Resumen de la conferencia de D. Esteban Escudero en el curso de verano de la UCV:
Dios o la nada en
la antropología de Miguel de Unamuno.
Julio 2018.
1.- EL DESTINO DE LA
PERSONA HUMANA.
La vida de cada persona plantea una serie de
cuestiones a las que es preciso responder para poder orientarnos en ella. ¿Es
la vida término en sí misma? ¿Hay tras la muerte una vida eterna? El problema
de la nada o de la inmortalidad se plantea como una alternativa insoslayable
para todo aquel que se pregunte por el destino último de la existencia humana.
De lo que sea la muerte dependerá en buena medida nuestra actitud ante la vida.
Pero no todos toman en consideración estos problemas.
Hay quienes llevados por el ansia de ganar dinero o de gozar de los placeres de
la vida, viven ajenos a las cuestiones fundamentales de su existencia. Viven
intensamente el presente, sin importarles demasiado su último futuro. Otros,
llevados por prejuicios cientificistas, piensan que todos esos problemas son
cuestiones ociosas, ajenas al verdadero saber humano. Sólo la ciencia, con su
método y su rigor, delimita el campo del conocimiento verdadero y da respuestas
válidas. Otros, finalmente, consideran que el ocuparse de las cuestiones
últimas de la vida desvía nuestra
atención de los urgentes problemas del desarrollo social de los pueblos. También ellos juzgarán carentes de sentido todas esta problemática, vivida tan angustiadamente por don Miguel de Unamuno.
atención de los urgentes problemas del desarrollo social de los pueblos. También ellos juzgarán carentes de sentido todas esta problemática, vivida tan angustiadamente por don Miguel de Unamuno.
Hay, sin embargo, una categoría de hombres que sí se
han planteado la posibilidad de la aniquilación de su ser tras la muerte y
viven tan tranquilos esperando la nada definitiva de sus vidas. Se resignan
pasivamente al fatal destino y hasta no parece incomodarles demasiado que no
haya más vida que la terrena. Unamuno no podrá comprender a estas personas que
se conforman alegremente con su futuro anonadamiento.
Por último Unamuno se sentirá muy unido a una serie
de personajes históricos que vivieron tan intensamente como él toda esta
problemática tan humana y con los cuales sintonizaba vivamente su pensamiento.
Son los hombres preocupados por lo que él denominaba “el misterio de la
esfinge”, es decir, por el problema crucial del destino último del ser humano.
Separados en el espacio, distantes en el tiempo, vivieron, sin embargo, unidos
por una misma preocupación. Uno de estos hombres fue Pascal. Otra alma gemela a
la de Don Miguel fue el también escritor francés Rousseau Sénancour. Giacomo
Leopardi fue uno de los poetas italianos que más influyeron en el pensamiento
de Unamuno. Y también su “hermano” Kierkegaard, con quien se sintió siempre
unido de una manera especialísima. En último lugar podemos hablar de otro
hombre preocupado a su manera por el “misterio de la Esfinge”, Nietzsche,
aunque su filosofía nada tiene que ver con el pensamiento unamuniano.
Veamos a continuación cómo trata don Miguel de
Unamuno todas estas cuestiones, preludio de su antropología, que trataremos en
los siguientes temas.
El misterio de la
vida.
“¿Qué hay más allá,
Señor, de nuestra vida?
Si Tú, Señor, existes
¡di por qué y para qué,
di tu sentido!
¡di por qué todo!
¿No pudo bien no haber
habido nada
ni Tú, ni mundo?
Di el porqué del
porqué, Dios de silencio”
(Miguel de Unamuno. Poesías. Obras Completas, VI, 218)
La muerte, horizonte
último de todos.
“Pocos piensan en la tabla de mortalidad y en la vida
probable que les queda; pocos en que todos somos condenados a muerte. Sí,
condenados a muerte todos (…) Por lo mismo que morimos todos no penetramos el
sentido todo del morir. El “todos hemos
de morir” embota y borra el “tengo que morir”.
(Miguel de Unamuno. Diario íntimo,
OC VIII 847)
El hombre temporal y
el eterno.
“Hay, o por lo menos debe haber en cada uno de nosotros
dos hombres, el temporal y el eterno, el que se preocupa con los cuidados del
día y el que se preocupa con las preocupaciones de siempre, el que se dice:
“¿qué comeré o cómo me divertiré mañana?”, y el que se dice: “¿qué será de
nosotros después de la muerte?”
(Miguel de Unamuno. Desahogo
lírico, OC III, 410)
Para comprender lo
que es la vida.
