Debo ser un extraño en el paraíso, el único
habitante de la Comunidad Valenciana a quien no le gusten las carreras de
motos.
Pienso que dañan el ecosistema, no los
corredores sino sus seguidores. Tal vez contaminan con sus motos, tal vez
incitan a realizar tonterías con sus vehículos artificiales que emulan las
antiguas caballerías, tal vez porque cada año, directa o indirectamente, algún
fallecido se suma a su glorioso disfrute.
Mas el circo debe continuar, olvidemos el
paro, la corrupción (que sigue existiendo), la impunidad de los poderosos, la
pobreza cada vez mayor de la clase media, la perpetuación en el poder de unos
pocos –en USA sólo 2 legislaturas. La incultura generalizada va in crescendo al
igual que el botellón o el bullying.
El sol lucirá para que lo puedan disfrutar
los deportistas del botellón y la cerveza aunque en la lejanía asomen las nubes
tormentosas de los recortes que se avecinan bajo la indiferencia de todos.
Nada de eso importa para una sociedad
vigilada hasta extremos insospechados, es el momento de liberar el ego, las
pasiones, el chakra muladhara, el de los instintos más bajos, en detrimento de
la espiritualidad gregoriana.
El dinero invertido en el uso y disfrute
de la masa jamás irá a la construcción de nuevos hospitales, a la mejora de
infraestructuras sociales, a la creación de empleo al apoyo de los nuevos
escritores.
Será
que no me gustan las masas, será que debo ser un extraño en el paraíso.
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