.- No
es de Dios, que es soberano
y no hay otra más honrosa.
Que no afrenta su poder
pues faltándole el divino,
¿qué humano la ha de tener?
Duque.- El
príncipe mi sobrino
que nuestro Rey ha de ser.
Movido de cierto antojo
llamó una sangre a mi cara,
que
es suya.
Anteo.- Rabio
de enojo,
que no lo hiciera si pensara
que ya la tengo en el ojo.
Yo voy a matalle,
muera
pues que por su casa dejó
afrentado un padre viejo:
yo soy honrado.
Duque.- Espera,
con más acuerdo y consejo.
Que en cosas tan importantes
se toma resolución.
Teleo.- Sosiégate
hermano, que antes,
en negocios semejantes
(si se sigue mi opinión)
no hay afrenta.
Anteo.- ¿Cómo
no?
Teleo.- Que
ni del duelo a la ley,
ni su agravio le obligó,
pues un príncipe le dio
estando presente un Rey.
Ceslao.- También
me parece a mí
que un Rey no agravia, ni obliga.
Anteo.- ¿Qué
dijiste? ¿Tal oí?,
no hay agravio, si castiga,
pero cuando afrenta sí.
La rabia me tiene ciego
o reniego de los dos,
de vuestro hielo, y mi fuego,
y si de Dios no reniego,
es porque respeto a Dios.
Teleo.- Tú,
hermano, estás engañado.
Ceslao.- De
que suerte has de saber
(si en los montes te has criado)
si es bueno, o mal parecer
el nuestro.
Anteo.- Mi
pecho honrado
me pide a voces venganza,
pues que no os pido favor
para lograr su esperanza,
decid en mi confianza
lo que calláis de temor.
Ceslao.- Eres
mi mayor hermano.
Anteo.- Y
no en la edad solamente.
Teleo.- A
no nacer más temprano,
y estar mi padre presente.
Anteo.- ¿Qué
hubierais hecho vilano?
Duque.- Detento
Anteo.
Anteo.- Señor
mi parecer seguirás
y devolveré tu honor.
Teleo.- Siempre
se siguen los más.
Anteo.- Siempre
se sigue al mejor.
Asidme
de entre ambas manos
si vuestra fuerza me obliga
a seguiros, luego hermanos
vuestro parecer se siga.
Tirad.
Teleo.- Cielos
soberanos.
Ceslao.- Que
robre.
Anteo.- ¿N
o tiráis?
Teleo.- No
te podemos mover.
Anteo.- Pues
obligados estáis
a seguir mi parecer,
pues hago que me sigáis.
Duque.- Hijo
de mi corazón.
Anteo.- Digaos
la misma ocasión
que una cosa.
Duque.- Bravo
estás.
Anteo.- Cuando
es buena, vale más
que muchas, sino lo son.
¿Seguiréis mis pareceres?
Teleo.- Si
hermano, suela por Dios.
Ceslao.- Sí,
suelta.
Anteo.- A
medio mujeres,
pues valgo más que los dos,
respetarme.
Duque.- ¿Qué
hacer quieres?
Anteo.- Porque
de mi padre siento
la voz, no os hago volar
tantas leguas por el viento,
que llegarais al lugar
donde tengo el pensamiento.
A ti te guardo el decoro,
y a tú venganza me obligo.
Duque.- ¡Ay
escondido tesoro!,
esta condición bendigo,
estas bravezas adoro.
Anteo.- Ponte
en el lugar más fuerte
señor de todo tu estado,
y déjame a mí el cuidado
de tu venganza y la muerte
de quien tu afrenta ha causado.
Duque.- Pues
dame un abrazo estrecho.
Anteo.- Y
la bendición te pido,
dejárete satisfecho,
porque te llevo ofendido
en el alma y en el pecho.
Teleo.- De
su loco proceder
alguna gran desventura
nos tiene que suceder.
Ceslao.- ¿Qué
haremos?
Teleo.- ¿Qué
hemos de hacer?
¿Seguir
también su locura?
Se van y salen Aurora y Estrella.
Estrella.- Tuviste
gracia extremada
en engañarle, una cosa
fue que parece soñada.
Anteo.- Y
por ser maravillosa,
me parece imaginada.
Estrella- Que
eras su hermana creyó.
Anteo.- Y quedó desesperado.
Estrella.- ¿A
ti que te pareció
de su talle?
Aurora.- Muy
cuidado
lo sabe mejor que yo.
Estrella.- Muy
buenas sus partes son
pues con tu gusto las mides.
Aurora.- Pareciese
(y con razón)
con la quijada Sansón,
y con el bastón Alcides.
Estrella.- Al
fin que te satisfacen
sus partes.
Aurora.- Y
lo merecen,
que con mucha causa aplacen
los hombres que lo parecen
en los efectos que hacen.
Y del Príncipe, mi hermano,
¿qué dices?
