Resumen de la
conferencia de D. Esteban Escudero en el curso de verano de la UCV: Dios o la
nada en la antropología de Miguel de Unamuno. Julio 2018. Puedes leer en:
3.- LA NADA Y EL SENTIDO DE LA VIDA.
El hombre antes de nacer era puro no ser y su vida
actual es “nada”, mero “sueño de
una sombra”, como un ser de ficción. Más ¿qué es lo que nos aguarda en el
futuro? Toda persona consciente de la gravedad de esta cuestión debe usar todas
las fuerzas de su razón para intentar dar una respuesta a este problema.
Pero la razón como vamos a ver en esta sesión, no
puede afirmar el anhelo de inmortalidad que posee el ser humano. Es más,
existen indicios que nos permiten sospechar una respuesta negativa: la nada es
nuestro futuro, la aniquilación de nuestra conciencia nos aguarda tras la
muerte.
Toda la vida de Unamuno fue una lucha trágica entre
unos deseos vehementes de su voluntad por n o aniquilarse tras la muerte y la
negativa de su razón a aceptar como válida una solución trascendente. Desde que
perdiera en sus años de vida universitaria la fe de la infancia, todos sus
esfuerzos intelectuales convergieron en recuperar los dogmas de la fe católica
en la que había sido educado, especialmente en el dogma de la resurrección de
los muertos. Un impulso ciego le llevaba a ambicionar la vida tras la muerte, a no conformarse con la nada
final. Más el influjo de la filosofía kantiana impedía a su razón dar argumentos
para encontrar sosiego a sus anhelos.
Si bien la razón,, dentro de los límites que le
impone la filosofía de Kant, no puede probar que el alma humana sea inmortal,
por el contrario, sí que puede insinuar que, debido a la íntima unión con el cuerpo
que la sustenta, no puede persistir después de la muerte del organismo del que
depende. Por ello, todo hace pensar que, tras la muerte del cuerpo,
desaparecerá la conciencia, es decir, que al final el alma se perderá en la
nada.
Consecuentemente, argumentará Unamuno, si mi yo
desaparece, también desaparecerá el de todos los demás hombres. Su suerte será
compartida por todo el género humano. Los millones de hombres que a lo largo de
todas las épocas y civilizaciones han vivido, ya han desaparecido, y losa que
vienen detrás seguirán desapareciendo, tragados por la nada, como una “fatídica
procesión de fantasmas”, que un día terminará en el silencio de una Tierra en
la que ya no quede ningún rastro de conciencia. Hasta que también la Tierra
desaparezca, perdiéndose así hasta los últimos vestigios de las civilizaciones
que la han habitado.
El problema que estas perspectivas de futuro plantean
a la razón de Unamuno es saber si tienen o no algún sentido los valores
fundamentales de la vida, aquellos a los que tantos hombres consagran su
existencia, en el supuesto de que, al morir, todas las conciencias vuelvan a la
nada. Es el tema del valor de la ciencia, de la filosofía, del progreso de la
humanidad o de la justicia en el mundo. En definitiva, ¿merece la pena vivir la
vida y luchar por construir un mundo que se va a aniquilar más pronto o más
tarde?
Para Unamuno, aun reconociendo debidamente lo que
todo ello redunda en beneficio de los hombres, como él mismo se defiende frente
a la acusación de “pesimista” con que le tacharon algunos contemporáneos, se
reafirmará en que, en el fondo, no merece la pena una ciencia para unos cuantos
siglos, un progreso truncado o una justicia caduca.
Ante un panorama tan sombrío, la vida sin esperanza
de eternidad se nos presenta como tragedia, como dolor de vivir, y para olvidar
nuestro destino implacable casi desearíamos sumergirnos en la inconsciencia
feliz de antes de nacer. Vana esperanza, pues nuestro sino es enfrentarnos con
lo trágico de nuestra existencia y ver si hay otra posible salida que no sea el
anonadamiento de nuestro ser. Éste será el tema de la próxima sesión.
TEXTOS.
Diálogos filosóficos.
“Quisiera dejar en ellos mi alma, el impulso negador
y nihilista de mi inteligencia ultra–lógica, post–kantiana, y el impulso
afirmador de mi voluntad que quiere forzar a mi mente a que crea. Es el combate
entre el instinto vital que pide todo, y el instinto cognoscitivo, que
responde: ¡nada! Es el mismo drama de mi drama.”
(Miguel de Unamuno, Cartas a Jiménez Ilundáin, 26 de
enero de 1900)
¡Costa terrible la
razón!
“Y si la he atacado tanto –sin duda demasiado y no
con justicia siempre – ha sido para defenderme de ella, que me atacaba. ¡Porque
es cosa terrible la razón!”
