ACTO
PRIMERO
JORNADA
PRIMERA
Salen el Duque, Ceslao y Teleo (hijos suyos)
y el Embajador de Inglaterra.
Teleo.-
Extraña cosa.
Embajador.- Notable.
Teleo.-
Es famosa.
Ceslao. Es
sin segundo
con mil razones el mundo
la tiene por admirable.
Teleo.-
Mirad bien, que os
certifico
que es milagro extraordinario,
ver el rostro de Lotario
en el retrato de Enrico
Embajador.- De
la suerte que en la cara,
vuestro Príncipe y el mío
se parecen en el brío
y en el talle.
Ceslao.- Cosa
rara.
Embajador.- Y
en la voz.
Ceslao.- Váleme Dios.
Embajador.- Para
mostrar su grandeza,
los formó naturaleza
en una estampa a los dos,
Por eso a pedir envía
por esposa a vuestra Infanta,
porque en semejanza tanta
haya hermandad.
Duque.- Y
honre a Hungría.
Embajador.- Honrase
Inglaterra,
su Rey y sus gentes todas.
Duque.- Ruego
al cielo que en sus bodas
se alegre el cielo y la tierra.
Embajador.- Y
dime, ¿la Infanta es bella?
¿Es discreta sobre hermosa?
Duque.- Tú
me preguntaste
que nadie puede saberla.
Embajador.- Luego
es verdad lo que oí
y la fama ha pregonado,
de que ninguno ha llegado
a verle la cara.
Duque.- Sí.
Y escuche la causa de ello.
que gustarás de saberla:
Cuando la Infanta nació
tuvo mal parto la Reina
y fue una noche tan triste
que horror daban sus tinieblas;
sus vientos, miedo y asombro,
y sus relámpagos pena.
Arrojó rayos el cielo
como unas grandes centellas,
salió de limite el mar,
estremeciose la tierra.
Los aires desenfrenados
llevaron casas enteras
echaron piedras los montes
las nubes granizo, y piedras.
Y en efecto no faltó
sino que el cielo se abriera,
y esta máquina del mundo
quedara rota y deshecha.
La
Reina que estaba entonces
con el dolor casi muerta.
sin valor para mostrarle,
y sin fuerzas para hacerlas
acudió a pedir remedio
a la que parió sin ellas,
siempre invocando a la Virgen
con plegarias, y promesas.
Con un milagro patente
mostró sus entrañas tiernas,
salió al mundo nuestra Infanta
como un Sol, hermosa y bella.
Quedaron absortos todos,
porque en pariendo la Reina
amaneció al mismo infante;
y como si nunca hubiera
torbellinos, truenos, rayos,
confusión, asombro y penas,
salió el Sol, alegre, y claro.
Embajador.- Grande
maravilla.
Duque.- Inmensa.
Pusieronle
nombre Aurora,
viendo que fue mensajera
de la venida del Sol
y desterró las tinieblas.
Su padre maravillado
de maravillas tan nuevas,
mandó juntar muchos sabios
en la Judiciaria Ciencia.
Codicioso de saber
en qué signo, o en qué planeta
nace al mundo la que al mundo
con
causa admirado deja.
Díjole entre todos uno,
de más opinión y letras,
que hasta que casase Aurora
importaba que estuviera
sin que la viesen la cara
hombre humano, que por verla
renacerían al mundo
calamidades eternas.
Admirado de esto el Rey,
como el sabio le aconseja
entre unos montes mandó
fundar una fortaleza.
Allí ha criado la Infanta (continua en)
sin que estuviesen con ella
sino sola una hija mía
de su edad y dos doncellas
que acuden a su servicio
en la cámara y en la mesa.
Tienen tasado un distrito
del monte, por la aspereza,
guardado con muchas guardas,
vedado con muchas penas.
Salen a cazar por él
y aún la vez que salen llevan
para cubrirse las caras,
sendos volantes por ellas.
Guardase con tanto extremo
la estrechura de esta regla
que a ninguna de las dos
ni el Rey ha llegado a verlas.
Mas si tu Príncipe Enrico
viene a casarse con ella,
dará luz la nueva Aurora
a Hungría y a Inglaterra
Embajador.- Cosa extraña, no creía
hasta aquí lo que has contado:
sobrado crédito ha dado.
el Rey a la Astrología
Siendo en alguna opinión
mentira, locura y engaño
Duque.- Los
que previenen al daño
cuerdos y discretos son.
Pues el Supremo Juez
tiene escritas con estrellas
nuestras vidas.
Embajador.- ¿Y
leerlas
sabe alguno?
Duque.- Alguna
vez.
Y
al fin estas cosas son
de suerte y si bien se apura,
que el creerlas es locura
y el temerlas discreción.