Estrella.- Quiéralo
bien,
por decírtelo más llano.
Aurora.- No
le trates con desdén.
Estrella.- Ni
tampoco está en mi mano,
pero fus que él es que viene.
Aurora.- Pues
tan a tiempo ha llegado,
aquí esconderme conviene.
Estrella.- ¿No
tiene talle extremado?
Aurora.- Mejor
tu hermano le tiene.
Sale el príncipe Lotario.
Lotario.- Turbado,
confuso y ciego
voy siguiendo mis antojos
y moriré si no allego
a verme en aquellos ojos
que dan luz y arrojan fuego.
Estrella.- Hermano,
mi buena suerte
te trae.
Lotario.- Señora
mía
mira si es pena fuerte,
pues vengo sin alegría
sabiendo que vengo a verte.
Estrella.- ¿Qué
te aflige?
Lotario.- Mis
recelos.
Estrella.- ¿Quién
los causa?
Lotario.- Mi
desdicha.
Estrella.- ¿Quién
los permite?
Lotario.- Los
cielos.
Estrella.- ¿Qué
has tenido?
Lotario.- Poca
dicha.
Estrella.- ¿Qué
tienes?
Lotario.- Amor
y celos.
Estrella.- ¿De
quién?
Lotario.- De
un hombre dichoso.
Estrella.- ¿Y
quién es?
Lotario.- Será
tu esposo.
Estrella.- ¿Ya
sabes que lo ha de ser?
Lotario.- Eres
mi hermana y mujer,
y es príncipe y poderoso.
El Rey lo quiere y lo deja
en manos de un traidor
que a mi pesar le aconseja;
que es el Duque.
Estrella.- ¿Quién
señor?
Lotario.- Un
león en piel de oveja.
Éste esforzó la razón
de mi padre a pesar mío
y yo le di un bofetón.
Estrella.- ¿A
quién?
Lotario.- Al
Duque, mi tío.
Estrella.- ¡Ay
padre del corazón.
Sale Anteo
Anteo.- O
hermana libre y exenta.
Lotario.- Extrañas
mudanzas veo
en tu rostro.
Aurora.- Si
es Anteo
que galán viene.
Estrella.- Que
afrenta,
con dos contrarios peleo.
Al Príncipe tengo amor
y con toda el alma siento
de un padre el perdido honor.
Anteo.- ¡Ha
infame!
Lotario.- ¿Qué
pensamiento
te trata con tal rigor?
Aurora.- El
semblante trae airado
¿se imagina que soy yo?
El traje le habrá engañado.
Lotario.- O
sol para mi eclipsado,
¿quieres responderme?
Estrella.- No.
Lotario.- Tente.
Estrella.- No
puedo.
Lotario.- Señora,
¿qué no quieres esperarte?
Escucha.
Estrella.- No
puedo ahora
Anteo.- Iré
villano a matarte,
y a matar a esta traidora.
Se van y sale Aurora de donde estaba escondida, y
tiene a Anteo.
Aurora.- La
que piensas que lo es
viene a escuchar ese daño.
Anteo.- Señora,
dame los pies,
si me disculpa un engaño
te suplico me los des.
Aurora.- Mejor
los brazos merece
tu razón.
Anteo.- Puedo
saber
quién es aquella mujer
que en el traje te parece,
pero no en el proceder.
¿Es la infanta?
Aurora.- Ya
no más
es justo engañarte Anteo,
con la Infanta misma estás.
Anteo.- ¿Y
las manos no me das?
Aurora.- Darte
mil gustos deseo.
Anteo.- Con
tan divino favor
quedara el alma contenta,
a no
afligirla el dolor
de
ver en mi padre afrenta,
y en
mi hermana poco honor.
Que
no siendo tú, es aquella
que
vi Aurora.
Aurora.- Disculpalla
puede la justa querella
que la obliga.
Anteo.- Iré
a buscalla
y a tomar venganza de ella.
Aurora.- Pues
el Príncipe es aquel
que la hablaba y la siguió.
Anteo.- ¿Él
a mi padre afrentó?
Pues
morirán ella y él,
si
acaso no muero yo.
Aurora.- ¿Quién
obligarte pudiera?
Detente.
Anteo.- Cielos
divinos,
como no queréis que muera
el que por tantos caminos
me quita la honra.
Aurora.- Espera.
Mira
que te tengo amor.
Anteo.- Para
merecerte quiero
cobrar señora mi honor
muero de rabia.
Aurora.- Y
yo muero
a manos de tu rigor.
Sale Lotario.
Lotario.- Del
camino me volví
por no dalle más disgusto.
Sale Estrella y se queda en la puerta.
Estrella.- Qué
presto me arrepentí
de dejalle amor injusto.
Lotario.- Pero
¿no es aquella? Sí.
¿Qué
veo? Si son anteojos.
Anteo.- Déjame.
