Trazo
I
“El
que habita en el cielo sonríe, el Señor se burla de ellos” (Sal 2, 4)
Incluso el galán más ingenuo en la
fabricación de bellas cornamentas es capaz de comprender los riesgos y
desventuras que puede ocasionar un trabajo sin cuidar detalles. Sed virtuosos
en vuestros menesteres cuidando hasta el más pequeño elemento pues, aún siendo
el más pequeño, crecerá y crecerá convirtiéndose en puro éxtasis.
Así se vio sorprendido Críspulo Pérez
Zambullo, más conocido como Cris por amigos y amantes, aquel atardecer de
junio, a pocos días de la festividad de las brujas, cuando la dama en cuestión,
convencida que su marido era abducido por veintidós señoritos corriendo tras
una pelotita, le invitó a su morada para una tarde memorable.
Hora misteriosa y mágica en la cual
calles de ciudades y villas dispares, se despueblan alentando aficiones a barra
y algarabía, cuando Cris, señorito de tertulias, opositor de profesión y
ginecólogo por devoción, imitaba a Pinito del Oro en el patio de luces de un
bloque de diez alturas, huyendo de un marido furioso y dos amigos de Camorra y
Pendencia. La dama previsora, intuyendo lo que podía acaecer, había cerrado la
puerta con llave y diez cerrojos, dando tiempo suficiente para saltar desde la
galería a tendederos cercanos.
Con la velocidad de un gamusino
patizambo y la destreza de un Tarzán parapléjico, descendió varios pisos siendo
premiado con algunos cardenales, tres contusiones y un diente que se dio a la
fuga tras el primer envite.
Saludó aquella ventana abierta como si
fuese el amigo más entrañable, al que tanto admiró y el tiempo robó, y le dio
el abrazo que se merece tras la visita inesperada, dejando burlados de este
modo a los tres mosqueteros y a la honesta doña Desamparados, amparadora de
juerguistas, nido de pájaros multicolores y respetados deslices, que pasaba los
días con citas tan clandestinas como el maquis del franquismo.
Desde lejos se apreciaban los suaves y
delicados rumores que ambos amantes se
regalaban, susurros de palomas, mientras sus acompañantes oteaban las
profundidades urbanísticas intentando dilucidar la ruta de fuga, la vía de
escape, las islas paradisíacas, las tierras de remotos mares.
A estas horas, nuestro opositor,
maldiciendo no tanto la caída como la penetración interrumpida por lugares
inexplorados, adaptaba los ojos a la región donde había arribado por extrañas
venturas del destino. Sobre la mesa hallaba una pirámide de cerámica, velones
todavía humeantes, con olor a incienso de China, y una baraja de cartas que
dormitaba descansando de tanto uso y abuso.
La radio permanecía encendida con el
monólogo de un desangelado locutor que anunciaba un programa entero dedicado a
la cantante Morenita Hamster, que tras publicar su éxito “Singing in the hell”,
dinamitó el edificio donde se encontraban los ciudadanos más importantes de
Madison, capital de Wisconsin.
– ¿Secta satánica? ¿Locura
esquizofrénica de una mujer dada a la bebida y los vicios más bajos? ¿Actúo
sola en sus intenciones homicidas? Esta noche en el programa hablaremos con
Peregrin de Balzac, profesor en parapsicología aplicada en artes escénicas,
afamado autor de “Confesiones perversas desde el más allá” que nos hablará de
sus motivaciones esotéricas.
Las paredes del lugar al que había
llegado Cris se encontraban adornadas de espejos irregulares, con adornos de
cinco puntas, y la imagen de una Virgen de la Incomprensión presidía las
estanterías adjuntas donde descansaban libros de docta ciencia como “El libro
de los Muertos Muy Vivos”, “Las Profecías de San Pepequias” o la “Metáfora del
Engaño Prematuro”. Una foto permitió deducir que había allanado la vivienda habitual
de Lucecita, la tarotista más reconocida de Madrid, Santurce y Mediavilla del
Entrecejo.
