III
ALGUNOS ASPECTOS DE LA TIERRA.
1. La simple verdad.
Todos
nosotros, o al menos todos los de mi generación, hemos oído en nuestra juventud
una anécdota de George Stephenson, inventor de la locomotora. Se decía que un pobre
campesino había presentado la objeción de que sería muy molesto que una vaca se
perdiera en las vías del ferrocarril, a lo cual respondió el inventor: «Sería
muy molesto para la vaca». Es muy característico de su época y escuela eso de
que nunca se le ocurriera a nadie que sería más bien molesto para el campesino
dueño de la vaca.
Mucho
antes de haber conocido esa anécdota, con todo, es probable que hubiéramos oído
otra más emocionante llamada “Jack and the Beanstalk”. Esa historia comienza
con estas palabras extrañas: «Había una vez una pobre mujer que tenía una
vaca». En la Inglaterra moderna sería extravagante paradoja imaginar que una
pobre mujer pudiera tener una vaca; pero en épocas más incultas y
supersticiosas las cosas parecen haber sido diferentes. De cualquier modo, es evidente
que no habría tenido la vaca por mucho tiempo en el ambiente simpático de Stephenson
y su locomotora. El tren siguió adelante, la vaca fue muerta a su debido
tiempo, y el estado de ánimo de la vieja se llamó depresión de la agricultura.
Pero todos estaban tan felices viajando en los trenes y molestando a las vacas que nadie notó que persistían otras dificultades. Cuando las guerras o las revoluciones nos apartaron de las vacas, los industriales descubrieron que la leche no procede originariamente de los cántaros. Sobre este hecho fundamos algunos de nosotros la idea de que la vaca (y hasta el pobre campesino) tienen utilidad para la sociedad, y nos hemos mostrado dispuestos a concederles tanto como tres acres. Pero vendría bien repetir en este momento que no nos proponemos cubrir de vacas todos los acres, y que no nos proponemos eliminar a las gentes de las ciudades como ellos eliminarían a los campesinos. En muchos puntos secundarios quizás tengamos que transigir con ciertas condiciones, especialmente al principio. Pero hasta mi ideal, si por fin lo establezco alguna vez, será lo que algunos llaman una avenencia. Sólo que considero más exacto decir que es un equilibrio. Porque no creo que el sol transija con la lluvia cuando juntos hacen un jardín; ni que esa rosa que crece allá sea resultado de una avenencia entre el verde y el rojo.
Pero todos estaban tan felices viajando en los trenes y molestando a las vacas que nadie notó que persistían otras dificultades. Cuando las guerras o las revoluciones nos apartaron de las vacas, los industriales descubrieron que la leche no procede originariamente de los cántaros. Sobre este hecho fundamos algunos de nosotros la idea de que la vaca (y hasta el pobre campesino) tienen utilidad para la sociedad, y nos hemos mostrado dispuestos a concederles tanto como tres acres. Pero vendría bien repetir en este momento que no nos proponemos cubrir de vacas todos los acres, y que no nos proponemos eliminar a las gentes de las ciudades como ellos eliminarían a los campesinos. En muchos puntos secundarios quizás tengamos que transigir con ciertas condiciones, especialmente al principio. Pero hasta mi ideal, si por fin lo establezco alguna vez, será lo que algunos llaman una avenencia. Sólo que considero más exacto decir que es un equilibrio. Porque no creo que el sol transija con la lluvia cuando juntos hacen un jardín; ni que esa rosa que crece allá sea resultado de una avenencia entre el verde y el rojo.
Quiero decir que mi
utopía aún daría cabida a cosas diferentes de diferentes tipos contenidas en
posesiones diferentes; que así como en el Estado medieval había algunos
labradores, algunos monasterios, alguna tierra privada, algunos gremios de
villas y así sucesivamente, en mi Estado moderno habría algunas cosas
nacionalizadas, algunas máquinas pertenecientes a corporaciones, algunos
gremios que participarían en beneficios comunes, etcétera, así como también
muchos propietarios individuales absolutos, allí donde tales propietarios
individuales son más posibles. Pero está bien empezar con estos últimos, porque
se considera que son quienes dan, y ciertamente los dan casi siempre, la norma
y el tono de la sociedad.