Aurora.- Terrible
estás,
¿no te duelen mis enojos?
Anteo.- Mucho
puedes con los ojos,
pero mi honor puede más.
Aurora.- Mírame.
Anteo.- El
gusto de vellos
aplaca mi pena fuerte.
Aurora.- Quién
pudiera
Anteo.- Son
muy bellos.
Aurora.- Con
los ojos detenerte
y atarte con mis cabellos.
Anteo.- Que
fuerza te dan los cielos
que a detenerme es bastante.
Lotario.- ¿Esto
miro? Matárelos
como hermano, y como amante
tengo envidia, y tengo celos.
Estrella.- Por
el vestido imagina
que soy yo.
Lotario.- Muera
el villano.
Anteo.- Ya
como cosa divina
te respeto.
Estrella.- Tente
hermano.
Lotario.- ¿Hay
cosa más peregrina?
Estrella.- Reporta
tanto rigor.
Lotario.- Perdóname;
¿pudo ser
que he dudado en tu valor?
¿Quién
es aquella mujer
que tiene tan poco honor?
¿Será
nuestra prima?
Estrella.- Sí,
y aquel su hermano.
Lotario.- ¿El
salvaje
que ya por buscarme
a mí
mudó el hábito y el traje?
Matárele porque aquí
entró contra el mandamiento
del Rey, Anteo.
Estrella.- Detente.
Aurora.- Perdida
soy.
Anteo.- Voces
siento,
pero te tengo presente,
y no te mato o reviento.
Pues excusarme has querido
el trabajo de buscarte.
Lotario.- ¿Y
sabes a qué he venido?
Anteo.- ¿A
qué viniste?
Lotario.- A
matarte.
Anteo.- Para
matarte he venido.
Estrella.- Dame
primero la muerte.
Aurora.- Pásame
primero el pecho
para obligarte, ¿el quererte
es de tan poco provecho?
Estrella.- Que
no puedo detenerte.
Lotario.- Hare
lo que tú quisieres
de tu hermosura sujeto.
Aurora.- Anteo.
Anteo.- Haré
lo que quieres;
que deben este respeto
los hombres a las mujeres.
Lotario.- En
otro lugar Anteo
puedes venirme a buscar.
Anteo.- Por
este monte rodeo
por
buscarte y por lograr
mi
venganza y mi deseo.
Se van, uno por una parte y el otro por la otra.
Aurora.- Muerta
quedo.
Estrella.- Muerta
estoy.
Aurora.- Corre
Estrella.
Estrella.- De
alcanzarte
mi fe y mi palabra te doy.
Aurora.- Ve
tú por aquella parte
mientras yo por resta voy.
Se van, Sale el Conde Octavio.
Conde.- Es
posible que al príncipe no hallo,
si ha subido al cielo o se lo ha tragado
la tierra indigna de su real persona,
cansado de buscalle ando perdido
por estos valles y por estos cerros.
Sale el Príncipe Lotario.
Lotario.- Lo
intrincado del monte y su maleza
me tienen perdido casi loco;
Anteo, Anteo, Anteo, o si me oyese
no piense que he dejado de cobarde
de probar mi persona con la suya.
Conde.- ¿No
es el Príncipe aquel? Señor.
Lotario.- Oh
Conde.
Conde.- Vine
de la ciudad y ocupé el puesto
que tú me señalaste, esperé tanto,
que te busco ha dos horas con mil penas
que me daba el cuidado de no hallarte.
Lotario.- Y
pues amigo Conde, ¿qué hay de nuevo
en la ciudad?
Conde.- El
Rey tiene ofrecida
tu hermana a Henrico.
Lotario.- Ay
cielos, yo soy muerto.
Conde.- Entrará
en la ciudad hoy o mañana,
porque estuvo escondido en una aldea
hasta tener el sí del Rey tu padre.
Lotario.- Válgame
Dios, ¡ay Conde!, ay Conde amigo
pues eres mi regalo y mi privanza
dame consuelo.
Conde.- De
las venas mías
daré sangre si fuere de provecho.
Lotario.- Dame
por muerto, si se casa Aurora
quierola como loco, y como al alma
su sombra adoro, y mis desdichas sigo.
Conde.- ¿A
tu hermana Señor?
Lotario.- Conde
a mi hermana,
que es hereje el amor, no está en mi mano
no tengo amigos ya, no soy yo Príncipe,
y el que ha de suceder a un padre viejo;
piérdase el reino, y el Rey, y el mundo todo
y siga yo este mundo que me abrasa.
Conde.- Eres
cristiano, y quedaría el mundo
asombrado, que Escita, que hombre humano
tuvo tal pensamiento.
Lotario.- ¿Qué haré Conde?
Que me siento morir.
Conde.- Morir
primero
que hacer cosa tan fea.
Lotario.- En
este punto
una cosa he pensado, si me vale,
pues tu Príncipe soy, seré tu esclavo,
restauraras mi vida,
y de mi alma
serás todo el remedio.