¿Qué
pierde el Rey en tener
su hija sin que la vea
ninguno, o qué se granjea
de ser vista una mujer?
Pluguiera a Dios pues que dan
tan grandes desasosiegos,
que hubieran nacido ciegos
los que a su causa lo están.
Embajador.- Ahora
dejémoslo a Dios
que es la verdadera ciencia.
Duque.- Dejémoslo.
Embajador.- ¿Vuestra
Excelencia
tiene más hijos de dos?
Duque.- Sin
Ceslao y sin Teleo,
me ha dado el cielo al mayor
por mi mal.
Embajador.- ¿Cómo
Señor,
ni le he visto ni le veo?
Duque.- No
está aquí porque ha nacido
tan rústico que al mirarle
verás a un hombre en el talle
y un salvaje en su vestido.
Su simple naturaleza
desde niño le inclinó
al monte, de quién tomó
condición y aspereza.
Es salvaje el triste de él,
y quien es no considera,
pedazos hace una fiera
y vístese de su piel.
Y
no hay ponerle en razón,
que de ese rústico trato
es de Hércules un retrato
y en las fuerzas un Sansón.
Y así vive en esta aldea,
y como a cosa perdida
le dejo hacer una vida
que espantara a quien la vea.
Por los montes y los llanos
es tan ligero y gallardo
que alcanza por pies un gamo
y abre un león con las manos.
Es en fuerza otro Sansón
tan fuerte, valiente y fiero
que arranca un árbol entero
y le sirve de bastón.
Pero en lo que es policía,
tan tosco
y grosero es
que ni sabe ser cortés
ni admite la cortesía.
Embajador.- Es
la mayor extrañeza
que se pueda imaginar.
Duque.- Mátame
a mí de pesar
su encogimiento y simpleza.
Embajador.- De
lo que permite Dios,
ninguno afligir se tiene
Dice Anteo desde dentro.
Anteo.- ¿Aquí
está mi padre?
Duque.- Él
viene,
disimulemos los dos.
Sale Anteo.
Anteo.- Pudieran,
pues si está aquí,
avisarme, llegar quiero
a verle.
Teleo.- Espera.
Anteo.- Ya
espero,
¿está acompañado?
Teleo.- Sí.
Anteo.- ¿De
quién?
Teleo.- Del
embajador.
Anteo.- ¿De
dónde?
Teleo.- De
Inglaterra.
Anteo.- ¿Y
a qué viene a nuestra tierra?
Teleo.- Pide
al Rey nuestro Señor,
a la Infanta por esposa.
Anteo.- ¿El
inglés?
Valiente
me dicen que es,
y se casa, gentil cosa.
Teleo.- Y
nuestro padre ha salido
a recibirle en su aldea
y hospedarle.
Anteo.- Por
bien sea.
Embajador.- Gentil
talle, y el vestido
le hace fiero.
Anteo.- Irme
quisiera,
adiós.
Teleo.- Tente
Anteo.- ¿Qué porfías?
No soy para cortesías,
y cumplimientos.
Duque.- Espera.
¿Cómo
antes no has llegado
a verme?
Anteo.- Perdón
te pido.
Embajador.- Como
una brasa encendido
tiene el rostro.
Duque.- Ha
se turbado
y corrido. Llega Anteo
y haz, aunque llegaste tarde
lo que debes
Anteo.- Dios
le guarde.
Embajador.- Y
a ti te logre el cielo.
Duque.- Ahora
Anteo querido
que se ofrece gloria tanta
a las bodas de la Infanta,
podrás mudarte el vestido
y honrarás a tu linaje
con tu talle y compostura.
Anteo.- ¿Deshonrase
por ventura,
mi condición y mi traje?
Duque.- No
por eso, pero quiero
que mudes de parecer
y dándote yo mujer,
que tú me des heredero.
Que
mi mayorazgo eres
y
los que hasta aquí lo han sido
siempre en mi casa han tenido
hijas de Rey por mujeres.
Y
ya fueras tú casado
con la Infanta, mi señora,
sí, más dejémoslo ahora
y honra mi casa y estado.
Ven a la Corte y si vienes
darás me gusto y honor
y mostrarás el valor
que
tan escondido tienes.
Y podré yo darte esposa
hijo, como te mereces.
Anteo.- Para
obligarme me ofreces
cierto, padre, gentil cosa.
¿Yo casarme, yo casarme,
ese es tu gusto y honor?
Con darme esposa, señor,
quieres honrarte y honrarme.
Duque.- ¿Pues
cómo, mi honor no es
dar a mi estado heredero?
Anteo.- Dime
qué es honor primero,
responderé después.
¿Qué es honra?
Embajador.- Su
condición
me sorprende.
