Un grupo
de hombres atravesaba el Tajo en la dura noche de un invierno castellano.
Embozados bajo sus capuchas, los clérigos repetían una y mil veces las
refutaciones a las tesis de Joviniano. Transitaban alegres bajo la mirada
complaciente del más anciano que no dejaba de dirigirse al novicio Julián.
El
muchacho admiraba al maestro, afirmando a su preceptor Quirinus que Recesvinto
no pudo elegir mejor obispo para la ciudad.
Diríase
que los cinco sentidos eran una manifestación del amor que profesaba a la madre
de Nuestro Señor. Sus manos desprendían generosidad entre los pobres, sus ojos
consuelo a los afligidos, su oído escuchaba a los que nadie quería oír, su
gusto era por los razonamientos sensatos y el aroma de santidad precedía su
presencia.
Muy a su
pesar, al joven fraile le corroían en sus entrañas las tesis del hereje que
bebió de las fuentes de San Ambrosio.
Su alma
corría por las callejuelas de la ciudad detrás de aquel que un día se resistió revestir
los hábitos purpurados, mientras su sombra se alargaba tras el turco herético. El
gélido viento de la duda atormentaba su ser estremeciéndose ante el calor de
sus palabras.
– Aprende
–advertía Quirinus– que al báculo del obispo toda lengua y duda debe
desaparecer. El obispo es la autoridad de la Iglesia cuya obligación es
doblegar a cuantos renegados ofenden a Nuestro Señor. Déjate llevar por su
autoridad que te conducirá como el buen pastor al redil del hogar celestial.
Mas las
palabras del preceptor no mitigaban su ansia de salir del tormento, al
contrario, le alejaban cada vez más de lo que contra natura se manifestaba en
el prelado y esto no pasaba desapercibido al buen anciano. Al contrario que su
preceptor, el anciano parecía entender lo que acaecía en su interior.
– Ten paciencia
–decía el anciano– que la madre Gloriosa sembró en ti un don que algún día germinará.
Lo que hoy es extraño, al traspasar la muerte lo verás. Los himnos que está
noche cantemos, a ocho días de la Natividad, saciaran tu sed y tu futuro encenderá.
El
anciano, agotado por el trecho recorrido, detuvo sus pasos. Uno de los
acompañantes, interesado en su estado de salud, le aconsejo volver al
monasterio de Agali.
–
Peregrinamos –respondió con vehemencia Ildefonso – hacia un mundo mejor. Quién
se detiene no avanza. Hay que servir a la Madre de Dios, que ella, al anuncio
del Arcángel, fue firme en su obediencia. Aquel, saludó con un avemaría y ella,
que del Señor se fía, respondió con mayor querencia su famoso “hágase en mí
según tu palabra”.
Quirinus,
también preocupado por la situación del anciano, insistió con festividades que
tiene la iglesia en primavera, siendo innecesario unir sus cánticos a la
Navidad. Sin embargo el anciano insistía que propio era poner esta fiesta cerca
del divino natalicio, que buena viña siempre está cerca de buen parral.
Toledo
había sido convocado, para que todo cristiano leal, abandonase casa u hostal y
que, incluso en la sede arzobispal, dejasen su sede y viniesen a honrar a la
siempre Virgen, Madre de Dios.
El grupo
como un solo miembro detuvo sus pasos ante el portalón de la iglesia. A través
de las vidrieras emanaba una luz de diferente tonalidad a la que debían
desprender las antorchas. El hermano sacristán permanecía en el exterior sin
abrir el cancel de acceso al altar mayor. El pueblo, siempre temeroso de lo
celestial, sobrecogido permanecía fuera, a distancia prudencial, espectadores
del teatro de lo sobrenatural.
El viento
arreció sobre sus capuchas y apagó algunas de las teas con la misma facilidad
que se apaga la fe en las almas indecisas. Las dudas sobrecogen el corazón de
los cobardes con tanta naturalidad como la oscuridad se adueña de la noche.
Julián no pudo evitar cierto resquemor medular propio de la superstición.
–
Entremos –ordenó el purpurado– que dentro hallaremos la gloria de nuestro
Señor.
Los
religiosos, obedientes, iniciaron la procesión hacia el interior del templo.
Apenas traspasaron las puertas un coro de seres hallaron que atravesando
paredes, contrafuertes y ventanales, el recinto sacro ocuparon.
Los
monjes asustados, dejaron caer sus cirios sobre el suelo empedrado y gritando
salieron corriendo a la calle.
Ildefonso
sonrió al ver que su séquito había desaparecido. Tan sólo a su lado permanecían
Julían y otro de los novicios. Hasta el firme Quirinus había huido espantado.
En el
altar había aparecido la Madre del Rey de la Majestad y, en la preciosa cátedra
obispal, se había sentado, llevando en sus manos un libro de gran calidad. Era
el libro que Ildefonso había escrito sobre su virginidad.
– Amigo –dijo
dulce María – quiero que sepas que me considero bien pagada con tu fidelidad.