Conde.- Di
qué mandas
que yo aunque como amigo te aconsejo,
te serviré como leal vasallo.
Lotario.- Dame
los brazos Conde.
Conde.- Y
tú las manos.
Lotario.- Ya
sabes como Henrico es un traslado
mío, y yo lo soy suyo en cara, en talle,
y aún dicen que en la voz, y en las acciones.
Conde.- Y
sé que es una cosa, que la fama
en ella admira el mundo.
Lotario.- Pues
escucha
ve donde está, y de
parte de la Infanta
dices que ella desea verle antes
que mi padre dé el sí, y que de otra suerte
no le dará, porque es razón que sea
quien su esposo ha de ser, de gusto suyo;
y llevándole tú un vestido mío,
dile que se lo ponga, y podrá verla,
diciendo que soy yo a los guardas;
y esto has de hacer por mi gusto.
Conde.- ¿Y qué resulta
de esto en provecho tuyo?
Lotario.- Mi
remedio
traerás con mi vestido a Henrico puesto
que entre los dos quedaré señalado
y advierte que te quedes el vestido
de Henrico en tu poder.
Conde.- ¿Y
qué harás luego?
Lotario.- Con
su mismo vestido, y con su nombre
después de haberle muerto entre los suyos
entraré en la ciudad acompañado
a donde me desposen con mi hermana
creyendo que soy él.
Conde.- Terrible
enredo,
mira señor.
Lotario.- No
más consejos Conde,
esto has de hacer, daré razón al mundo
con este engaño, y lograré el deseo
que me tiene abrasada toda el alma.
Conde.- Por
fuera he de servirte.
Lotario.- Vamos
luego,
que es Dios clemente, y dicen que el pecado
que es escondido, es medio perdonado.
Se van y sale Anteo.
Anteo.- Que
no aparece el cobarde,
la tierra se le ha tragado
y no es mucho que le guarde
de mi brazo que está airado.
Sale Estrella.
Estrella.- Llegaré
si tardo, tarde.
Pero
¿no es aquel Anteo?
Anteo.- Si
es mi hermana, y mi enemiga,
o es la infanta la que veo.
Estrella.- No
sé cierto que le diga,
que me ha conocido creo.
Le
diré que soy la infanta,
que
ella dijo que era yo,
y diferencia no hay tanta,
que
Anteo se lo creyó:
pues
la infanta soy.
Anteo.- Levanta
o mal nacida villana,
te mereces ese nombre.
Estrella.- Tu
hermana soy.
Anteo.- ¿Tú
mi hermana?
Haré
un castigo que asombre
a la región soberana.
Mi
mano te ha de matar
pues
infamemente trata,
pero
aquí te quiero atar
te
mataré pues me matas
con
afrenta y con pesar.
Con
pesar y con afrenta
trayendo muerto a tus ojos
al villano que acrecienta
con mi afrenta, y mis enojos,
el dolor que me atormenta.
Al
príncipe, infame loca
traeré delante de ti,
y de matalle.
Estrella,- ¡Ay
de mi,
hermano.
Anteo.- Cierra la boca,
no hables más: ¿no callas?
Estrella.- Si
Anteo.- Buscaré
ahora el villano
por matarte con su muerte,
y como hijo y hermano
dos afrentas.
Estrella.- Triste
suerte.
Anteo.- Vengaré.
Estrella.- Dios
soberano.
Valedme
Virgen sagrada,
muerta soy favor os pido,
es mi desdicha sobrada.
Se va Anteo y sale Aurora.
Aurora.- De
haber tratado y corrido
estoy corrida y cansada.
Estrella.- Señora.
Aurora.- ¿Qué
miro?
Estrella.- El
cielo
te ha traído por aquí
a darme vida y consuelo,
Anteo me puso así
de quien la furia recelo.
Desátame que es cruel.
Aurora.- Mi
buena suerte bendigo,
pero quiero amiga fiel
por lo que puedes conmigo,
ver lo que puedo con él.
Aquí mismo me has de atar
para que esto efecto tenga
y gustaré de escuchar
lo que dirá cuando venga
hallándome en tu lugar.
Le diré que se ha engañado,
y que por atarte a ti,
a mi atada me ha dejado
y será un cuento extremado:
¿qué dices?
Estrella.- Digo
que si.
Que
aún responderte no puedo
del miedo que me ha dejado.
Aurora.- Mucho
te sujeta el miedo.
Estrella.- Mucho:
a Dios.
Aurora.- Buena he quedado
de rendida atada quedo.
Verá
cuando venga Anteo,
que
el adoralle es tan justo,
que
contenta de mi empleo
estoy
atada a su gusto,
y
rendida a mi deseo.
Sale Anteo.
Anteo.- No
es posible parecer,
es en efecto cobarde
y se ha sabido esconder
mas mi sangre he de verter
por lo que en mis venas arde.