Duque.- Yo
me aflijo:
la honra en el mundo, hijo,
solamente es opinión.
Anteo.- Y
esa opinión ¿quién la da?
Duque.- El
mundo la da también.
Anteo.- Luego
¿ese es hombre de bien
que en buena opinión está?
Duque.- Con
su buen trato se ofrece
este precioso interés.
Anteo.- Así
para el mundo es
honrado el que lo parece.
Embajador.- Él
tiene gracia infinita.
Anteo.- Hasta
aquí probado está
esta opinión quien la da,
respóndeme ¿Quién la quita?
Duque.- Quien
la tiene y la desdora
con algún trato villano
una lengua, o una mano,
si es atrevida, o traidora.
Anteo.- Declárame
esa razón.
Duque.- Que
honra pierde digo
quien sufre de su enemigo
un mentís o un bofetón.
Anteo.- Y
este ¿qué remedio halla
para volverla a cobrar?
Duque.- Con
morir, o con matar
por
ella, vuelve a cobrarla.
Anteo.- Ese
no es trance muy fuerte
Pues pende de su valor
Su
honra, pero señor
El
casado, ¿de qué suerte,
Puede
ganar, o perder
La
honra que ha granjeado?
Duque.- Puede
perdella el casado
Siendo
mala su mujer.
Anteo.- ¿Teniendo
culpa los dos?
Duque.- Aunque
el culpado no sea.
Anteo.- ¿Y
quién puede hacer que sea
Ella
buena?
Duque.- Solo
Dios.
Anteo.- Diga,
y si Dios no es herido
De
permitir y querer
Que
sea buena la mujer,
¿queda
afrentado el marido?
Duque.- Es
ley del mundo.
Anteo.- Inhumano
Es
el que la hizo, y entiende:
¿Es
ley que a todos comprehende?
Duque.- Desde
el Rey hasta el villano.
Anteo.- Pues
sabiendo que obligó
Tan
inicua, e injusta ley
Desde
el villano hasta el Rey,
¿quiere
que me case yo?
De
una mujer, de un abismo
Fiare
yo la honra mía;
No
es honrado el que la fía
De
otro que de sí mismo.
Y
el que ha llegado a tenella,
Y
a casarse se dispone,
No
la tiene, pues se pone
A
peligro de perdella.
No
es muy bueno, que este un hombre
Sirviendo
al Rey en la guerra,
Adonde
honrando su tierra,
Se
haga eterno su nombre.
Y
porque volvió los ojos
Con
antojo su mujer
(que
todas deben tener
Más
que cabellos, anteojos)
Le
tengan por afrentado,
Y
con infamia y deshonra
Quede
manchada una honra
Que
tanta sangre ha costado.
El
corazón se me abrasa,
Y
a las mujeres maldigo;
Yo
casarme, mil veces digo;
Que
es infame el que se casa.
Duque.- No
digas tal.
Anteo.- Como
no,
Déjame,
y no quieras ver
Que
te afrente mi mujer
Cuando
quiera honrarte yo.
Duque.- Sosiégate.
Embajador.- Extraños
son
en todos sus pensamientos.
Duque.- Pues
a no haber casamientos
no habría generación.
Anteo.- Hiciera
el cielo que es padre
de los hombres que se abriera
una montaña, y pariera
los hijos como a su madre
o nacieran pues son tantas
las maravillas que hacen,
de la tierra como nacen
los árboles y las plantas.
O
que pudiera tener
conforme su calidad
Alguna
seguridad
Un
hombre de su mujer.
Mas
pues no puede tenella
Desde
el villano hasta el Rey
Y
hay en el mundo esta ley,
no quiero pasar por ella.
Déjame
en este horizonte
con este traje villano
correr desde el campo llano
hasta la cumbre del monte.
Aquí
despierto contento,
y entre el lustroso arrebol
miro como nace el Sol,
siento como corre el viento.
Sírveme el campo de alfombra
con su hierba, a quien bendigo,
los
montes me dan su abrigo,
y los arboles su alfombra.
Al
pardo que me obligo
pasando a todo correr,
le alcanzo, y gusto de ver
que no es más suelto que yo.
A leones doy la muerte
con mi nudoso bastón.
alegre de que un león
no es más que mi brazo fuerte:
Si a caza menos esquiva
me aplico por mi descanso,
mato al conejuelo manso,
y a la liebre fugitiva.
Al fin mato cuanto hallo
cuando al monte voy por ello,
y dame gusto el camello
con la salsa del mata!lo.
Con esta vida, aunque es dura
al parecer descuidado
pasto lo que Dios me ha dado
más alegre, y más figura.
No me aflige el corazón
un altivo pensamiento.
ni fundo torres de viento
en cimientos de ambición.