Entre
las cosas que hemos oído mil veces está la afirmación de que los ingleses son
un pueblo calmo, un pueblo prudente, un pueblo conservador, y así
sucesivamente. Cuando hemos oído una cosa tantas veces la aceptamos en general
como perogrullada, o vemos de pronto que es del todo falsa. La verdadera
peculiaridad de Inglaterra es que es el único país de la tierra que no tiene
una clase conservadora. Hay gran número, probablemente una mayoría de gente que
se llama a sí misma conservadora. La clase comerciante, que en un sentido
especial es capitalista, es también por naturaleza lo más opuesto a la clase
conservadora. Según ella misma proclama, usa continuamente métodos
nuevos y busca nuevos mercados. A algunos de nosotros nos parece que hay algo
sumamente anticuado en toda esa innovación. Pero eso es por causa del tipo de
mente que está inventando, no porque no pretenda inventar. Desde el financiero
más grande que forma una compañía hasta el ínfimo comerciante que vende una
máquina de coser, prevalece el mismo ideal. Siempre debe ser una nueva
compañía, especialmente después de lo que generalmente le ha pasado a la
antigua compañía. Y la máquina de coser siempre debe ser una nueva clase de máquina
de coser, aunque sea de la clase de las que no cosen. Pero, mientras que esto
es evidente en lo que se refiere al mero capitalista, es igualmente cierto con referencia
al puro oligarca. Sea una aristocracia lo que fuere, nunca es conservadora. Por
propia naturaleza se rige más por moda que por tradición. Los hombres que llevan una vida
de ocio y de lujo siempre tienen ansia de cosas nuevas; podríamos decir
con justicia que serían tontos si no la tuvieran. Y los aristócratas ingleses
no son en modo alguno tontos. Pueden sostener orgullosamente que han desempeñado
una parte importante en todas las etapas del progreso intelectual que nos ha
llevado a nuestra ruina actual.
Al
establecerse una clase de labradores ingleses, la primera realidad sería que se
establecería, por primera vez en muchos siglos, una clase tradicional. Se
hallará que la ausencia de tal clase es un hecho terrible, si en realidad la lucha
llega a ser lucha entre el bolchevismo y el ideal histórico de propiedad. Pero
lo inverso es igualmente verdadero y mucho más consolador. Esta diferencia de cualidad
significa que el cambio empezará a ser efectivo mucho antes de que sea efectivo
simplemente por la cantidad. Quiero decir que no nos ha preocupado tanto la
fuerza o la debilidad de los campesinos como la ausencia de una clase de
labradores. Así como la sociedad ha sufrido por su mera ausencia, también la
sociedad empezará a cambiar por su mera presencia. Será una Inglaterra un tanto
diferente, en la cual tendrá que considerarse al labrador de alguna manera. Empezará
a alterarse el aspecto de las cosas, aun cuando los políticos piensen en los
campesinos con la misma frecuencia con que piensan en los médicos. Se sabe que
hasta han pensado en los soldados.
La
situación primitiva para el campesino sería de una simplicidad severa y casi
salvaje. En Inglaterra un hombre podría vivir de la tierra si no tuviera que
pagar arrendamiento al propietario y jornal al peón. Por lo tanto, estaría en
mejor posición, incluso en pequeña escala, si fuera su propio terrateniente y
su propio peón. Pero es evidente que hay algunas otras consideraciones y, para
mí, ciertos conceptos corrientes erróneos a los cuales se refieren las notas
que siguen. En primer lugar, claro está, una
cosa es decir que esto es lo deseable y otra cosa es decir que se desea. Y
en primer lugar, como se verá, no niego que, si se ha de desear, difícilmente puede desearse
como se desea un favor; sin duda se requerirá cierto espíritu tenaz y de sacrificio
por una necesidad nacional aguda, si hemos de pedir a un propietario que se
conforme sin arrendamiento o a un agricultor que se arregle sin ayuda. Pero al
menos hay realmente una crisis y una necesidad; a tal punto que el hacendado a
menudo sólo estaría perdonando una deuda que ya se ha descontado como una mala
deuda, y el empleador sólo estaría sacrificando el servicio de hombres que ya
están en huelga. Con todo, necesitaremos de las virtudes propias de una crisis,
y estará bien aclarar el hecho. Luego, si bien hay una absoluta diferencia
entre lo deseable y lo deseado, señalaría que esta vida normal aún se desea más
de lo que muchos suponen. Tal vez se desee subconscientemente, pero creo que
vale la pena hacer algunas sugerencias que puedan llevar el deseo a la superficie.
Por último, existe un error de concepto en cuanto a lo que significa «vivir de
la tierra», y he agregado algunas sugerencias
acerca de lo deseable que es. Mucho más de lo que se supone.