Saldrá de un pecho villano.
Aurora.- Detén
el golpe feroz,
mira.
Anteo.- Cielo
soberano,
que llegó tarde la voz
para detener la mano.
Aurora.- Jesús
mío.
Anteo.- Cielo
santo,
¿si es penetrante la herida?
no es posible, mas que espanto
¿habrá quedado sin vida?
¿Cómo no me acaba el llanto?
Con agua volverá en sí,
llorad ojos, más os vale,
que aunque tan fuerte nací,
como de una peña sale,
bien puede salir de mí.
Mas de mi suerte reniego,
y que disparate os niego,
no lloréis mis ojos, no
porque cuando llore yo
serán mis lágrimas fuego.
Qué haré ahora, si el pesar
me quita todo el sentido,
mas convenible lugar
buscaré, cielo ofendido,
acabadme de acabar.
Ay Aurora, ay prenda amada
que carga, que pena fiera
por hermosa y desdichada,
para los brazos ligera,
y para el alma pesada.
Se va, llevando en los brazos a Aurora, y sale el
príncipe Henrico, sale Lotario y el Embajador con él.
Embajador.- Te
esperan Señor con tanto gusto
el Rey y sus vasallos, que lo traigo
escrito yo en el alma, solo el Príncipe
no está en gracia del Rey, ausente anda.
Henrico.- El
agravio del Duque será causa
de esa ausencia.
Embajador.- No
es mucho, que es
el Duque
primo hermano del Rey, y su persona
no menos estimada que la suya.
Henrico.- ¿Y
qué dice de mi?
Embajador.- Te
tienen Henrico
como en las voces, pienso que en el alma
Henrico.- Que
de ver a mi Aurora, y de gozalla
he de ser digno.
Embajador.- ¿La
quieres mucho?
Henrico.- Es
ídolo del alma donde asiste,
muero por ella.
Embajador.- ¿Cómo?
¿Que es posible
que sin habella visto, ni tenido
noticia de sus partes (porque es cierto
que ninguno las sabe) tú la adoras?
Henrico.- Pues
de eso mismo estoy enamorado
y no he de enamorarme, y estar loco
por mujer que ninguno la ha mirado.
¿Hay valor como el suyo? Las mujeres
en mi opinión amigo valen menos
cuanto las miran más; y los honrados
no se han de enamorar para casarse,
de un rostro hermoso, de unos bellos ojos
sino solamente de la fama
que tiene la que toman por esposa;
porque al fin tanto hermosa, como fea,
de bueno, o de mal talle, un mesmo gusto
(cuando es mujer) ofrece a su marido.
Embajador.- Tienes
mucha razón.
Entra un criado.
Criado.- El
Conde Octavio
pide licencia.
Embajador.- Dásela
que es el Conde
de los mayores Grandes de su reino,
y te es apasionado.
Henrico.- Dile
que entre
¿Qué
querrá el Conde?
Embajador.- ¿Qué?
Tratar contigo
del puesto donde quieres esperarte
para que salga el Rey a recibirte;
y piensa que te tiene apercibida
una entrada famosa, y vi hechos
muchos arcos triunfales milagrosos,
y pintados al óleo en muchos lienzos,
de los Ingleses Reyes las historias
sacadas de la boca de la fama,
y otras cosas insignes; ya entra el Conde.
Entra el Conde.
Conde.- Deme
sus reales manos vuestra alteza.
Henrico.- El
Conde se levante, y de mis brazos
reciba estos favores.
Conde.- Tus pies beso,
y tras tanta merced, dadme licencia
que a parte pueda hablarte.
Henrico.- Ya
la tienes.
Embajador.- ¿Embajada
en secreto? No carece
de misterio si el príncipe la envía
Henrico.- ¿No
sobra que la Infanta guste de eso
para servilla yo?
Conde.- Y
escucha el como.
Embajador.- Muy
alegre semblante tiene Henrico
no será de pesar lo que se escucha,
con
todo me da pena este cuidado.
Henrico.- Muy
buena traza diste, vamos luego.
Embajador.- Hasta
perfelle no tendré sosiego.
Se van y salen Estrella y Claudia
Estrella.- Como
digo la dejé, y es cierto, pues no han llegado, que Anteo se la ha llevado con
su gusto.
Claudia.- ¡Ay!
¿Dios, qué haré?
Que
ha prevenilla venía,
que apercibida estuviese
para cuando el Rey viniese,
por ella
Estrella.- Desdicha
mía
¿Qué
haremos? Que muerta estoy
de pensar dónde estará;
¿y Henrico cuándo entrará
en la ciudad?
Claudia.- ¿Cuándo?
Hoy.
Sale Anteo.
Anteo.- Por
este monte desierto
tan ciego voy de pesar
que
de no hallar que matar
estoy
loco y estoy muerto.