Ni el deseo me atormenta,
ni la esperanza me daña,
ni el falso amigo me engaña,
ni un enemigo me afrenta.
No lloro agravios, ni duelos,
ni me ofende un proceder,
ni temo que mi mujer
me afrente, o me pida celos.
Si
quieres nietos, ahí están
presentes Ceslao y Teleo,
que logrando tu deseo
herederos te darán.
Deja
que yo y mi apetito
siga
en el lugar que estoy,
donde
si honor no te doy,
al
menos no te lo quito.
Duque.- A
buena resolución,
a mi pesar te dispones.
Embajador.- El
dice algunas razones
bien fundadas en razón.
Duque.- Es
bárbaro su desdén:
al fin ¿casarte no quieres?
Embajador.- Está
mal con las mujeres.
Teleo.- A
ninguna quiso bien.
Ceslao.- Nunca
ha sido enamorado,
por eso no las adora.
Anteo.- El
hombre que se enamora
tiene muy poco de honrado.
Teleo.- Bien
has dicho, si estuviese
dejarse de enamorar
en tu mano.
Anteo.- ¿No
ha de estar?
Teleo.- O
si con amor te viese.
Anteo.- No
hayas miedo.
Teleo.- Si
por dicha
lo
estuvieses algún día,
cómo
te preguntaría
si
es deshonra o si es desdicha.
Anteo.- En
mi vida amor tendré,
que yo sé que está en mi mano.
Ceslao.- Calla,
y no digas hermano
de esta agua no beberé.
Que hay hombres que a una mujer
como al cielo mismo adoran,
y tiernas lágrimas lloran
por su causa.
Anteo.- Puede
ser.
De
que tiene el corazón
(maldiga el cielo su nombre)
de mujer, y no de hombre
probaría mi bastón.
¿Llora
alguno de los dos?
porque acabare sus días.
Teleo.- Qué
de hombre matarías
por ello.
Duque.- No
más.
Anteo.- A
Dios.
Que
ya me ofende este trato,
este mirlado lenguaje
este melindre, este traje
desde el sombrero hasta el zapato.
Pena me dan esos cuellos
que
os cansáis de empinarlos,
como
pudiera llevarlos
si
me congoja vellos.
Subirme
quiero a la cumbre
del
más empinado monte,
y
morando ese horizonte
perdiera
la pesadumbre.
A
Dios, padre; a Dios señor.
Embajador.- Dios
te guie.
Duque.- Dios
te guarde.
Embajador.- Vamos
nosotros, que es tarde
grande extremo.
Duque.- Gran
dolor
para el que es padre
y está mirando desdicha igual.
Embajador.- La condición natural
quien la quita, es quien la da.
Se van y salen Aurora, Estrella, Claudia y
criada.
Aurora.- ¿Tanto
desea mi hermano
verme la cara?
Claudia.- En
extremo
Aurora.- Algún
mal suceso temo
de este deseo.
Estrella.- Esta
llano,
que
es muy justo este temor
en que tu pecho repara,
porque viéndote la cara
te podrá cobrar amor.
Y
hacer, torciendo la ley
que suceda enamorado
lo que está pronosticado,
y tan temido del Rey.
Claudia.- Pidió
a su padre licencia,
y no
se la quiso dar;
y el dice, que a su pesar,
ha de verse en tu presencia.
Porque
es de soberbio, loco,
y es su valor tan profundo,
que al Rey, tu padre y al mundo
amenaza, y
tiene en poco.
Muy cerca de aquí le dejo
donde tu licencia espera
para venir.
Aurora.- Bueno
fuera,
amiga darme consejo
que mi confusión es mucha.
Estrella.- Solo
un remedio te queda
para estorbar que suceda
algún daño.
Aurora.- Dime.
Estrella.- Escucha.
Siendo
el príncipe un arrogante,
y de altivos pensamientos,
a estorbarle sus intentos
ninguna cosa es bastante.
Y de que llegase a ver
en tu cara tu hermosura,
todo un reino se aventura.
Aurora.- Pues,
¿de qué suerte ha de ser?
¿No
hay remedio?
Estrella.- ¿Cómo
no?
Aurora.- ¿De
qué suerte?
Estrella.- De
esta suerte:
digamos que si viene a verte,
que yo soy, y tu eres yo.
Tendrás el rostro cubierto,
y
mostrársele yo el mío.
Aurora.- Bien
has dicho, yo me río
del engaño.
Claudia.- Bueno es cierto.
Estrella.- Y
así con seguridad
del pronosticado daño,
das gusto con un engaño
a tu hermano.
Aurora.- Así
es verdad.
Estrella.- Pues
que vayas solo resta
por él.