Para buscar mi honra escribiste un buen libro y una fiesta fue creada. Por esa
nueva misa te traigo del cielo, con gran autoridad, una casulla preciosa de
verdad para que cantes misa hoy, en mis fiestas de guardar y el día santo de
Navidad. Tan solo tu persona podrá llevar esta prenda, que del cielo baja para
que tu cuerpo señero de mi capellanía pueda ser respetado. Ningún otro que lo
llevare podrá ser bien amado.
Dichas
estas palabras, la Madre Gloriosa, entregó a Ildefonso una casulla tan hermosa
que los ángeles del cielo prendados quedaron de su belleza. Esta obra angélica
no se hallaba cosida por aguja ninguna. Era del color del cielo, con forma de
capuz portugués y tan grande en tamaño que podría cubrir al hombre más alto que
hay en España. La tela era delicada y sutil, tanto que el aliento podría
hincharla cual vela cuando le da recio viento.
Poco
tiempo pudo disfrutar Ildefonso de tan preciado regalo, pues tan prendado quedó
de aquella imagen serenísima que los ángeles acudieron a su llamada y al cielo
le subieron.
Julián
lloraba y oraba por quien sabe que desde el cielo le escuchaba. Al ver, tan
graciosa hermosura, de gozo ya no le cabía ninguna duda, que acertado andaba
quien tan bien le amaba.
Sin
embargo, el pueblo toledano tuvo que soportar en lugar del santo a Quirinus,
que se comportó como un villano y que pretendió ocupar su lugar. Deslenguado el
hombre, y con palabras propias de un pecador, quiso asentar el poder de Dios en
su amargo hedor. Presumía de potestad, sus caridades, escasas y menguadas, respondían
más a vanidades que devociones a su divina Majestad.
El
hombre que ocupaba la cátedra de su antecesor, llegado el día de Navidad,
demandó la casulla que había dado el Creador. Quisieron ocultarla, alejarla de
quien era indigno de llevarla. El obsceno mentecato, presumiendo con zafio
recato, alegó que tenía, por encima de Ildefonso, una mayor dignidad, que ambos
estaban consagrados por la única verdad y ambos iguales en una única humanidad.
Si
su lengua deslenguada hubiese retenido, si delante del Sagrario no hubiese
sido, si hubiese sido más comedido, tal vez en la ira del Creador no hubiese caído.
Mandó
a los monaguillos que la casulla encontrasen bajo pena de azotes y de
excomunión si necesario fuese. El poder del pastor debe respetarse, que viene
del Creador y ante nadie responde. Los muchachos obedientes, los sacristanes
dubitantes y los ministros complacientes, entregaron al nuevo presbítero el
motivo de su presunción.
La
vestidura amplia, hecha a medida parecía. Objeciones callaron ante quien mayor
autoridad tenía y el poder ejercía. Sin embargo, los cosas que Dios no quiere,
por mucho que se pretenda hacer, jamás podrán ser.
Pese
a lo que en un principio había parecido una tela ancha, al obispo fue recortando,
estrechándose, como cadena dura que iba ahogando al prelado en su locura. Los
monjes intentaron arrancársela, más no lo lograban por mucho que se esforzaban.
El rostro del hombre se amorató, los ojos de sus órbitas salían, las manos al
cuello se ceñían intentando romper lo que irrompible era. Desesperado lo intentó
una y otra vez. Cuanto más lo intentaba, más apretaba el cuello que le
estrangulaba. Nadie pudo hacer nada y tras angustiosos minutos, el hombre cayó
muerto a los pies del altar de María.
Tan
breve fue su legado, y tan despreciado quedó su cargo, que en los libros santos
no se inscribió su paso por Toledo. El hombre quedó enterrado y olvidado en un
rincón olvidado de un olvidado convento.
Poco
después ocupó su lugar el devoto Quirico, que respetando el encargo de la
Purísima Madre de Dios, decidió guardar la casulla en el Arca de las Reliquias
que San Isidoro logró traer de Jerusalén a Toledo en su estancia como obispo.
Allí permanecieron ocultas y junto a los restos de San Ildefonso trasladadas a
lugar seguro para que manos infieles no las mancillasen.
Años
después, Julián ocupó el mismo cargo que su amado maestro, comprendiendo que
aquella noche era la luz de la verdad quien se manifestó para su bondad. Las
enseñanzas de su maestro, su humildad y su carisma, le enseñaron que el mayor
amor es el de la Madre y que para amar como ella hay que perdonar y a los más
pobres acompañar, que allí donde estén los más pobres es donde más estará
nuestro Señor.
"La
casulla sagrada", obra de Miguel Navarro, basada en “La casulla de San Ildefonso”
de Gonzalo de Berceo.
Milagros de Nuestra Señora – “La
casulla de San Ildefonso” de Gonzalo de Berceo
En Toledo la buena essa villa
real
Que iaçe sobre Taio, essa agua
cabdal,
Ovo un arzobispo coronado leal
Que fue de la Gloriosa amigo
natural.
Diçienli Yldefonso, dizlo la
escriptura,
Pastor que a su grei daba buena
pastura:
Omne de sancta vida que trascó
grant cordura:
Que nos mucho digamos so fecho lo
mestura.
