Resumen de la
conferencia de D. Esteban Escudero en el curso de verano de la UCV: Dios o la
nada en la antropología de Miguel de Unamuno. Julio 2018.
2.- LA NADA COMO
LIMITACION Y CONTINGENCIA.
Tras haber estudiado en la sesión anterior las
distintas reacciones de los seres humanos ante el misterio de su último
destino, vamos a considerar en esta sesión una dimensión constitutiva de todo
ser humano, según el pensamiento unamuniano: su “nada”. El término “nada” tiene
una acepción antropológica muy importante en Unamuno, en unos casos se toma
como sinónimo del puro “no ser”, pero también lo utiliza con significaciones
distintas de la nada originaria de la que Dios creó el mundo y también de la
nada final en la que acaso el hombre se pierda tras la muerte.
En un primer acercamiento al tema estudiaremos la
nada del hombre como sinónimo de pequeñez comparado con los dos espacios
inmensos del universo o con el tiempo cósmico. Además, es un ser frágil y
quebradizo, a merced siempre de las fuerzas de la naturaleza.
Además, cuando se compara el ser del hombre, su
contingencia y su finitud, con Dios, el ser en plenitud, debe ser considerado
como una “nada”. Es tal la distancia que separa del todo divino el ser limitado
y dependiente del hombre que no le cabe otra denominación, en opinión de
Unamuno, que la de “nada”. El hombre es nada porque antes de nacer no era,
porque sólo el no-ser le pertenece en propiedad y porque si Dios lo dejase de
su mano volvería de nuevo a la nada. El ser, por lo tanto, no le corresponde en
propiedad.
Avanzando todavía más en este concepto clave de toda
su antropología, Unamuno pretende ilustrar su convicción de la precariedad de
la existencia humana y de su falta de solidez ontológica con un
conjunto de frases sacadas de la literatura clásica. Afirmando con Píndaro que el hombre es “sueño de una sombra”, con Calderón de la Barca que “la vida es sueño”, y con Shakespeare que “estamos hechos de la madera de los sueños”, lo que nos quiere transmitir es su persuasión de la inanidad del ser humano. A lo largo de su obra repetirá constantemente esta doctrina suya de otras muchas maneras.
conjunto de frases sacadas de la literatura clásica. Afirmando con Píndaro que el hombre es “sueño de una sombra”, con Calderón de la Barca que “la vida es sueño”, y con Shakespeare que “estamos hechos de la madera de los sueños”, lo que nos quiere transmitir es su persuasión de la inanidad del ser humano. A lo largo de su obra repetirá constantemente esta doctrina suya de otras muchas maneras.
En su novela “Niebla” esta enseñanza que quiere
transmitirnos parece llegar a su extremo cuando compara la existencia ficticia
de su protagonista Augusto, fruto de la fantasía literaria de su autor, con la
vida del hombre, sueño de Dios. En efecto, la vida humana, por sólida y
consistente que nos parezca, no deja de ser una imaginación del Creador, un
“sueño” suyo. Y, al igual que Augusto al final comprendió el secreto de su
vida, el hombre ha de ir aprendiendo lo que es en realidad, su falta de
fundamentación propia y su dependencia absoluta de alguien ajeno a él. Su
estatuto ontológico, llegará a decir Unamuno, es el de los entes de ficción,
como lo es Don Quijote de la Mancha o Don Juan Tenorio. Percibimos que detrás
de nuestro ser corporal no hay una sustancia que lo sustente, no hay un ser
denso y compacto. Somos pasajeros y evanescentes, “sueños”, meros “entes de
ficción”.
Una persona que se ha conocido plenamente en su
inanidad e inconsistencia, no puede menos que compadecerse de su extremada
pobreza ontológica. Y de este amor a sí mismo se pasa al amor a los demás, a
los que descubre igualmente semejantes en la inanidad del ser.
Más el hombre, que es “nada”, tiende necesariamente
al todo, ya que busca ensanchar los límites de su finitud y poseer el ser en
plenitud. Notamos aquí, sobre todo, la influencia de los místicos castellanos,
que tanto leyó Unamuno, especialmente a Santa Teresa de Jesús. Lo que puede
parecer a primera vista un uso impropio del término “nada”, encierra toda una
visión del ser del hombre, de su limitación, de su contingencia y de su radical
referencia al ser en plenitud, a Dios. Nuestro único ser, como veremos en
posteriores sesiones, es tensión de ser en plenitud, anhelo del todo. O este
anhelo se satisface o ésta nada que somos se desvanecerá finalmente,
sumergiéndose algún día en el puro no ser del que surgió.
TEXTOS
La misión de
despertar conciencias.