Afligido
y afrentado,
¿de
qué suerte vivir puedo?
Estrella.- Mi
hermano es aquel, de miedo
casi sin alma he quedado.
Escondámonos aquí
que aun ánimo yo no tengo
para huir.
Anteo.- Sin
alma vengo,
y por eso estoy sin mí.
Allá la dejo ofendida
con mi Aurora.
Claudia.- Bien
estás.
Anteo.- Aunque
en ella ha sido más
el espanto que la herida.
Pero
no estará contenta
hasta que se halle por dicha
la ocasión de su desdicha,
y la causa de mi afrenta.
¿A
dónde se habrá escondido?
¿la tierra lo habrá tragado?
¿Si al infierno se ha bajado?
¿Si a los cielos se ha subido?
Mas
no importa, en mi linaje
no ha de haber afrenta, y duelos,
aunque se suba a los cielos,
o a los abismos se abaje.
Hasta
las celestes salas
volaré tras mi ofensor,
que en los hombres de valor
los agravios tienen alas.
Estrella.- Furioso
está.
Claudia.- El rostro ha puesto
sobre el brazo, divertido
está ahora.
Entra el Príncipe Henrico, y el Conde.
Conde.- Hemos
venido
por el aire, este es el puerto.
Aquí podrás esperarte.
Henrico.- Aquí
espero.
Estrella.- Muerta
estoy.
Conde.- Que
yo por Lotario voy
para que venga a matarte.
Se va el Conde.
Estrella.- ¿Cómo
a la pena resisto?
Henrico.- Que
bien mis intentos van,,
si se ven, se matarán.
Estrella- Más ¡ay cielo!, ya se han visto.
Henrico.- ¿Quién
será?
Anteo.- ¿No
es mi contrario?
¿Qué
espero? ¿Me tienes en poco?
Henrico.- ¿Qué
pretendes? ¿Vienes loco?
Anteo.- ¿No
me conoces Lotario?
De
cobarde y de espantado,
la memoria habrás perdido.
Henrico.- Tú
el seso.
Anteo.- De
ofendido;
mete mano.
Estrella.- Cielo
airado.
Valedme.
Henrico.- Algún
loco este es;
tente.
Estrella.- Cielos
soberanos.
Anteo.- Quien
afrenta con las manos
se
retira y saca pies.
Henrico.- Muerto
soy. ¡Válgame el cielo!
Claudia.- Le
pasó de una estocada.
Estrella.- Por
ser yo tan desdichada.
Traidor.
Claudia.- Fuese.
Estrella.- Buscarelo.
Mas
no puedo que el dolor
me tiene rendida, y muerta,
pero en desdicha tan cierta
matarme será mejor.
Claudia.- Tente,
¿tanto amor tenías
al Príncipe mi señor?
Estrella.- Cuando
es tan justo el amor
no se mide con los días.
Claudio.- Por
tu padre considera
que tu hermano le mató.
Estrella.- ¿Cuándo
a mi padre afrentó?,
no sabía que lo era.
Y
yo fui la causa.
Claudia.- Así.
Estrella.- Que
si él a mi no me amara,
nunca a mi padre afrentara,
pues lo que hizo por mí,
aunque contra mí haya sido
mitigara mi cuidado,
no adviertes que me ha obligado
lo mismo que me ha ofendido.
¡Ay mi bien!, ¿quieres dejarme
echar este lazo al cuello,
aunque me quites aquello
que es bueno para matarme?
Será otra Dorsia.
Claudia.- Que
ciego dolor,
de límite pasas.
Estrella.- Aunque
me faltan las brasas,
yo sé que no falta el fuego.
Y no me podrás quitar
que me mate.
Claudia.- Ya
me incitas
a enojo.
Estrella.- Si
no me quitas
la desdicha y el pesar,
que sé mucho y siento mucho.
Salen Lotario y el Conde.
Lotario.- Yo
mismo lo mataré.
Conde.- Ya
no está aquí.
Lotario.- ¿Si
se fue?
Estrella.- ¡Ay
mi Lotario!
Lotario.- ¿Qué
escucho?
Estrella.- ¡Ay
mi bien!
Lotario.- Ya
he conocido
la voz
Estrella.- ¡Ay
príncipe amado!
de mí tan presto adorado,
pero tan presto perdido.
¿Qué veo?
Lotario.- Querida
infanta
ya procuro no perderte.
Claudia.- Es
su sombra.
Estrella.- Estoy
de suerte
que aún su sombra no me espanta.
Claudia.- ¿Si
fue pequeña la herida?
Lotario.- Ni
estoy herido, ni muerto;
no soy sombra.
Claudia.- Cierto.
Lotario.- Cierto,
cuerpo tengo, y tengo vida.
Estrella.- Pues
¿no te vi matar a Anteo?
Lotario.- Sin
duda a Henrico mató,
creyéndose que era yo.
Conde.- El
logró nuestro deseo.