Buscando la salida más próxima, antes
que sus adversarios tuviesen la fugaz idea de desembarazarse de la defensora de
su honra y darle caza por los pasillos del edificio, un ensordecedor silencio
atrapó la habitación y oyó un suspiro que retumbó en la sala cual procedente de
ultratumba provocando, en su afectada imaginación, el erizo del vello que
recorría piernas y brazos intentando escapar de su señor.
Ya abierta la puerta de emergencia para
su alma contrita, escuchó por segunda vez el suspiro amedrentador por lo cual
no era fantasía de su mente enfermiza, sino realidad presente en la misma
estancia, preguntando con voz temerosa:
– ¿Quién anda ahí?
– Yo soy, el que está dentro de la vasija de
vidrio junto a la mesita, donde me tiene preso la vieja bruja engañabobos, la
meiga de los cuernos alegres, la hechicera de remiendos y torpezas.
– Deja de coñas –replicó el eterno
opositor–, nadie puede vivir dentro de una vasija. ¿Dónde estás?
– He sido claro al expresarme, en la
vasija me atraparon y de aquí no puedo escapar –contestó la voz–. Llevo dentro
del cristal cuatro siglos, y en poder de esa vil mujer poco menos de un lustro.
– ¡Caray! Si no has salido en tanto
tiempo es que le has pillado cariño al pisito –respondió Cris mientras
analizaba si el incienso todavía humeante estaba ocasionándole
alucinaciones.
– Harto estoy –replicó el jarrón– de
ver el mundo con el punto de vista convexo, de obedecer órdenes de esa vieja
desdentada que sale en televisión desde que hechicé a la presentadora con un
ecuatoriano madrileño y mi destino es permanecer aquí hasta que alguien sea
capaz de liberarme. Tú has sido elegido para tal menester.
– ¿Estabas esperándome? No me lo creo
tío –sentenció el joven buscando a su alrededor–. Nadie vive dentro de un
jarrón y, mucho menos, puede estar esperándome. Sal de tu escondite. ¿Eres
amigo o enemigo? Seguro que se trata de una broma de televisión.
– En los momentos buenos tenemos tantos
colegas como amapolas hay en los campos, pero cuando alguien te la juega,
desaparecen como los bikinis en playas, o los banqueros cuando te ven sin
blanca. Tu padre es Agapito Pérez, miembro de la Asesoría Fiscal Agapito y
Asociados y tu madre es Doña Espina Zambullo Charco, interventora del
ayuntamiento de Villabajo del Cornejo. Desciendes del muy ilustre amigo don
Cleofás Pérez Zambullo, que por casualidades del destino, unos cuantos hechizos
amorosos y la conjunción de Urano con Marte, estando la luna en medio, han
permitido que seas digno descendiente de tan virtuoso antepasado.
– ¡Deja de chorradas!, –exclamó algo
alterado nuestro opositor ante el griterío creciente en el rellano de la
escalera– desconozco quien es ese tal “Clefofas” y ahora no estoy para coñas.
– Solo tienes que sacarme de aquí y
concederé cuanto pidas, sobre todo por la amistad que me unía a tu antepasado.
– No sé cómo ayudarte tronco –contestó
Cris sin prestar demasiada atención–, tengo prisa; si no salgo me atraparán y
pensarán que además de torero soy ladrón.
– Rompe la redoma de cristal –ordenó la
voz.
– ¿Qué es una redoma? –preguntó el
chaval.
– La vasija de cristal que está junto
al cenicero –contestó algo chirriante la voz–, rómpela y saldré para ponerme a
tu servicio. Sólo pido que, una vez satisfechos tus deseos, me concedas carta
de libertad, de esa manera nadie podrá conjurarme dentro de otro objeto. Debo
volver a ser quien era, temor de frailes, delicia de doncellas, tentador de
tentadores.