Claudia.- ¿Es
él? Ya ha venido,
que aun paciencia no ha tenido
para esperar la respuesta.
Aurora.- ¿Aquél
es?
Claudia.- Señora,
sí.
Estrella.- Lindo
talle.
Claudia.- Es
sin segundo.
Entra el Príncipe.
Lotario.- ¿Cosa
ha de ver en el mundo,
imposible para mí?
Vengo
a matar a mi hermana,
y he dicho que vengo a vella,
que si la inclina su estrellad
de infelice a ser liviana.
Y
escondida, esta figura
su persona con m honor,
¿dónde lo estará mejor
que
muerta en la sepultura?
Bien
pudiera haber tomado
mi padre caduco y viejo
mas con tiempo este consejo,
porque es mío, es más honrado.
Que
si muere la mujer
porque fue a su honor ingrata,
razón tiene si la mata
quien piensa que lo ha de ser.
En
buena razón me fundo,
que bien la muerte se emplea
en quien se teme que sea
rima, y asombro del mundo.
Aurora.- Divertido
está, y elevado.
Lotario.- Mucho
tarda la doncella
que envié, mas es aquella
mi hermana. Hacia aquí ha mirado.
Aurora.- Aquí
escondida estaré
para quitar la ocasión
del todo.
Estrella.- Tienes
razón
escóndete bien..
Aurora.- Si
haré.
Ya
se allega, cobra brío
para fingir.
Estrella.- Ya
le tengo.
Lotario.- Sin
tu licencia yo vengo,
perdóname.
Estrella.- Hermano
mío:
Aquí
he salido a esperarte,
y lograr tu buena suerte.
Lotario.- Tú
piensas que vengo a verte
Estrella.- ¿A
qué vienes?
Lotario.- Vengo
a matarte
Estrella.- ¿Matarme?
Claudia.- Señora
repara.
Estrella.- Mal
haya tan mal engaño.
Lotario.- Para
no temer el daño
que ofrece al mundo tu cara.
Estrella.- Cruel
y terrible estás.
Claudia.- Burlaste
que de eso tratas,
pues mira bien lo que matas
y quizá no matarás.
Lotario.- Bien
dices.
Estrella.- Ay
desventura,
pon límite a tus antojos.
Lotario.- Mas
¡ay Dios!, ¡qué bellos ojos!,
¡ay que divina hermosura,
que luz hermosa y serena,
que centro de la memoria,
que pena que ofrece gloria,
que gloria que ofrece pena.
Qué extraña mudanza has hecho
en mi alma y mi sentido
sin duda el daño temido
de tu cara está en mi pecho.
Aurora.- Buen
suceso.
Estrella.- Loca
estoy
de contento de su engaño.
Lotario.- Mas
eres mi propio daño,
y la muerte no te di.
¿Soy cobarde? Bien empleo
el valor que me ofrecí;
yo he de mostrarte, ¡ay de mí!,
que no podré si te veo.
Cegáreme y de esta suerte
al matarte seré parte,
mas cómo podré matarte
cuando me mata el no verte.
Hermana, (nunca lo fueras,
porque yo fuera dichoso)
con tu brazo valeroso
dame la muerte, ¿qué esperas?
Esta merced has de hacerme,
llega señora a matarme,
y será cierto el ganarme
por el gusto del perderme.
Qué pues no quiso la suerte
de mi soberbia ofendida,
que puedes darme la vida,
tendré por vida la muerte.
Castiga el atrevimiento
de poner en ti la mano.
Estrella.- No
es hierro el que nació hermano
de un honrado pensamiento.
Levanta, y cuando lo fuera
que no consintiera igual,
ha sido la enmienda tal
que perdonalle pudiera.
Levántate.
Lotario.- ¿Puede ser
hacerme mercedes tantas?,
mas pienso que me levantas
para dejarme caer.
Estrella.- Eres
mi hermano, y he sido
siempre el alma que te adora.
Lotario.- Como
hermana, mi señora
será el mejor apellido.
Estrella.- ¿Qué
ruido de armas siento?
¿si viene el Rey a buscarte?
Lo mejor será ausentarte
aunque es contra mi contento.
Lotario.- Espera.
Estrella.- ¡Ay
de mi!,
vete
luego.
Lotario.- Hermana
mía,
mi descanso, mi alegría,
¿cómo me hallaré sin ti?
Siento el dejarte, infinito.
Estrella.- Después
te daré lugar.
Lotario.- Veré
quien ha osado entrar
en el vedado distrito.
Mas, ¡ay cielo!, si estoy ciego,
que otra cosa podré ver
sino mi pena, ¡ay mujer!,
fuego arrojo y soy de fuego.
Se va el príncipe.
Estrella.- ¿Qué
te parece?
