Me gusta Halloween en su carácter lúdico, carnavalesco, propio de niños y adolescentes. Por un lado me parece maravilloso enfrentar la
muerte con aire desinhibido, alegre, sin embargo preocupa que esos
seres pequeñitos sean incapaces, al madurar, de comprender su
verdadero significado y profundidad. Resulta divertido y disfruto
viendo como adultos inmaduros se disfrazan de vampiros, zombis u
otros seres cinematográficos cuando en realidad deberían
identificarse más con los personajes de Platero, Porky o Donald. Si
mi memoria no me falla creo que era Larra quien decía que
en
Carnavales cada cual se quita el disfraz de lo cotidiano y recupera
esa imagen profunda que durante el año permanece escondida. Algo
similar ocurre en estas fechas cuando cada individuo suelta al
demonio que lleva dentro intentando identificarse con él.
Respeto,
ya que no es tan diferente a nuestras raíces, el origen de la fiesta
cristiana y pagana. La palabra “Halloween”
proviene de una variación escocesa de la expresión inglesa “All
Hallows Even” (también usada "All Hallows' Eve") que
significa “víspera de todos los Santos” y que en ambas creencias
pretende recordar a todas las personas santas (incluidas las
desconocidas) y a nuestros difuntos.
La
actual versión ha adquirido una progresiva popularidad gracias al
enorme despliegue comercial y la publicidad engendrada en el cine
estadounidense. La
conmemoración, en su
vertiente lúdica no comenzó a celebrarse masivamente hasta 1921. Ese año se celebró el primer desfile de Halloween en Minnesota y luego le siguieron otros estados. La imagen de niños norteamericanos correteando por oscuras calles disfrazados de duendes, fantasmas y demonios, pidiendo dulces y golosinas a los habitantes de un oscuro y tranquilo barrio, ha quedado grabada en la mente de muchas personas.
vertiente lúdica no comenzó a celebrarse masivamente hasta 1921. Ese año se celebró el primer desfile de Halloween en Minnesota y luego le siguieron otros estados. La imagen de niños norteamericanos correteando por oscuras calles disfrazados de duendes, fantasmas y demonios, pidiendo dulces y golosinas a los habitantes de un oscuro y tranquilo barrio, ha quedado grabada en la mente de muchas personas.
En
esta festividad, de origen celta, probablemente irlandesa, además de celebrar la cosecha de manzanas, se
creía que la línea que une a este mundo con el Más Allá se
estrechaba permitiendo a los espíritus (tanto benévolos como
malévolos) pasar de un lado al otro. Se recordaba y homenajeaba a
los ancestros familiares mientras que los espíritus dañinos eran
alejados.
En
realidad todos los pueblos, de una manera u otra, llevan a cabo el
culto a los muertos, a los seres queridos que partieron hacia la
eternidad. Desde los egipcios hasta los aztecas o la cultura
milenaria china, se guarda respeto por lo trascendente, la fugacidad
de la vida y la cuestión existencial. Hay quien piensa que esta
fiesta se celebra, más o menos el mismo día en que, de acuerdo con
el relato mosaico, tuvo lugar el Diluvio, a saber, el decimoséptimo
día del segundo mes... el mes que casi corresponde con nuestro
noviembre”
Sin
embargo, en muchos países el invierno está asociado a la estación
más lúgubre y fría. La "muerte" de la Naturaleza, según
la tradición, se iniciaba cuarenta días después del equinoccio de
otoño (22 de septiembre), precisamente con el Día de Todos los
Santos, el 1 de noviembre. De esta forma se rinde culto a los muertos
y se vincula con la vuelta de sus almas así como diversas
manifestaciones de su presencia entre nosotros.
La
Iglesia primitiva acostumbraba a celebrar el aniversario de la muerte
de un mártir creyendo que todos
debían
ser venerados
y, ante el temor del posible olvido de alguno, señaló un día común
para todos. La primera muestra de ello se remonta a Antioquía.
También
se menciona este día en un sermón de San Efrén el Sirio en el 373.
En un principio, sólo los mártires y San Juan Bautista eran
honrados por un día especial. Otros santos se fueron asignando
gradualmente, y se incrementó cuando el proceso regular de
canonización fue establecido; aún, a principios de 411 había en el
Calendario caldeo de los cristianos orientales una “Commemoratio
Confessorum” para el viernes.
En
la Iglesia de Occidente, el papa Bonifacio IV, entre el 609 y 610,
consagró el Panteón de Roma a la Santísima Virgen y a todos los
mártires, dándole un aniversario. Gregorio
III (731-741) consagró una capilla en la Basílica de San Pedro a
todos los santos y fijó el aniversario para el 1 de noviembre.
Gregorio IV extendió la celebración del 1 de noviembre a toda la
Iglesia, a mediados del siglo IX.
Por
tanto podemos concluir, con el Papa Urbano IV, que en la tradición
católica esta fiesta está instituida en honor de todos los santos,
conocidos y desconocidos, para compensar cualquier falta a las
fiestas de los santos durante el año por parte de los fieles. Al
día siguiente se lleva a cabo la Conmemoración de los Fieles
Difuntos, popularmente llamada Día de Muertos o Día de Difuntos,
para orar por aquellos fieles que han acabado su vida terrenal y que
no han podido alcanzar una santidad plena.
Regresando
al presente, ante el infantilismo mercantilista que ha rebajado la
simbología de la festividad, y tal vez por mi carácter europeo, más
bien Mediterráneo y concretado en mi españolidad, prefiero otro
tipo de formas y reflexiones que me aproximan a esa delgada línea
que separa lo natural de lo sobrenatural.
Entre
las diferentes reflexiones literarias, dejo una que considera
bastante apropiada para estos días: “Coplas por la muerte de su
padre” escritas por Jorge Manrique (Paredes de Nava, Palencia o
Segura de la Sierra, Jaén, ¿1440? – Santa María del Campo Rus,
Cuenca, 24 de abril de 1479), poeta castellano del Prerrenacimiento,
sobrino del también poeta Gómez Manrique. Esta pieza es uno de los
clásicos de la literatura española de todos los tiempos que nos
invita a reflexionar sobre el sueño de la vida y el poderío de la
muerte.
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