Ambos
contendientes permanecieron unos minutos en silencio tras los cuales se
despidieron, cada uno a su manera.
– Ten cuidado
muchacho, no te dejes arrastrar por su especie; y tú, demonio, que mi Señor te
bendiga.
– Y el mío te
maldiga –respondió con sorna Cojuelo.
– Halagado quedo
–respondió el sacerdote mientras reanudaba su camino– que si un diablo te
maldice es que hay Dios en el cielo.
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