Pido disculpas a mis lectores habituales.
Causas ajenas a mi voluntad y que no vienen
al caso, me han alejado durante demasiados días de las redes sociales. Se dice,
se cuenta, que eso suele ser habitual en determinados escritores, léase
Shakespeare que “desapareció” durante varios años, o Edgar Allan Poe que tuvo ciertos
lapsus temporales en los que permanecía alejado del mundo de los vivos. Ni
mucho menos ha sido mi caso, más humilde y sencillo como lo es este, vuestro
amigo fraternal.
Es cierto que en determinadas ocasiones es
necesario retirarse, refugiarse en la meditación, o en el silencio de un
claustro para beber de nuestros orígenes y renovar bríos para el camino. El
silencio de la Cuaresma, la espera del Adviento, los retiros espirituales, el
descanso del peregrino, son alimento necesario para todo caminante en un mundo
atormentado sin rumbo ni Norte.
Confieso que soy culpable de extrañaros, de
necesitar vuestros comentarios privados, y algunos no tan privados. Derramar mis
pensamientos, haceros participes de mis inquietudes, obtener vuestra respuesta
y leer vuestros correos, me ha aliviado en gran medida (gracias quienes los
habéis enviado)…
Regreso, no para incordiar sino para
participar y compartir, buscando el bien, que, si no lo encuentro, al menos lo
busco, amando el amor, jugando con las palabras y si sale algo redondo
compartirlo con vosotros.
Gracias por leerme.
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