Llegan
las añoradas Navidades, llegan y pasan como suele suceder. Tras las
celebraciones religiosas, que también las hay, aterrizan las inevitables
comidas y cenas en familia. Maravillosos puntos de encuentro donde compartimos
mesa con nuestros seres queridos; algunos que no habíamos visto en bastante
tiempo.
Cena
suculenta, que no por ser más fastuosa resulta más humana. Humano rima con hermano.
Tras los postres llega el momento del café y la tertulia antiguos recuerdos que
rememoramos, mencionamos a los que partieron, preguntamos por los enfermos,
bendecimos a los niños, sus estudios, su inocencia, sus nuevos modos de vida.
Si
inevitable resultan comida y tertulia, menos inevitable resulta hablar de los
nuevos proyectos, de algún que otro error informático, y la conversación deriva
en el gobierno, de sus desatinos, de la mendicidad de la clase política, de la
inestabilidad que se avecina, justificada por unos, temida por otros.
En
estos puntos de la conversación siempre hay alguien que destaca en algún tema,
momento que aprovecho yo para preguntar y no pasar por pedante recordando los
buenos amigos literarios que tuve la suerte de conocer durante el finiquitado
año. Este familiar desvía el tema a su profesión, nos habla de las energías y
de una comisión de energía a la que tengo de oídas y poco conocía.
Cuenta
y recuenta la imposibilidad de ser independiente energéticamente hablando en
nuestra sociedad. No permiten que uno se libere del yugo de las
Hidroeléctricas. La propia Administración castiga a quien no se encuentra
sometido alegando que carece de las condiciones de habitabilidad. Y así vamos
pasando de tema en tema, porque el meollo de la cuestión es profundo. La electricidad tiene un coste y ¿a quién se paga?
A mi
corto entender le expongo mis conocimientos de EGB cuando establecíamos las
presas como fuentes de energía eléctrica renovable y barata. La cuestión era
bien sencilla, cae el agua por las turbinas, se genera electricidad y la
distribuidora se encarga de suministrarnos el preciado producto.
Pues
bien, eso está desfasado, porque entre la caída del agua y la distribución del
producto hay un “ente” encargado de subastar la energía a determinadas
empresas, por supuesto internacionales, que la distribuyen a las distribuidoras
eléctricas. Vamos, que entre la precipitación del agua y el enlace al
acumulador de energía debe haber alguna caja que quedó sin explicar en mi
infancia, pues resulta que en su interior se encuentra todo un entramado que
decide lo que tengo que pagar.
Mi
entender, insisto, es corto, y por tanto puedo equivocarme, pero resulta que esas
empresas, donde de forma casual son vocales altos ex cargos de la
Administración, deciden cuanto pantalón tengo que bajarme para poder vivir de
una forma medianamente decente. Esas empresas, cuando tienen ganancias, no
bajan el coste y sus plañideras se encargan de recordarnos que nunca tienen
beneficio, exigiendo al gobierno una subida del impuesto.
Resulta
interesante saber que la energía producida por las energías renovables en
territorio español podría suministrar de electricidad, sin problemas, a toda
España. Por otro lado, cuando la energía escasea, se emplean algunas veces las
centrales nucleares. Y pregunto ¿para qué tantas centrales nucleares? ¿para qué queremos comprar la energía de un
oleoducto que atraviesa los Pirineos si tenemos suficiente energía? ¿Por qué no
consideramos la energía como algo de interés comunitario que debe suministrar
tranquilidad a los hogares y las empresas españolas?
Me
miran algunos de los contertulios y, quizás por mis convicciones ético
religiosas, o tal vez por un sentido equivocado de la humanidad, expongo que
los bienes inmateriales como la energía, la salud o la educación deben ser
considerados como un derecho fundamental de todo español, e incluso de toda
persona, aunque no sea español. ¿Qué mayor beneficio para la salud que
no escatimar gastos en beneficio de la atención de los enfermos? ¿Para qué economizar la salud? Una sola vida
es más importante que los beneficios de cualquier empresa.
Inmediatamente
intuyo que deducen en mi posicionamiento unos postulados políticos erróneos.
Aclaro que defiendo la propiedad privada, sagrada y propia del derecho natural,
la defensa de las empresas con iniciativa propia, pero de ahí a todo lo demás hay
un trecho. Creo recordar que ya San Juan Pablo II hablaba de algo similar.
Mas
la comida llega a su final. Las despedidas, los abrazos, benditos besos, dan
paso a la calle. La tarde está cayendo y busco en el cielo un lucero que ilumine
mi pobre entender. Quizás algún día nos cobren por ver las estrellas pero
mientras llega ese día seguiré contemplando su hermosura.
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