Aurora.- Una
cosa
que me causa admiración,
aunque estuve, y con razón,
de tu daño temerosa.
Que
llegó al principio airado,
y cesó la furia suya
con tu cara.
Estrella.- A ser la tuya,
sin alma hubiera quedado.
Que
se queda de amor lleno
por haber visto mi cara
si te viera cual quedara
por la tuya.
Aurora.- Burlas,
bueno.
Yo gusté de verle tal
por ti, y aun a ti también
te habrá parecido bien.
Estrella.- No
me ha parecido mal.
Aurora.- Pase
el engaño adelante
que es gracioso, y de provecho
para
todos.
Estrella.- Y
es tu pecho
a tu valor semejante.
Y con tu licencia voy
a saber aquel ruido
de qué ocasión ha nacido.
Aurora.- Pues
aquí esperando estoy.
Donde
este arroyo que viene
de
aquel monte donde nace,
con
el ruido que hace
me
regala, y entretiene.
Claudia.- Yo
iré contigo señora.
Se van las dos.
Aurora.- Soledad
no conocida,
tiempo alegre, dulce vida,
tu sosiego me enamora.
Aquí
divierto los ojos
por el campo y su verdura
donde descanso segura
de libertades y antojos.
Aquí
mi padre el gusto
sigo con él puesta en ti,
que aunque es justo, es para mí
más agradable que justo.
Aquí
miro como nace
el Sol cuando mueve el pasto,
y del Oriente al Ocaso
veo el discurso que hace.
Aquí
es por feudo y tributo
los árboles y las plantas,
con ser tantos, con ser tantas
me dan sombra, flor y fruto.
Aquí
su rayo me ofrece
el monte, si al monte voy
que
quizá por ser quien soy
la insensible me obedece.
Si
alguna melancolía
me da pena no es tan fiera,
porque sé que es mensajera
de mi ordinaria alegría.
Si
por descansar llorando,
cuando la tengo suspiro,
cuanto toco, cuanto miro
me da consuelo callando.
Nada
me ofrende, o me enoja,
porque emprendo sin temor,
de que se ofenda mi honor,
cuanto al alma se le antoja.
Sueño
me da, y no pequeño,
rendíreme a su poder,
que
no es poco una mujer
rendirse
no más de al sueño.
Se recuesta sobre una alfombra y se duerme.
Sale Anteo.
Anteo.- Más
pagáronme el pesar
que me dieron los villanos,
guardas son y de mis manos
no se supieron guardar.
Estorbarme
el paso a mi
yendo tras una corcilla
herida, y dejo el seguilla
por su causa, y la perdí.
Mas
que estoy mirando agora
como duerme sin cuidado,
hermoso talle, extremado,
si es la infanta, si es Aurora.
Que
dicen que con un velo
lleva cubierta la cara,
yo he de vella, en que repara
quien no teme sino al cielo.
Pero
¿qué es que a mí me dio
tanto deseo de ver
la cara de una mujer,
aborreciéndolas yo?
Qué
novedad, qué ocasión
me detiene a mi despecho,
es posible, que en mi pecho
se alborota el corazón.
Mejor
será que me vaya,
mas no puedo, llegaré,
que de gusto ofrece un pie
mal cubierto con la saya.
En
qué temor, en qué calma
me tiene el cobarde ensayo,
siento en el pecho un desmayo
con que se regala el alma.
Si
es lo que dicen amor,
y lo que dijo mi hermano,
que no estaba en propia mano,
pero yo tengo valor.
Pues
en tan viles hazañas
ahora ocupado estoy,
montes cuyo hijo soy
prestadme vuestras entrañas.
Pues
no venzo mis antojos,
¿en qué dudo? Yo he de ver
la cara de esta mujer
o celestiales despojos.
A
los ángeles te igualas
en belleza, y aparato,
pues para ser su retrato
solo te faltan las alas.
Y
mi corazón te avisa
por servirte y obligarte,
que las suyas quiere darte
pues las bate tan aprisa.
Suelos
llevas los cabellos
que serán, ganando palmas
como
anzuelos de las almas
de
los que merecen vellos.
¿Qué
es esto? Siéntome arder,
¿quién me ha trocado el sentido?,
que una mujer me ha vencido
¿eres ángel o mujer?
Pues
tu hermosura obligó
a un alma que ya no es mía,
mas yo que hombre ser solía
estoy sin mí, y no soy yo.
Mas
pues traté con desdén
las mujeres, cierto eres
venganza de las mujeres,
y afrenta suya también.
Llegar
a tocarte puedo
de mi deseo obligado,
mas cierto respeto honrado
me acobarda, y pone miedo.
Moriré
si no me ampara
quien me ofende.