Estrella.- Mi
príncipe.
Lotario.- Infanta
amada
no he sido yo el desdichado.
Estrella.- ¿Cómo
señor?
Lotario.- Traza
he dado
aunque en él es extremada
para
ser.
Estrella.- ¿No
te mató?
Lotario.- Huyó.
Estrella.- ¿Anteo?
Claudia.- Espera.
Lotario.- Ya
veo que allí el cuerpo está
del que piensas que soy yo.
Estrella.- ¿Quién
es señor aquel hombre?
Lotario.- El
de Inglaterra fue,
pues queda muerto yo iré
con su gente y con su nombre,
a desposarme contigo
pues tanto nos parecemos,
que semejantes
extremos
hace el amor, si le obligo.
Con él favorece a mi agora
a mi alma y a mi engaño
porque si no será el daño
más notable.
Estrella.- Quien
te adora,
no podrá negarte cosa,
lograré así mi esperanza.
Lotario.- Pues
me voy, que la tardanza
podrá sernos muy dañosa.
A Dios, y a ti en el camino
te diré lo que has de hacer.
Se van los dos.
Claudia.- Que
es posible suceder
suceso tan peregrino.
¿Qué es aquello?
Estrella.- Claudia
mía,
pues la infanta no parece,
y tanto gusto merece
alma que de ti se
fía.
Digamos que soy la infanta,
pues nadie la conoció
y siendo tu reina yo
haz cuenta que te levanta
tu buena suerte por mí,
mi Claudia hasta el mismo cielo.
Claudia.- Pues
tú lo quieres, harelo
que
eso y más te debo a ti.
Si
preguntan por Estrella,
¿qué
dirás y qué diré?
Estrella.- Que
con su hermano se fue,
y vino él mismo por ella.
Dichosa reina he de ser.
Claudia.- ¿Quién
vio enredos semejantes?
Estrella.- Fortuna
no me levantes
para dejarme caer.
Se van y salen el Rey y un Grande.
Rey.- ¿Ya
se partió?
Grande.- Señor,
sí.
Rey.- ¿Y
va el marqués advertido?
Grande.- De
que no mude el vestido,
ni descubra el rostro.
Rey.- Y
así
conviene que hasta que sea
casada, no la han de ver
el rostro.
Grande.- Cosa
ha de ser
de gran gusto a quien lo vea.
Rey.- Pues
me disculpa la edad,
¿salió mi Gobernador
a Henrico?
Grande.- Con
lo mejor
de tu reino y tu ciudad.
Rey.- ¿Qué
hay del Duque?
Grande.- Que
ha escogido
para estarse retirado
lo más fuerte de su estado.
Rey.- Con
razón está afligido.
Y
corre mi sentimiento
parejas con su razón,
con parte del corazón
comprara yo su
contento.
Pero
un hijo que nacido
por mi mal, lo tuve en poco,
porque es de soberbio loco
como de loco atrevido.
¿Qué se dice de esto?
Grande.- Mal
se ha murmurado después,
que como es tu sangre, y es
en virtudes general:
Lo sienten, y agradecello
puedes a él, que si fuera
menos leal, se perdiera
todo tu reino por ello.
De los votos los mejores
de su parte a tener viene
y más, que el Príncipe tiene
amigos y valedores.
Alborotase el mundo
a no ser el Duque fiel.
Rey.- ¿Sus
hijos están con él?
Grande.- El
tercero y el segundo.
El
primero mudó el traje
que como salvaje andaba.
Rey.- ¿Qué
sintió?
Grande.- Cosa
brava,
es valiente, aunque salvaje.
Está ausente y querrá ver
de su padre la venganza.
Rey.- Contra
tan loca esperanza
algún freno es menester.
La Infanta debe llegar.
Grande.- Sí,
que ya en la sala suena
la música.
Rey.- En
hora buena,
venga a quitarme el pesar.
Entra el Grande y sale Estrella con
acompañamiento.
Estrella.- Si
me engaño sale bien
mas que dichosa seré;
Vuestra
Majestad me dé
las
manos .
Rey.- Hija,
también
los brazos, la bendición
os daré por mi consuelo,
y muchas gracias al cielo
de que con tal ocasión
de un desierto tan forzoso
os ha sacado.
Estrella.- Y
tan justo,
que siguiendo en él tu gusto
fue apacible y fue dichoso.
Rey.- En
siendo de Henrico esposa
se me cumplirá un deseo
de ver cara que no veo.
Estrella.- Quisiera
tenerla hermosa
para agradarte con ella.
Rey.- Tu
gracia me tiene loco
y no será infanta
poco
siendo discreta, ser bella.
Por eso a dudallo vengo.
Estrella.- Pues
mi palabra te doy,
que el ser necia como soy
es lo que de hermosa tengo.
Rey.- Pero
ya el Príncipe viene
a mostrar vuestra hermosura.