(Miguel de Unamuno, Mi libro. OC IV,
1041)
La razón como
criterio de verdad.
“No la verdad no la penetran ni el instinto ni el
sentimiento, la verdad es cosa de la razón. Y hasta las que llamamos verdades
de sentimiento o de fe, no son verdades, sino cuando la razón la aprehende. Es
la razón la que hace verdadero el sentimiento”.
(Miguel de Unamuno, Leonor Teles, flor de altura. OC IX,
1440)
La razón, distintivo
del ser humano.
“Humanidad es la cualidad de ser hombre, o sea animal
racional. La razón es, pues, el distintivo del hombre (…) La voluntad, la
verdadera voluntad, el querer racional y humano, no es ni masculino ni femenino
ni neutro: es racional.”
(Miguel de Unamuno, Matriotismo. OC IV, 1393)
La inmortalidad del
alma no es racional.
“Esto de la inmortalidad del alma, de la persistencia
de la conciencia individual, no es racional, cae fuera de la razón. Es como
problema, y aparte de la solución que se le dé, irracional. Racionalmente
carece de sentido hasta el plantearlo. Tan inconcebible es la inmortalidad del
alma, como es, en rigor, su mortalidad absoluta.”
(Miguel de Unamuno, Del sentimiento trágico de la vida.
OC VII, 174)
La fe no satisface a
la razón.
“La solución católica de nuestro problema, de nuestro
único problema vital, del problema de la inmortalidad y salvación eterna del alma
individual, satisface a la voluntad y, por tanto, a la vida; pero, al querer
racionalizarla con la teología dogmática, no satisface a la razón. Y ésta tiene
sus exigencias, tan imperiosas como las de la vida. No sirve querer forzarnos a
reconocer sobre–racional lo que claramente se nos aparece como contra–racional,
ni sirve querer hacerse carbonero el que no lo es.”
(Miguel de Unamuno, Del sentimiento trágico de la vida.
OC VII, 155)
El alma no es algo
diverso del cuerpo.
“La unidad de la conciencia no es para la psicología
científica –la única racional– sino una unidad fenoménica. Nadie puede decir
que sea una unidad sustancial. Es más aún, nadie puede decir que sea una
sustancia. Porque la noción de sustancia es una categoría no fenoménica. Es el
noúmeno y entra, en rigor, en lo inconcebible.”
(Miguel de Unamuno, Del sentimiento
trágico de la vida. OC VII, 160)
Cuerpo y espíritu
son la misma cosa.
“Y yo, el yo que piensa, quiere y siente, es
inmediatamente mi cuerpo vivo con los estados de conciencia que soporta. Es mi
cuerpo vivo el que piensa, quiere y siente. ¿Cómo? Como sea.”
(Miguel de Unamuno, Del sentimiento
trágico de la vida. OC VII, 158)
Después de morir no
seremos.
“La conciencia individual humana depende de la
organización del cuerpo, cómo va naciendo poco a poco, según el cerebro recibe
las impresiones de fuera; cómo se interrumpe temporalmente durante el sueño,
los desmayos y otros accidentes, y cómo todo nos lleva a conjeturar
racionalmente que la muerte tras consigo la pérdida de la conciencia. Y así
como antes de nacer no fuimos ni tenemos recuerdo alguno personal de entonces,
así después de morir no seremos. Esto es lo racional.”
(Miguel de Unamuno, Del sentimiento
trágico de la vida. OC VII, 156)
La suerte de todo el
género humano.
“Si al morírseme el cuerpo que me sustancia, y al que
llamo mío para distinguirle de mí mismo, que soy yo, vuelve mi conciencia a la
absoluta inconsciencia de que brotara, y como la mía les acaece a las de mis hermanos
todos en humanidad, entonces no es nuestro trabajado linaje humano más que una
fatídica procesión de fantasmas, que van de la nada a la nada.”
(Miguel de Unamuno, Del sentimiento
trágico de la vida. OC VII, 134)
Una Tierra vacía,
sin hombres.
“La tierra un día cruzará el espacio
celeste
convertida en cementerio
de
civilizaciones; el misterio
triunfará
de la vida, pues reacio
fue
siempre a la razón. Me pone lacio
el
ánimo el pensarlo. ¿Acaso es serio
del
mundo entregarse al loco imperio
de
cuya vanidad nunca me sacio?
Cruzará,
vanidad de vanidades,
muerta,
soledad de soledades,
sin
principio, sin fin y sin objeto.”
(Miguel de Unamuno, Poesías sueltas.
OC VI, 881)
La segunda muerte de
la conciencia.
“Día llegará en que a esta vieja tierra le tocará su
turno y, hecha también polvo, se esparcirá por los espacios llevándose nuestra
ciencia, nuestro arte, nuestra civilización toda reducida a aerolitos pelados”.