Aurora.- ¿Quién
ha sido
tan loco, y tan atrevido
que osó descubrir mi cara?
¿Quién
emprendió tal locura?,
¿quién me dio tales enojos?
Anteo.- Alumbrado
de sus ojos
descubre más su hermosura.
Si
cuando estaban cerrados
daban cuidados tan ciertos,
agora que están abiertos
¿cuáles serán los cuidados?
Aurora.- Villano,
salvaje, loco.
Anteo.- Qué
luz tan ardiente y pura.
Aurora.- ¿Has
sido tú por ventura
el que me tuviste en poco?
Bárbaro
vil, en qué ley,
y de
qué monte naciste
que
tan sin miedo rompiste
el
mandamiento del Rey.
¿Cómo
al distrito vedado
sin miedo llegar osaste?,
y no solo a él llegaste,
sino a mi propia has llegado.
¿Cómo
engañaste los guardas
para venir a enojarme?
¿qué respuesta quieres darme?,
vas a hablar y te acobardas.
¿Qué
miras bobo?, ¿eres hombre?,
¿o
eres sátiro?
Anteo.- De
hoy más
tendré, pues tú me la das
por mi blasón ese nombre.
El
bobo me he de llamar,
y causando al mundo espanto,
honraré este nombre tanto
que tu merced he de alcanzar.
Aurora.-
¿Tú quieres tener blasones
y pretenderme?
Anteo.- Si
quiero
mas es justo que primero
me mates, o me perdones.
A
tus pies estoy, y así
te
suplico me lo des,
por
ser los primeros pies
a
quien el pecho rendí.
Aurora.- ¿Es
posible lo que veo?,
solo el vestido y el traje
es de villano, y salvaje
¿si es mi primo? ¿Si es Anteo?
Que
de él noticia he tenido
de su traje y condición.
Anteo.- Con
tu fuerte corazón
tienes el mío rendido.
Dame
la muerte si quieres,
pues al perdón no te obligo.
Aurora.- Por
darte el justo castigo
me importa saber quién eres.
Y
si es él, resuelta estoy
a engañarle si soy parte.
Anteo.- ¿Qué
cosa podré negarte?
Anteo,
señora, soy
Hijo
del Duque, tú tío.
Aurora.- Tú
piensas que soy Aurora
siendo
hermana.
Anteo.- ¿Quién
señora?
Aurora.- Soy
tu hermana, hermano mío.
¿Qué
ha turbado tu alegría?
¿Qué
tienes?
Anteo.- ¿Qué
he de tener?,
si mía no puedes ser,
porque eres hermana mía.
Muerto
soy.
Aurora.- Gracioso
enredo.
Anteo.- Como
sin alma he quedado,
que al fin soy tan desdichado
que
aún desearte no puedo.
O
si el cielo soberano
segunda
vez me criara,
y
con el ser que tomara
dejara
de ser tu hermano.
Pero
ya de suerte estoy
que puedo en pena tan fiera
decir que no soy quien era,
y que tu hermano no soy.
Mas en un punto nací
tan desdichado, y terrible,
que se ha puesto un imposible
entre mi deseo y mí.
Si lo pudiera lograr
emprendiendo sin recelo
cualquier cosa bajo el cielo,
o en la tierra, o en la mar.
Venciera (solo ayudado
de mi altivo corazón,
con dos brazos y un bastón)
un ejército formado.
Con las fuerzas y el exceso
de mis pies, y de mis brazos,
un monte hiciera pedazos,
o me le llevara en peso.
Como a Europa a la que adoro
por la mar, cuando importara,
sobre mis hombros llevara
sin ser Elías, ni toro.
Con valor más que profundo
con mi poderosa mano
como otro Alejandro Magno
me hiciera señor del mundo.
Mas qué haré, si el poder
del cielo nunca ha podido,
que lo que una vez ha sido
haya dejado de ser.
Moriré matáreme.
Aurora.- Qué enojos
tan agradables.
Anteo.- Ha
hermana
tu belleza soberana,
el sol de tus bellos ojos
me ha muerto.
Aurora.- Hermano
desvía
de ti esta pena.
Anteo.- Ha
mujer,
pero de nadie has de ser,
ya que no puedes ser mía.
Tu
hermano en efecto soy,
yo
he de guardarte y servirte,
como sombra he de seguirte,
pues de lo que fui yo soy.
Veré
en qué entiendes y tratas,
tendré celos de los cielos,
y matarete con celos,
pues tú con amor me matas.
Ay
hermana dulce y bella,
¿qué me has dado?, ¿qué me has hecho?
Aurora.- Sosiega
hermano tu pecho;
pero ¿qué gente es aquella?
Anteo.- Los
guardas del Rey serán
que porque entré a tu pesar,
querrán venirme a matar,
y a mis manos morirán.