“Puesto que la muerte es el término natural de la
vida, el camino natural de ésta es ir a aquella y su natural luz, la luz de su
fin. Sólo se comprende la vida a la luz de la muerte (…)
Hay que pensar en ello, porque siendo el principio
del remedio conocer la enfermedad y la muerte la enfermedad del hombre,
conocerla es el principio de remediarla”.
(Miguel de Unamuno. Diario íntimo,
OC VIII, 786.807)
El misterio de la
muerte.
“La muerte es la suprema revelación de la vida. El
hombre entra en la pubertad espiritual el día en el que se le revela el
misterio de la muerte, el día en que comprende que morimos”.
(Miguel de Unamuno. Amado Nervo, en
voz baja. OC IV, 953)
El deseo de una vida
sin término.
“La obsesión de la muerte viene de plenitud de vida;
la tenemos los que sentimos que la vida nos desborda, y porque nos desborda la
queremos inacabable.”
(Miguel de Unamuno. Carta a Jiménez Ilundain)
Los hombres
superficiales.
“¿Existen?, ¿existen de verdad? Yo creo que no; pues
si existieran, si existieran de verdad, sufrirían de existir y no se
contentaría con ello. Si real y verdaderamente existieran en el tiempo y en el
espacio, sufrirían de no ser en lo eterno y lo infinito.”
(Miguel de Unamuno. El sepulcro de
Don Quijote, OC III, 52)
Los obsesionados por
el dinero.
“¿Quién va a hablarles de otro mundo, de aspiraciones
ultraterrenas, de anhelos de inmortalidad, de angustia metafísica, de congoja
por la finalidad humana del universo, a gentes que en este mundo en que
vivimos, en esta vida terrenal –la única de la que sabemos– apenas piensan sino en ganar dinero?”
(Miguel de Unamuno. De vuelta a
Madrid. OC VIII, 318-319)
Los jóvenes de la “joie
de vivre”.
“Si quieren darle ustedes un mal rato a uno de esos
distinguidos jóvenes, no tiene más que cogerle a solar y en oscuro y hablarle
de la muerte. De seguro que se le indigesta la comida ante acto de tan mal
gusto”.
(Miguel de Unamuno.
Los señoritos viciosos. OC IX, 536)
La superficialidad
de los centroeuropeos.
“¡Desgraciados países esos países europeos en que se
vive pensando más que en la vida! Desgraciados países en que no se piensa de
continuo en la muerte, y no es norma directora de la vida el pensamiento de que
todos tenemos que perderla!”
(Miguel de Unamuno.
Sobre la europeización. OC III, 930-931)
La ciencia y la
sabiduría.
“El objeto de la ciencia es la vida, y el objeto de
la sabiduría es la muerte. La ciencia dice “hay que vivir”, y busca los medios
de prolongar, acrecentar, facilitar, ensanchar y hacer llevadera y grata la
vida; la sabiduría dice “hay que morir”, y busca los medios para prepararnos a
bien hacerlo.”
(Miguel de Unamuno.
Sobre la europeización. OC III, 927)
El cientificismo.
“Es el cientificismo una enfermedad de que no están
libres ni aún los hombres de verdadera ciencia, sobre todo si ésta es muy
especializada, pero que hace presa en la mesocracia intelectual, en la clase
media de la cultura, en la burguesía del intelectualismo (…) Los felices
mortales que viven bajo el encanto de esa enfermedad no conocen ni la duda ni
la desesperación.
(Miguel de Unamuno.
Cientificismo. OC III, 353-354)
Los cientificistas y
el desdén a la religión.
“Tropieza usted con uno de esos formidables
desilusionados y se encuentra con que ellos saben a ciencia cierta y sin que
les quepa duda alguna de que al morirnos nos morimos del todo, y que todo eso
de que haya, en una u otra forma, otra vida no es más que invención de curas,
mujerucas y espíritus apocados.”
(Miguel de Unamuno.
Escepticismo fanático. OC III, 360)
Las cuestiones
sociales.
“Si a un pueblo que está preocupado de su prosperidad
material, de su adelanto en industrias, arte y trabajos, de su civilización en
fin, vas a querer darle la tabarra con la cancioncilla del fin último del
hombre, te tomará por un redomado reaccionario y dirá que por mucho que te
disfraces de progresista no eres más que un neo, un ultramontano, un clerical.”
(Miguel
de Unamuno. Conversación tercera. OC III, 930-931)
El socialismo y la
fe en Dios.