“Una voz en mi entresueño
me llegó de tras la
mar:
No despiertes a los
muertos,
¡fatídico despertar!
déjales, pues que se
fueron
déjales en gloria y paz
déjales –duermen su sueño-
sueño de oculta verdad.
A los vivos, se creen cuerdos
les tienes que
despertar.
(Miguel de Unamuno, Cancionero, n
379. OC VI, 1069)
La pequeñez del ser
humano.
“Es
más de ansiar poderse ver desde Dios y ver así la propia nada, la ínfima
ruedecilla que somos en la imponente máquina. ¿Creemos ser por nuestro ingenio
o esfuerzo más que lo que por nuestro volumen y duración somos en la inmensidad
de lo creado y en su duración?”
(Miguel de Unamuno, Diario íntimo. OC
VIII, 821)
La pequeñez en el
tiempo.
“¿Cuántos días de Dios
viste a la tierra,
mota de polvo,
rodar por los vacíos?
¿Viste brotar al Sol
recién nacido?
¿le viste acaso cual
diamante en fuego
soltarse del anillo
que fue este nuestro
coro de planetas
que hoy rondan en su torno?”
(Miguel de Unamuno, Aldebarán, en
Rimas de dentro. OC VI, 546)
La soledad de la
vida.
La vida es soledad,
sola naciste
y sola morirás, sola so
tierra
sentirás sobre ti la
queja triste
de otra alma que en el
yermo sola yerra,
que al valle del dolor
sola viniste
a recabar tu soledad
con guerra”
(Miguel de Unamuno, Soledad, en Rosario de Sonetos
líricos, n. LXXXII. OC VI, 383)
El misterio del
tiempo.
“Querer guardar los
ríos en lagunas
resulta siempre una
imposible empresa,
no son sepulcros las
abiertas cunas
en que la vida se
eternice presa
y no pudiendo detener
las lunas
con ellas ve en el giro
que no cesa”
(Miguel
de Unamuno, Ruit hora, en Rosario de Sonetos líricos, n. XIX. OC VI, 344)
Pasado, presente y
futuro.
“¿Qué es el pasado?
¡Nada!
Nada es tampoco el
porvenir que sueñas
y el instante que pasa,
transición misteriosa
del vacío
¡al vacío otra vez!
Es torrente que corre
de la nada a la nada.
(Miguel de Unamuno, La elegía eterna,
OC VI, 263)
El tiempo es irreversible.
“Si
tomas un camino, te cierras todos los demás. Se te abren varias vías, ¡escoge!,
pero piensa que al escoger una renuncias a las demás y que no podrás ya
desandar lo andado. Piensa en que cada acto tuyo cumplido queda irreparable, en
que no hay fuerza humana ni divina que pueda hacer que no hayas hecho lo que
hiciste ya.”
(Miguel de Unamuno, Nicodemo el
fariseo. OC VII, 372)
Las posibilidades
perdidas.
“Esto
que adoptar un género de vida, una profesión, una carera o una conducta, sea
renunciar a los demás géneros de vida, profesiones, carreras o conductas parece
un principio filosófico de Pero Grullo, y además frío, y, sin embargo, cuando
tal fatal principio se siente y no sólo se piensa, y se siente con el corazón
todo, comprendo que pueda llevar a un hombre al grado de abatimiento a que a
usted le ha llevado”
(Miguel de Unamuno, Pasado y
porvenir. OC IV, 928)
Lo propio del hombre
es el no-ser.
“Yo
por mí soy nada, verdadera nada; cuanto
hay en mí de ser divino, de Dios cuanto de ser tengo”.
(Miguel de Unamuno, Diario íntimo. OC
VIII, 813)
Sin Dios volveríamos
a la nada.
Si
Tú, Señor, la mano retiraras,
nos
tragaría al punto
de
la nada la sima;
continua
creación tu providencia
(Miguel de Unamuno, Salmo de la
mañana, OC VI, 409)
Sólo existe lo que
permanece.
“¡Nosotros
somos los que no existimos! Sólo existe lo que permanece y queda: Dios; no lo
que pasa, no el hombre, no este sueño de una sombra”.
(Miguel de Unamuno, Amado Nervo, en
voz baja. OC IV, 952)
El deseo de poseer
el ser en plenitud.
“¡Se
haga tu voluntad, Padre! –repito–
al
levantar y al acostarme el día,
buscando
conformarme a tu mandato,
pero
dentro de mí resuena el grito
del
eterno Luzbel, de que quería
ser,
ser de veras, ¡fiero desacato!”
(Miguel de Unamuno, Rosario de Sonetos Líricos, n CXXI,
OC VI, 409)
Influencia de los
místicos españoles.
“Gozó
dolor sabroso, Quijotesa
a lo
divino, que dejó asentada
nuestra
España inmortal, cuya es la empresa
sólo
existe lo eterno; Dios o nada”.