– Con decir eso hubiésemos ahorrado
palabras, pero, antes de seguir, ¿qué eres? ¿Un genio? ¿Un gnomo? ¿Duende o
demonio?
– Ni duende ni demonio, por diablo me
tienen que mayor rango es diablo que demonio.
– ¿No serás Satanás? –preguntó sin
quitar el oído de la puerta.
– Ni Satanás, mi señor, ni Belcebú, ni
Barrabás. Cojuelo es mi nombre y aunque no me recuerdes, servidor de tu
antepasado fui hasta que en manos de Cienllamas caí. Me entregó a la república
demoniaca encerrándome en una redoma hechizada para que no pudiera huir. Solo
cuando un descendiente de don Cleofás me libere, otorgándome carta de libertad,
podré escapar de sus garras y volver a mis andanzas.
– Abrevia, ¿puedes sacarme de aquí?
–preguntó Cris cuando los gritos conminaban a la puerta de la hechicera como si
Alí Baba recitara a la cueva de los cuarenta ladrones las palabras mágicas, si
bien algo malsonantes y de dudosa honorabilidad.
Aprovechando la ocasión, el diablo
informó del noticiario vecinal:
–Si prisa no te das, pronto entrarán;
han llamado a la policía. Sácame de este vidrio que pagaré el rescate en muchos
gustos.
Con la educación de un ministro
anunciando recortes salariales, o de un político en el respetado Congreso de
Diputados, no fue ni escrupuloso ni perezoso Críspulo al lanzar la vasija de
cristal contra una pared.
Envuelto en el nauseabundo aroma de
huevos podridos, apareció un ser menos alto que Pablo Motos, apoyado en una
muleta sobre su derecha, nariz similar a la del mítico Urtain; los bigotes erizados
a lo Dalí; orejas puntiagudas deformes, mientras que sobre su mentón se
deslizaba una perilla con unos pocos pelos alargados más que el salario de los
funcionarios; sus maxilares era invisibles y los colmillos nada tenían que
envidiar a los de Drácula.
Casi vomita ante visión tan
espeluznante como la de militares metidos a toreros, médicos a sindicalistas o
jueces en política. Sin embargo, más sensato y rápido, Cojuelo tomó su mano
diciendo:
– Vamos, es el momento de salir y
agradecerte lo que haces por mí. Tiene
que conocer Madrid, que mi corazón vuelve a latir.
Salieron volando por el patio de luces
tan veloces, como un empresario huyendo ante un inspector de Hacienda, o un
futbolista buscando una prima millonaria, hasta que llegaron a lo alto de las
torres Kio, puerta de Europa, orgullo de Madrid, bacín de algunos negocios
dudosos, al tiempo que los aficionados salían victoriosos de bares, estadios y
lupanares, donde estaban instaladas pantallas gigantes ofreciendo los triunfos
de la Roja. El bullicio desbordó calles y plazas, jardines y avenidas, fuentes
y parques. Hombres y mujeres se mostraron iguales que nuestros antepasados
primates, cantando, bebiendo y disfrutando de carnes.
Cojuelo, desde lo alto del helipuerto
azul, donde habían parado a descansar, le dijo:
– Este es el lugar más alto de Madrid,
mala suerte para Menipo, el filósofo
usurero, Shylock el avaro mercader, o doña Lupe, la de Galdós, que se
quedaron en principiantes, más bien aprendices, ante tantos entuertos
fecundados a la oscuridad de sus callejones. Desde aquí podrás descubrir lo que
transita por esta Babel de cemento.
Y, como ofreció a su antepasado, Cojuelo destapó los techos de la
capital con la facilidad diabólica de quien destapa el cubo de la basura o de
quien levanta las sábanas de la cama, mostrando sus interioridades, algunas de
ellas tan íntimas que Calígula hubiera sonrojado.
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