“Que haya socialista que no creen en Dios ni en el diablo es lo más natural del
mundo, como que haya socialistas que en ellos crean, porque la doctrina
socialista no llega a esas alturas que se salen del proceso fenoménico. Pero
debe constar que el socialismo no excluye ni incluye creencia alguna de ese
género ni tiene nada que ver con ellas.”
(Miguel
de Unamuno. Claro. OC IX, 582)
Las aspiraciones
humanas del obrero.
“Las aspiraciones íntimas, profundas, eternamente
humanas de cada hombre obrero, son las mismas que cualquier otro hombre que
tiene aspiraciones humanas. El obrero se enamora, como aquel a quien se llama
burgués, como él tiene hijos, como él sufre cuando una persona querida se le
muere, como él teme o desea la muerte, como él se preocupa del fin de su vida,
como él se estremece ante el misterio trágico del destino.” (Miguel de Unamuno. ¿Existe una
literatura proletaria? OC IX 1208)
Los que se resignan
a la aniquilación.
“Y si hay locos de la inteligencia, los hay de la
voluntad y los hay del sentimiento. Y un hombre que se resigna tranquilamente y
sin protesta interior alguna a eso de desaparecer del todo, creédmelo, es un
anormal en cuanto al sentimiento”
(Miguel
de Unamuno. La honda inquietud única OC VII, 1167-1168)
Quienes combaten la
fe en la inmortalidad.
“Entiéndase bien, lo repito; yo no aseguro ni puedo
asegurar que haya otra vida; no estoy convencido de que la haya, pero no me
cabe en la cabeza que un hombre de veras, no sólo se resigne a no gozar más que
de ésta, sino que renuncie a otra y hasta la rechace.”
(Miguel de Unamuno. Materialismo
popular OC III, 366)
Dos clases de hombres.
“Los hombres nos dividimos en dos bandos: los que no
nos queremos resignar a la inconciencia (sic) con la muerte (…) y de otro lado
los que se molestan que se hable de eso y quisieran borrar semejante
preocupación. Dejo fuera a los que realmente no se preocupan de eso, pues si
los hay, a esos tales no los cuento entre los hombres.”
(Miguel de
Unamuno. La honda inquietud única OC VII, 1168)
Sintonía con la fe
de Pascal.
“Todo su esfuerzo tendió a crear sobre el mundo
natural otro mundo sobrenatural. Pero, ¿estaba convencido de la realidad
objetiva de esa sobrenaturaleza? Convencido no; persuadido, tal vez. Y se
sermoneaba a sí mismo.”
(Miguel de
Unamuno. La agonía del cristianismo. OC VII, 347)
Dos enseñanzas de
Pascal.
“Pascal es uno de los espíritus franceses que mejor
podemos apropiarnos, ese profundísimo espíritu atormentado que nos enseñó,
entre otras, dos grandes, dos profundas, dos atormentadoras arbitrariedades: la
del “pari” o apuesta, y aquella otra de “il faut s’abêtir”, “hay
que embrutecerse”, empezando, para creer, por obrar como si se creyese.”
(Miguel de
Unamuno. Sobre la europeización, OC III, 935)
El “eterno retorno”
de Nietzsche.
“Su corazón le pedía el todo eterno, mientras su
cabeza le enseñaba la nada, y desesperado y loco para defenderse de sí mismo,
maldijo lo que más amaba. Al no poder ser Cristo, blasfemó del Cristo. Henchido
de sí mismo, se quiso inacabable y soñó la vuelta eterna, mezquino remedo de
inmortalidad, y lleno de lástima hacia sí, abominó de toda lástima.”
(Miguel de Unamuno. Del
sentimiento trágico de la vida. OC VII, 139)
Un soneto dedicado a
Nietzsche.
“Al no poder ser Cristo
maldijiste
de Cristo, el
sobrehombre en arquetipo
hambre de eternidad fue
todo tu hipo
de tu pobre alma, hasta
la muerte triste.
A tu aquejado corazón
le diste
la vuelta eterna, así
queriendo el cipo
de ultratumba romper,
¡oh nuevo Edipo!
víctima de la Esfinge a
que creíste
vencer. Sintiéndote por
dentro esclavo
dominación cantaste y
fue lamento
lo que a risa sonó de
león bravo;
luchaste con el hado en
turbulento
querer durar, para
morir al cabo
libre de la razón,
nuestro tormento.”
(Miguel de Unamuno. Rosario de
sonetos líricos n. C. OC VI, 396)
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