(Miguel de Unamuno, Rosario de Sonetos Líricos, n
CXVIII. OC VI, 406).
La concepción
española de la vida.
“Lee
atentamente “la vida es sueño” y debajo de esa portentosa revelación de la filosofía
española verás la más vigorosa afirmación de la sobre vida. Al llamar allí
sueño a la vida, es por creerse en una vigilia, en un despertar; eso que parece
una tesis fenomenista, o tal vez nihilista, es la tesis más vigorosamente
afirmativa de una realidad trascendente”.
(Miguel de Unamuno, Sobre la
filosofía española. Diálogo. OC I, 1166)
Somos sueños de Dios.
“Pero
hay otra concepción más trágica aún que la de estimar, con la legión de
espíritus a que Calderón representa, que la vida es sueño, o la de estimar con
Shakespeare que estamos hechos de la madera de los sueños, y es imaginarse que
todo este mundo humano y su historia no es más que un sueño de Dios y el día en
que éste Dios, se despierte se desvanecerá el sueño.”
(Miguel de Unamuno, La vida es sueño.
OC III, 995-996)
El secreto de
nuestra suerte final.
“Eres
sueño de un Dios; cuando despierte
¿al
seno tornarás de que surgiste?
¿serás
al cabo lo que un día fuiste?
¿parto
de desnacer será tu muerte?
¿El
sueño yace en la vigilia inerte?
Por
dicha aquí el misterio nos asiste;
para
remedio de la vida triste,
secreto
inquebrantable es nuestra suerte.
Deja
en la niebla hundido tu futuro
y ve
tranquilo a dar el último paso,
que
cuanto menos luz, vas más seguro
¿aurora
de otro mundo es nuestro ocaso?
Sueña,
alma mía, en tu sendero oscuro:
¡Morir…
dormir… dormir… soñar acaso!”
(Miguel de Unamuno, Muerte, del libro
Poesías. OC VI, 315)
La duda de la
existencia sustancial.
“Si
pudiera, mi mayor placer sería imbuirte la duda de tu propia existencia real y
sustancial. Porque sé que sólo empezarás a vivir de veras una vida que merezca
la pena de ser vivida –la pena de ser vivida, ¡fíjate!– cuando empieces a dudar
de que vives y aún de que existes.”
(Miguel de Unamuno, El dolor de
pensar. OC VIII, 348)
Augusto Pérez, ente
de ficción.
“Pues
bien, mi señor creador don Miguel, también usted se morirá, también usted, y se
volverá a la nada de que salió… ¡Dios dejará de soñarle! Se morirá usted, sí,
se morirá aunque no lo quiera; se morirá usted y se morirán todos los que lean
mi historia, todos, todos, todos, sin quedar uno. ¡Entes de ficción como yo; lo
mismo que yo! Se morirán todos, todos, todos. Os lo digo yo, Augusto Pérez,
ente ficticio como vosotros”.
(Miguel de Unamuno, Niebla, OC II,
670)
Los entes de ficción
y los duraderos.
“Los
que parecemos de carne y hueso no somos sino entes de ficción, sombras,
fantasmas, y ésos que andan por los cuadros y los libros y los que andamos por
los escenarios del teatro de la historia somos los de verdad, los duraderos.
(Miguel de Unamuno, Sombras de sueño,
OC V, 64)
El yo de la leyenda
y el yo físico.
“Si
Don Quijote obra, en cuantos le conocen, obras de vida, es Don Quijote mucho
más histórico y real que tantos hombres, puros nombres que andan por esas
crónicas que vos señor Licenciado tenéis por verdaderas. Sólo existe lo que
obra.”
La pasión de sí
mismo.
“Según
te adentras en ti mismo y en ti mismo ahondas, vas descubriendo tu propia inanidad,
que no eres todo lo que eres, que no eres lo que quisieras ser, que no eres, en
fin, más que nonada. Y al tocar tu propia nadería, al no sentir tu fondo
permanente, al no llegar a tu propia infinitud, ni menos a tu propia eternidad,
te compadeces de todo corazón de ti propio y te enciendes en doloroso amor a ti
mismo.”
(Miguel de Unamuno, De sentimiento trágico de la vida.
OC VII, 191)
La compasión por los
demás.
“Amar
en espíritu es compadecer y quien más compadece más ama. Los hombres encendidos
en ardiente caridad hacia sus prójimos, es porque llegaron al fondo de su
propia miseria, de su propia aparenciabilidad, de su nadería, y volviendo luego
sus ojos, así abiertos, hacia sus semejantes, los vieron también miserables,
aparenciales, anonadables, y los compadecieron y los amaron”.
(Miguel de Unamuno, Del sentimiento
trágico de la vida. OC VII, 190)
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