Estrella.- Y
a que yo tenga ventura
si mi engaño fuerza tiene.
Entra el Príncipe Lotario.
Lotario.- Que
posible hace el amor
una imposible esperanza.
Rey.- Viese
mayor semejanza.
Lotario.- Dame
las manos señor.
Rey.- Con
los brazos te las doy
que no se te certifico
si eres mi hijo, o Henrico.
Lotario.- Las
dos cosas señor soy.
Porque para ser dichoso
todo ha sido menester.
Rey.- Las
dos cosas puede ser
quien es de mi hija esposo.
¿Qué ruido es aquel?
Sale un Grande.
Grande.- Alborotada
está ya la ciudad
y el reino todo a poco de perderse.
Rey.- ¿Cómo?
Grande.- A
cielo, ¿cómo comenzaré?
Rey.- Acaba.
Grande.- Ha traído,
del Príncipe tu hijo
el cuerpo muerto,
las guardas del distrito
donde estaba la Infanta mi señora.
Lotario.- Habranle
hallado
por descuido del Conde.
Estrella.- ¡Ay
desdichada!
Mis recelos me aflige.
Rey.- Cielo
Santo, como no muero
yo y quien mató a mi hijo.
Grande.- Tras
el grande tumulto y alboroto,
cien hombres han llegado a caballo,
bien puestos todos, y entre todos
viene una mujer vestida
con el traje que está agora
la infanta mi señora.
Estrella.- Esta
es Aurora,
¡ay, Dios!, yo soy perdida.
Grande.- Y
dice el uno de ellos,
que le otorgues a dalle
sola una hora de seguro
y él dirá quién mató
con mano airada al Príncipe tu hijo.
Rey.- Mil
seguros le daré por saber
la verdad cierta del suceso
infelice y desdichado.
Tomaré una venganza
con que asombre el mundo
todo, y arderase el
mundo,
sin que quede persona
que no mate, por no errar
el traidor que me ha ofendido.
¡Lotario.- ¡Ay,
padre de mi alma!,
lo que siente mi muerte,
bueno estoy para servirte.
Estrella.- Temblando
estoy de miedo
que no salga vano mi pensamiento.
Rey.- Cielo airado, todo lo he de
arrasar,
perezca todo, que tengo
en las entrañas harto fuego.
Salen Aurora con el mismo traje, y el Duque con
una banda por el rostro y salen Ceslao y Anteo.
Anteo.- Guárdate
el cielo mil años
porque todos ellos vivas
dando al mundo claro ejemplo
de nobleza, y de justicia.
Yo
señor tuve en los montes
el gusto como la vida,
adonde hallaron las fieras
en mi fuerza su desdicha.
Fueron de mí las mujeres
sumamente aborrecidas,
hasta que quiso mi suerte
que descuidada y
dormida
vi a una mujer, y vi en ella
descubiertas unas Indias
del oro de sus cabellos
del nácar de sus mejillas,
de las perlas de sus dientes,
y el coral de sus encías;
de los rubios de sus labios,
y otras mil cosas que cría
este minero del
cielo
para que con él compita,
dejóme el sentido loco,
dejóme el alma rendida.
Y estándola contemplando
como a otra maravilla,
despertó, y viéndome así
me dijo: Bobo ¿qué miras?
Y yo aprobando ese nombre
que de su boca salía,
juré de llamarme el Bobo,
y de emplearme en servilla,
hasta poder merecella,
dando a todos justa envidia;
y cumplille la palabra
como lo dirán las firmas
de las cartas que hasta agora
(aunque pocas) tengo escritas.
Y un día, por cierto engaño
(para mí infelice día)
le di yo sin conocella
aunque pequeña una herida.
Porque aunque su voz no pudo
detener la mano mía,
pude en llegando a su pecho
sino detenella, abrilla,
perdiendo el hierro su fuerza,
y no le quité la vida.
Pero con el mucho espanto,
y la sangre que perdía,
en mis brazos desmayada,
a la más cercana Villa
la llevé , curela, y vine,
infinitos años viva.
La que está presente es
la que digo yo tu hija,
y será a pesar del mundo
mi esposa y reina de
Hungría
Este, señor, es mi padre,
cuya honra vi perdida,
y la cobré con la muerte
del Príncipe; y el que diga
que ha sido mal hecho miente.
Rey.- ¡Oh
vilano!
Estrella.- ¡Oh,
mal nacida!
Anteo.- Si
el seguro no me vale,
solo de mi espada fía
mi valor, mis cosas.
Rey.- Mueran;
de nosotros defendida
será esta puerta.
Duque.- Parientes.
Aquesta es la Infanta misma.
Ceslao.- Vete
padre, vete hermano.
Lotario.- No
faltará quien los siga.
Rey.- Mueran
los traidores, mueran.
Lotario.- Grande
injuria.
Estrella.- Gran
desdicha.
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