Aurora.- Vete
pues.
Anteo.- Gentil
antojo.
Aurora.- Que
sin duda son aquellos.
Anteo.- Déjalos
llegar, que en ellos
ejecutaré mi antojo.
Aurora.- Retírate.
Anteo.- ¿En
qué me tienes?
Aurora.- Por
tu vida, y por la mía.
Anteo.- A
este lado te desvía
y verás que hermano tienes.
Salen cuatro soldados.
Soldado 1.- Dadle.
Soldado 2.- Dadle.
Soldado 3.- Muera.
Soldado 4.- Muera.
Anteo.- Sois
pocos para homicidas,
ojala con vuestras vidas
comprar mi gusto pudiera.
Soldado 1.- Muerto
quedo.
Soldado 2.- Muerto
estoy.
Soldado 3.- Ayúdeme
el cielo eterno.
Soldado 4.- Éste,
¿es furia del infierno?
Anteo.- Furia
de mi pecho soy.
Aurora.- Por
cierto valientes brazos,
y gallardo corazón,
cuanto topa su bastón
hace menudos pedazos.
Gran braveza y gran valor;
ya le comienzo a querer,
los hombres
así han de ser
para tenelles amor.
Se van y salen el Embajador y el Rey.
Embajador.- Con
toda el alma lo desea Hénrico.
Rey.- ¿Queda
bueno?
Embajador.- Con
salud le dejo,
y de esperanza abundante y rico.
Rey.- A
orar, y a darle gusto me aparejo
Al
Príncipe llamad, darele parte,
y de mis Grandes juntaré Consejo.
Embajador.- De
más de ser quien es, debe obligarte
imaginar Señor que él solo es digno
de la Infanta, pues puedo asegurarte
que es su ser en el mundo peregrino
en valor, en nobleza, en talle y trato.
Rey.- Como
tú me lo dices lo imagino.
Embajador.- Es
de tu hijo el Príncipe un retrato
que la parte mejor fin duda es esta
para obligarte.
Rey.- De
agradable trato.
Embajador.- Naturaleza
entonces bien dispuesta
hizo un milagro.
Entra un criado.
Criado.- El
Príncipe ha venido.
Embajador.- Y
yo voy adonde espere la respuesta.
Salen por una puerta el Duque, Ceslao,
Teleo y el Conde Octavio. Y por otra el Príncipe Lotario.
Lotario.- Ha
hermana.
Conde.- ¿Tan
sin tiempo prevenido
junta Consejo el Rey?
Duque.- Así
le importa.
Lotario.-
Casarla quiere el Rey, yo soy perdido,
mas no he de sufrir, ¿quién me reporta?,
si no puedo por bien, moveré guerras
al mundo todo, pues mi espada corta
seré asombro y espanto de la tierra.
Rey.- Por
esposa me pide a una infanta
Henrico, sucesor de Inglaterra,
y aunque parece costa justa y santa
pido vuestro consejo para hacella,
porque es así razón.
Lotario.- Mi
pena es tanta
como es grande la causa de tenella
Rey.- Decid
Príncipe vos.
Lotario.- Digo
que es justo
saber la inclinación y gusto de ella.
Rey.- Decid
primo.
Duque.- Salvando
su disgusto
digo yo que las hijas de los Reyes
jamás para casarte tienen gusto;
que
mires si conviene a entre ambas greyes,
siendo
así concluye el casamiento.
Lotario.- ¿En
qué leyes modernas, en qué leyes
tiene esta ley su merecido asiento?
Duque.- ¿Me
caducas de viejo y como loco?
Lotario.- Dices
locuras.
Duque.- Digo
lo que siento,
y a estas canas que temblando toco
tenía más respeto vuestra Alteza,
a quien jamás ninguno tuvo en poco,
pero con mi valor y mi nobleza
a no ser tú mi Príncipe.
Le da un bofetón el Príncipe al Duque.
Lotario.- ¿Qué hicieras?
Toma
y baja callando la cabeza.
Rey.- Príncipe,
primo.
Conde.- Duque
bien pudieras
dar menos ocasión.
Duque.- Mi
justo cielo
resolverá mi honor.
Rey.- Villano
espera.
Duque.- Leal
soy a mi Rey, respetárelo.
Rey.- Tente
por preso.
Lotario.- Cuando estoy airado
no respeto a mi padre, ni aun al cielo.
Duque.- En
presencia del Rey me ha afrentado.
Rey.- Vuestro
honor Duque amigo está a mi cuenta.
Conde.- De
esta vez queda el reino alborotado.
Duque.- Yo
quedaré sin vida, o sin afrenta.
FIN JORNADA PRIMERA.
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