Consideraré
estos distintos aspectos del distributismo agrícola más o menos en el orden en
que acabo de señalarlos; pero aquí, en la nota preliminar, me interesa sólo el
hecho primordial. Si pudiéramos crear una clase de labriegos podríamos crear un
pueblo conservador, y sería hombre osado quien intentara decirnos cómo el
actual desarreglo industrial de las grandes ciudades ha de producir un pueblo
conservador. Tengo plena conciencia de que muchos darían al conservadurismo
nombres más groseros, y dirían que los campesinos son estúpidos y lerdos y
están atados a una existencia pesada y monótona. Sé que se dice que un hombre
ha de hallar monótono hacer las veinte cosas que se hacen en una granja, en
tanto que, claro está, siempre halla bulliciosamente alegre y divertido hacer
una misma cosa hora tras hora y día tras día en una fábrica. Sé que esa misma
gente hace también el comentario exactamente opuesto y que dicen que es egoísmo
y avaricia que el campesino se interese vivamente en su propia granja en lugar
de poner de manifiesto, como los proletarios del industrialismo moderno, una
lealtad desinteresada y romántica para la fábrica de otro y una abnegación de
asceta para obtener ganancias para otro. Aunque demos su debida importancia a
cada una de estas pretensiones del capitalismo moderno, todavía es permitido
decir que, en la medida en que el propietario campesino esté ciertamente
apegado a la propiedad campesina, encuentre interés o se conforme con la monotonía,
según el caso, en realidad constituye un bloque sólido de propiedad privada con
el cual se puede contar para resistir al comunismo; lo cual no sólo es más de
lo que puede decirse del proletariado, sino que es mucho más de lo que cualquiera
de los capitalistas dice de ellos. Yo no creo que el proletariado esté
contaminado de bolchevismo (si la metáfora es adecuada a la doctrina), pero sí
hay algo de verdad en los temores de los diarios en cuanto a ese asunto. En
verdad parece que las propiedades extensas no pueden impedir que suceda la
cosa, en tanto que las pequeñas sí pueden. Pero en realidad la experiencia
contradice la afirmación de que los campesinos son salvajes tristes y envilecidos
que caminan a cuatro patas y comen pasto como las bestias de los campos. Así,
por ejemplo, en todo el mundo hay danzas
campesinas, y las danzas de los campesinos son como las danzas de reyes y
reinas. La danza popular es mucho más majestuosa, ceremoniosa y llena de
dignidad humana que el baile aristocrático. En muchos lugares todavía pueden
hallarse aldeanos que en las fiestas principales usan gorros parecidos a
coronas y gestos parecidos a rituales, mientras que los castillos de señoras y señores
ya están llenos de gentes que brincan como monos al compás de ruidos hechos por
negros. En toda Europa los campesinos han producido los bordados y artesanías descubiertos
con deleite por los artistas cuando hacía tiempo que habían sido desdeñados por
los aristócratas. Estas gentes no son
conservadoras en un sentido meramente negativo, aunque lo negativo tiene gran
valor cuando también es defensivo. También son conservadores en un sentido positivo;
conservan costumbres que no desaparecen
como las modas, y oficios menos efímeros que esos movimientos artísticos que
tan presto dejan de producir efecto. Creo que los bolcheviques han
inventado algo que llaman arte proletario, no puedo imaginar sobre qué principio,
salvo el de que parecen sentir un misterioso orgullo en llamarse proletariado
cuando pretenden no ser ya proletarios. Más bien creo que se trata simplemente
de la repugnancia que siente la gente educada a medias ante la idea del uso de
una palabra difícil. De cualquier modo, nunca ha habido en este mundo nada
semejante al arte proletario. Pero ha habido muy categóricamente algo así como
arte campesino.
Supongo
que lo que quieren decir realmente es arte comunista, y esa sola frase revela mucho.
Me imagino que un arte verdaderamente comunista consistiría en cien hombres que
se colgaran de un gran pincel como un ariete y lo guiaran por encima de una
enorme tela con las curvas y vaivenes y vacilaciones majestuosas que
expresarían, en formas oscuramente perfiladas, el espíritu compuesto de la comunidad.
Los campesinos han producido arte porque
eran comunales, pero no comunistas. La costumbre y una tradición colectiva
prestaban unidad a su arte; pero cada hombre era un artista separado. Esa
satisfacción del instinto creador del individuo es lo que contenta a la
comunidad en conjunto y por lo tanto lo que la hace conservadora. Una multitud
de hombres se afirma sobre sus propios pies porque se afirma sobre su propia
tierra. Pero en nuestro país, ¡ay!, los terratenientes no se han afirmado en
nada, excepto en lo que han pisoteado.
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