Siempre con la Gloriosa ovo su
atenençia,
Nunca varon en duenna metió maior
querençia,
En buscarli serviçio methie toda
femençia,
Façie en ello seso e buena
providençia.
Sin los otros serviçios muchos e
muy granados
Dos iaçen el escripto, estos son
mas notados:
Fizo della un libro de dichos
colorados
De su virginidat contra tres
renegados.
Fizol otro serviçio el leal
coronado,
Fizoli una fiesta en diçiembre
mediado,
La que caen en marzo dia muy
sennalado
Quando Gabriel vino con el rico
mandado.
Quando Gabriel vino con la
messaieria,
Quando sabrosa-mientre dixo Ave
Maria,
Edissoli por nuevas que paririe a
Messia
Estando tan entrega commo era al
dia.
Enstonz cae un tiempo, esto por
cononçia,
Non canta la Eglesia canto de
alegria,
Non lieva so derecho tan
sennalado dia
Si bien lo comedieremos, fizo
grant cortesia.
Fizo grant providençia el amigo
leal,
Que puso essa festa cerca de la
natal,
Asentó buena vinna, çerca de buen
parral,
La madre con el fijo, par que non
a egual.
Tiempo de quaresma es de
afliction,
Nin cantan aleluya, nin façen
procesión,
Todo esto asmaba el anviso varón,
Ovo luego por ello onrrado galardón.
Sennor Sant Ildefonsso coronado
leal
Façie a la Gloriosa festa muy
general,
Fincaron en Toledo pocos en su
ostal
Que non fueron a missa a la sied
obispal.
El Sancto arzobispo un leal
coronado
Por entrar a la missa estaba
aguisado,
En su preçiosa catedra sedie
asentado,
Adusso la Gloriosa un present muy
onrrado.
Apareçiol la madre del Rey de
Magestat
Con un libro en mano de muy grant
calidat,
El que él avie fecho de la
virginidat,
Plógol a Ildefonso de toda
voluntat.
Fízoli otra graçia qual nunca fue
oida,
Dioli una casulla sin aguida
cosida,
Obra era angelica, non de omne
texida,
Fabloli poccos vierbos, razon
buena complida.
Amigo, dissol, sepas que so de ti
pagada,
Asme buscada onrra, non simple,
ca doblada:
Feçist de mi buen libro, asme
bien alabada,
Feçistme nueva festa que non era
usada.
A la tu missa nueva desta
festividat
Adugote ofrenda de grant
auctoridat,
Cassulla con que cantes, preçiosa
de verdat
Oy en el dia sancto de Navidat.
Dichas estas palabras la madre
Gloriosa
Tolloseli de oios, non vió nulla
cosa:
Acabo su offiçio la persona
preçiosa,
De la madre de Xpo criada e
esposa.
De seer en la catedra que tu
estás posado
Al tu cuerpo sennero es esto
condonado,
De vestir esta alba a ti es
otorgado,
Otro que la vistiere non será
bien hallado.
Esta festa preçiosa que avemos
contada
En general conçilio fue luego
confirmada:
Es por muchas eglesias fecha e
çelebrada:
Mientre el sieglo fuere non será
oblidada.
Quando plógo a Xpo, al çelestial
sennor,
Finó Sant Illefonsso preçioso
confesor:
Onrrólo la Gloriosa, madre del
Criador,
Diol grant onrra al cuerpo, al
alma muy meior.
Alzaron arzobispo un calonge
lozano,
Era muy soberbio e de seso
liviano,
Quiso eguar al otro, fue en ello
villano,
Por bien non iello tovo el pueblo
toledano.
Pósose enna catedra del su
anteçesor,
Demandó la cassulla quel dió el
Criador,
Disso palabras locas el torpe
peccador,
Pesaron a la Madre de Dios
nuestro sennor.
Disso unas palabras de muy grant
liviandat:
Nunqua fue Illefonsso de maior
dignidat,
Tan bien so consegrado commo él
por verdat,
Todos somos eguales enna
umanidat.
Si non fuesse Siagrio tan
adelante ido,
Si oviesse su lengua un poco
retenido,
Non seria enna ira del Criador
caido,
Ond dubdamos que es, mal peccado,
perdido.
Mando a los ministros a su
casulla traer,
Por entrar a la missa la
confession façer;
Mas non li fo sofrido nin ovo el
poder,
Ca lo que Dios non quiere nunqua
puede seer.
Pero que ampla era la sancta
vestidura,
Issioli a Siagrio angosta sin
mesura:
Prísoli la garganta commo cadena
dura,
Fué luego enfogado por la su
grant locura.
La Virgen gloriosa estrella de la
mar,
Sabe a sus amigos gualardon bueno
dar:
Bien sabe a los buenos el bien
gualardonar,
A los que dessierven sabelos mal
curar.
Amigos a tal madre aguardarla
debamos:
Si a ella sirvieremos nuestra pro
buscaremos,
Onrraremos los cuerpos, las almas
salvaremos,
Por pocco de serviçio grant
galardon prendremos.
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