(Miguel de Unamuno, La Esfinge. OC V,
146)
La tragedia de la
existencia humana.
“La vida es triste, muy triste, sí ¡ay!, Sólo se ríen
los hombres superficiales, los de alma sin interior. Las almas hondas, con
interior, sonríen por buena educación, pero tras de su sonrisa transparéntase
la tragedia. La pavorosa tragedia de la existencia humana”.
(Miguel de Unamuno, La caída de la
hoja. OC IX, 936)
Será mejor no haber
nacido.
“Anonadado yo, si es que del todo me muero –nos
decimos–, se me acabó el mundo, acabose; ¿y por qué no ha de acabarse cuanto
antes para que no vengan nuevas conciencias a padecer el pesadumbroso engaño de
una existencia pasajera y aparencial? Si deshecha la ilusión de vivir, el vivir
por el vivir mismo o para otros que han de morir también, no nos llena el alma,
¿para qué vivir? La muerte es nuestro remedio.”
(Miguel de Unamuno, Del sentimiento trágico de la vida.
OC VII, 135)
El porqué del
suicidio de algunos.
“A la mayor parte de los que se dan a sí mismos la
muerte, es el amor el que les mueve el brazo, es el ansia suprema de vida, de
más vida, de prolongar y perpetuar la vida, lo que a la muerte les lleva, una
vez persuadidos de la vanidad de su ansia.”.
(Miguel de Unamuno, Del sentimiento trágico de la vida. OC
VII, 135)
Vanidad de la
ciencia y la filosofía.
“Si dentro de diez, cien, mil ocien mil siglos
nuestra Tierra es una bola de hielo o un puñado de asteroides desiertos, toda
la ciencia y la filosofía, y el arte, etc., etc., no valen nada”
(Miguel de Unamuno, Carta a Ortega y Gasset. OC
Introducción VII, 19)
El progreso hace más
temible la muerte.
“Si todos estamos condenados a volver a la nada, si
la humanidad es una procesión de espectros que de la nada salen para volver a
ella, el aliviar miserias y mejorar la condición temporal de los hombres no es
otra que hacerles la vida más fácil y cómoda, y con ello, más sombría la
perspectiva de perderla; es la infelicidad de la felicidad.”
(Miguel de Unamuno, Carta a Jiménez Ilundáin)
La vanidad de los
valores de la vida.
“¿He de volver a hablaros de la suprema vaciedad de
la cultura, de la ciencia, del arte, del bien, de la verdad, de la belleza, de
la justicia… de todas estas hermosas concepciones, si al fin y al cabo, dentro
de cuatro días o dentro de cuatro
millones de siglos –que para el caso es igual–, no ha de existir conciencia
humana que reciba la cultura, la ciencia, el arte, el bien, la verdad, la
belleza, la justicia y todo lo demás así?”
(Miguel de Unamuno, Del sentimiento
trágico de la vida. OC VII, 166)
La eternidad o nada.
“Pero también creo que todo ese esplendor y esa
gloria, y ese bienestar, y esa justicia, y esa salud, y esa cultura, no nos
servirán, a fin de cuentas, ni a los demás pueblos ni a esta nuestra tierra
para maldita de Dios la cosa. Porque todo depende de lo otro. Y la eternidad o
nada.”
(Miguel de Unamuno, Credo optimista.
OC V, 1014)
La vana solución del
panteísmo.
“Decir que todo es Dios, y que al morir volvemos a
Dios, mejor dicho, seguimos en Él, nada vale a nuestro anhelo; pues sí es así,
antes de nacer en Dios estábamos, y si volvemos al morir a donde antes de nacer
estábamos, el alma humana, la conciencia individual, es perecedera.
(Miguel de Unamuno, Del sentimiento
trágico de la vida. OC VII, 361)
El Unamuno
contemplativo.
“¡Ay amigo! He aquí mis dos grandes anhelos; el anhelo
de acción y el anhelo de reposo. Llevo dentro de mí, y supongo que a usted le
ocurrirá lo mismo, dos hombres, uno activo y otro contemplativo, uno guerrero y
otro pacífico, uno enamorado de la agitación y otro del sosiego.”
(Miguel de Unamuno, Conversación
primera, OC III 373)
El sosiego de la
vida prenatal.
“Macedo. – Sí, me gustaría
volver al seno materno, a su oscuridad y su silencio y su quietud.
Elvira.- ¡Diga, pues,
que a la muerte!
Macedo.- No, a la
muerte, no; eso no es la muerte. Me gustaría “des-nacer”, no morir.”
(Miguel de Unamuno, Sombras de sueño.
OC VI, 611-612)
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